prólogo

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No lograba entender como era que aquel chico pelinegro disfrutaba tanto de engullir sus alimentos al aire libre. Para él, era algo desagrable; solo podía imaginar los cientos de germenes sobre la comida que iba a ingerir. Un asco.
Tal vez, solo tal vez, por aquella ocasión, podría dejarlo pasar pues, su principal disgusto era ver que, Jos, se perdía entre las hojas de aquel libro de poesía.

-Rosas -sonrió al mismo tiempo que cerraba el ejemplar con portada color verde viridian-. Siempre van a ser las favoritas de todo buen romántico -comentó entre tanto veía a aquel castaño, el cual, solo rodaba los ojos mientras bebía jugo de naranja y, uno fresco y sin azúcares, detestaba el sabor artificial de lo envasado.

-Rosas -pauso para dejar el vaso de cristal sobre la mesa-. No puede haber mejor flor para ser usada en un sentimiento tan obsoleto como el amor. Las rosas, son débiles y patéticas. Se marchitan con un exceso de calor o frío, no pueden sobrevivir sin que alguien esté al pendiente de ellas; me dan pena -sonrió con gran soberbia.

-Pensé que no hablarías basura de las flores teniendo orquídeas en cada rincón de tu humilde mansión -se burló con sonrisa de lado.

-La orquídea es diferente. No es tan patética como tus ilusas rosas, ella es fuerte, tiene la capacidad de adaptarse al medio dónde se encuentre. No necesita a nadie para sobrevivir, no le importa crecer sobre otras plantas -el ojiazul sonreía mientras giraba el vaso sobre su eje en aquella mesa-. La orquídea es perfecta porqué lo tiene todo y lo controla todo. Una maestra del engaño.

Canela, parpadeo un par de veces: la personalidad del chico cada vez lo desconcertaba un poco más, al mismo tiempo que, le provocaba una tremenda curiosidad.
Por aquel momento, quiso olvidar los dos años que llevaba estudiando psicología e ignorar que, aquellas maravillas dichas acerca de la orquídea no eran más que una metáfora. Mas, esas palabras, parecían estar programadas en el chico de diecisiete años; como sí alguien se hubiera encargado de hacerlo pensar así.

Quizá, más tarde, analizaría lo dicho por Alonso aunque, ciertamente, no tenía mucha complejidad.

-Bueno, ya, no hablemos de botánica -bromeó (malamente) seguido de una carcajada un tanto escandalosa-. No entiendo porqué hablas así del amor. Tal vez te burlas de él porqué nunca lo has conocido.

Touché.

Jos había dado justo en el blanco.

Las cejas del ojiazul se alzaron entre tanto su expresión firme se suavizó. Su mente daba una y mil vueltas para encontrar la réplica perfecta, pero nada; las palabras se quedaron atoradas en la garganta.

-Supongo qué nunca te has enamorado -para su suerte, el pelinegro, volvió a hablar-. ¿No te gustaría sentir esas famosas mariposas en el estómago? Es una de las mejores sensaciones.

-¿Mariposas? -el castaño sonrió burlonamente-. Amo a todas las criaturas de Dios y las metáforas que inspiran, pero esas mariposas tienen que ser asesinadas -escupió, tratando de ignorar que, dichas "mariposas" empezaban a aparecer con solo pensar en el ojimiel.

Canela, se trago la risa.

-¿Entonces? ¿Te vas a quedar toda la vida solo?

-Me tengo a mí, no necesito a nadie más -afirmó de inmediato al momento que tomaba sus cosas. Su tiempo ahí había terminado...literalmente.

-¿Así que el gran Alonso Campderich va a seguir adulandose a sí mismo mientras besa su reflejo en el espejo? Vaya vida.

-¿Por qué no lo haría? Soy Alonso Campderich. El mejor de los mejores -sonrió de lado con enorme triunfo, no demorando más de cinco segundos en ponerse de pie, dispuesto a salir de la mansión Canela.




Recordá siempre: las orquídeas no sienten, por eso son perfectas.
-Sharon Benson.







El apellido de Alonso será sustituido por Campderich debido a requerimientos de la historia.

















castle walls ♕ j. v.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora