Capítulo cincuenta y dos.

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Corto la llamada cuando escucho los golpes de mi hermano y el pitido de la llamada cortada desde el otro lado. Abro la puerta y dejo el móvil sobre las manos de mi hermano, el cual está un poco fastidiado por el tiempo que ha pasado esperando a que se lo devuelva.

—Lo siento—susurro y salgo del tocador. Estoy atónita. Estoy confundida. Me siento extraña a mismo andar.

— ¿Qué tanto hacías ahí dentro?—pregunta mi hermano. Ignoro por completo lo que dice y agito mi mano para decirle que me voy a tomar desayuno.

No puedo decir ni una sola palabra, porque me he quedado muda al escuchar lo que él está diciendo.
Está demente.
Va a casarse y aún sigue pensando en mí.
No puedo evitar formar una sonrisa en mi rostro y sentarme en la mesa para tomar el desayuno. Mi madre deja el plato frente a mí y hace un comentario sobre la persecución de mi hermano.

'Siempre'.

Cumplirá su promesa de buscarme hasta bajo la piedra más recóndita de Tennesse. No dudará ni un segundo en emprender su camino hasta encontrarme, porque sabe que yo nunca podré quitarlo de mi mente.

—¡Alba!—mi madre golpea la mesa con sus manos y me observa. Mi mirada perdida en la mayólica del lavabo automáticamente pasó a los ojos de mi madre. Está con el ceño fruncido y mi hermano me observa con extrañes mientras mete la cuchara de cereal con leche en su boca.

—Lo lamento. Estoy un poco distraída—sonrío y cojo el vaso de jugo para dar un sorbo y calmar mis ansias de seguir hablando más, porque sé que ya no debo decir nada.

— ¿Un poco?—pregunta con ironía—, estás que asustas, Alba. ¿Es por tu encuentro repentino con Liam?

—Qué estupideces dices, Zac—respondo con molestia mientras cojo nuevamente el vaso y doy un sorbo. Era una señal de que estaba nerviosa: beber líquidos aunque mi cuerpo no lo pida.

—Esa boca, señorita—me riñe mi madre. Pido nuevamente disculpas y ahora cojo el tenedor para terminar de comer.

—Bueno. Tengo que ir a la biblioteca y luego al supermercado. ¿Alguien quiere ir? ¿Alba?—pregunta mi hermano mientras se levanta de la mesa y termina de tomar de su vaso.

—Tengo que arreglar mi habitación—respondo, tratando de no sonar tan fastidiada. Meter a Liam en una conversación no fue nada divertido.

—Yo también me voy. Tengo que hacer las compras de la semana. ¿No quieres acompañarme?—pregunta mi madre mientras hace lo mismo que Zac. ¿Qué?, ¿acaso era día de dejar a Alba en casa, sola?

—Tengo que acomodar todo en mi habitación. Está un desastre—sonrío y miro lo poco que queda en mi plato. No tengo tanta hambre después de todo—. Pero puedes llevarte a Handrea si quieres. Le vendría bien un poco de aire.

—Eso me parece maravilloso—ambas miramos a mi pequeña hija terminar de comer y jugar con su cuchara de plástico—. Ven para acá, guapa, que tu madre no te quiere—reímos y limpio la boca de Handrea para que mi madre pueda sacarla de su silla.

Me levanto de la mesa y, cuando estoy lavando los platos en el lavabo, recuerdo cuando vi a Liam el día de ayer.

—No sabía que regresaste—la voz de Liam me hizo sentir un cosquilleo en el cuerpo, como cuando recuerdas algo y mil sensaciones te invaden. Deja la patineta sobre el suelo y juega con un pie sobre esta.

—Cosas del destino—respondo. Odiaba aquella cosa de madera, en especial porque los buenos recuerdos que tengo con Liam eran con esa cosa en su habitación. Mirándonos todo el rato—. ¿Cómo estuviste todo este tiempo?

—Sin altercados—sonríe y no puedo evitar soltar una risa. Siempre decía eso cuando preguntaba sobre cómo estuvieron sus padres en el día—. ¿Tú? Me enteré que, bueno, todos, que tuviste una hija.

—Estoy bien, y sí. Tengo que irme.

—Ya hablaremos luego.

—Sí. Cuídate.

Cierro el grifo y camino hasta el salón para recostarme en el sofá.
Liam no había cambiado casi nada desde que me fui. Me enteré, por mi madre, que trabaja en la empresa de su padre haciendo prácticas mientras controla todo lo que su padre hace en cuanto a contratos internacionales. El golf era el perfecto lugar para ese tipo de cosas, pero Liam aún no dejaba de pasar tiempo con su patineta y sí que había ganado también dinero con eso.
¿Que por qué terminamos? Ni yo mismo lo sé. Un día, mientras estábamos en la fogata de nuestro campamento en la secundaria, me llevó entre los árboles para besarme y decirme: Quiero terminar con esto. Me dejó helada, porque aparté su cuerpo cuando las palabras'Es una broma' no salían de sus labios.
Recuerdo las palabras de nuestras familias diciendo: Se ven tan bien juntos. Y yo sólo me reía, porque sabía que Liam no me quería tanto como yo a él.

Meneo mi cabeza y mi mirada se centra en las fotografías sobre la mesita del salón. Mi hermano sujetando mi mano mientras éramos unos niños y jurábamos que nos casaríamos así esté prohibido en España (pensábamos que España era todo: el mundo español) Qué estúpidos éramos.

El timbre capta mi atención y despierto de mi pequeño pestañeo por intentar dormir un poco. Me levanto de golpe del sofá y veo por la mirilla que algo verde, que parece ser una hoja, me impide ver con claridad. Abro la puerta y un gigantesco arreglo floral se mueve a la izquierda para mostrar a un chico. El arreglo era tan grande que cubría casi la mitad de su cuerpo. Me sonríe y vuelve a mirar el número de la casa.

—Buenos días. Con la...—mira una hoja sobre una tabla y frunce un poco el ceño—, señorita... ¿Alba Bale?

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