Capitulo XI

677 55 1
                                    

(Simón y Ámbar bajan del carro y se detienen frente a un edificio de artes) 

Ámbar: No conocía tu pasión por pintar. 

Simón: Hay muchas cosas que no sabes de mí. 

Ámbar: Yo me preguntó ¿por qué será? (Simón sonríe sin separar los labios) 

Simón: Anda, entremos. (Los dos entran en el edificio, la secretaria les entrega a cada unos con el nombre del edificio, ellos se lo cuelgan en los cuellos y siguen por un largo pasillo) 

Ámbar: Estoy loca por ver lo que nos espera. 

Simón: No te impacientes, cariño. (Los dos llegan a una otra puerta, la cuál abre Simón y entran por ella llegando a un enorme patio lleno tanques por separado. Se acerca un hombre a ellos) 

Hombre: Hasta que llegan. 

Simón: Está todo listo? 

Hombre: Vayan a ponerse los monos en lo que voy a por sus armas y sus respectivos equipos.

 Simón: De acuerdo. (Simón y Ámbar se dirigen a los vestuarios y toman los monos de tela camuflaje y se los ponen por encima de las ropas) 

Ámbar: ¿De qué va eso? No me digas que voy a tener que disparate. 

Simón: Así será, eso si puedes. —Simón se acerca a ella. Toma una gorra de la misma tela del mono y la pone a Ámbar en la cabeza —. Te deseo suerte, Smith. 

Ámbar: Vos la vas a necesitar, Alvarez. (Se dan un beso antes de salir tomados de las manos. El hombre les entrega el arma. Ámbar se une al equipo femenino y Simón al equipo masculino) 

Hombre: En el campo hay pequeños explosivos que se van a disparar cada vez que yo pulse ése botón. —muestra un botón rojo en un mando—. Los explosivos no son peligros, pueden estar tranquilos y las pistolas contienen pintura, de los chicos es una de color azul y de las chicas color rojo. En fin, es un campo lleno de mina, y ambos equipos luchan, el equipo que consiga traer su bandera ante mí, es el ganador. El premio es: Si ganan las mujeres, los hombres estarán a su servicio por una semana y si ganan los hombres, las mujeres les harán los servicios. Vayan a sus puestos, en cuanto suene el silbato comienza la guerra. (Todos se van a sus lugares. El hombre Silvia y comienza la guerra)

 ...

 (Después de una hora luchando, quedan Ámbar, Simón y otra chica en el campo)

 Ámbar: Cubreme. 

Chica: De acuerdo.

(La chica sale del escondite y en un descuido, Simón hace lo mismo para dispararla. En lo que Simón dispara a la chica, Ámbar lo dispara a él. Las chicas se ponen a gritar victoriosas, Ámbar toma la nandera y corre por el patio tratando de no caer en las explosiones hasta llegar al hombre) 

Hombre: Las chicas sin duda han ganado. (Las chicas empiezan a saltar de emoción abrazándose. Simón se acerca a las chicas) 

Simón: Felicidades. 

Ámbar: Gracias perdedor.—se burla Ambar rodeando el cuello de Simón con los brazos —. Aunque eso no quiera decir que no te vaya a torturar por una semana. (Simón se ríe) 

Simón: Eso tampoco me impide bañarte de pintura. (Ámbar se aparta de Simón) 

Ámbar: ¿Qué éstas maquinando, Simón? (Simón empieza a disparar a Ámbar con la pistola de pintura, y se forma otra guerra entre todos hasta que todos se llenan de pintura)

 ...

 Simón: ¿Estás hambrienta? 

Ámbar: La verdad es que sí 

Simón: Conozco un lugar donde hacen buenas empanadas de carne, las mejores. 

Ámbar: ¿En qué restaurante van a dejarnos entrar Simón? Estamos llenos de pintura. 

Simón: Tranquila, no es un restaurante formal, no creo que llamemos tanto la atención, además, la combinación de rojo y azul nos queda muy bien. (Ámbar sonríe) 

Simón: Toma la calle de la derecha, a esta hora tiene menos tráfico. (Ámbar conduce hacia el lugar hasta que se detienen en el lugar y se da cuenta de que, no es exactamente un restaurante. Las mujeres preparan al aire libre y tienen muchos clientes, dado por todos los que están sentados. Simón y Ámbar ocupan una mesa) 

Simón: Voy hacer los pedidos, vuelvo enseguida. (Ámbar asiente y Simón va hacer el pedido, no tarda en volver y sentarse. Las personas a su alrededor los miran)

Ámbar: Creí que no llamaríamos la atención. Simón: Bueno, admito que me equivoqué. (Ámbar se ríe)

Ámbar: Este lugar es genial, se siente muy tranquilo. 

Simón: Deja probar las empanadas, te aseguro que no querrás probar otras. 

Ámbar: ¿Tan ricas están? 

Simón: Ya verás que no exagero. (Una mujer les entrega los pedidos y se va) 

Ámbar: Es mucha empanada. 

Simon: Todo es para tí. 

Ámbar: No quiero tanto.—dice dejando dos empanadas en el plato de Simón—. Vemos, veamos.

(Ámbar toma la empanada y le da un mordisco. Simón sólo la observa sobre su refesco, a continuación deja la lata de coca cola sobre la mesa para mirar a Ámbar) 

Simón: ¿Y? Ámbar: Creo que me llevaré unas cuántas para la cena—Simón esboza una carcajada— ¿De qué te reís, amor? Están ricas, son las mejores empanadas que he probado. 

Simón: Te quedan otras dos. 

Ámbar: Lo siento pero las debo recuperar.—dice Ámbar tomando sus dos empanadas otra vez. 

Simón: Me alegra que te alimentes.—Ambar toma un poco de su refresco— Me gusta que estés fuerte y sana.

Ámbar: ¿Lo mismo le decías a Daniela?—Simón suspira— Lo siento, no lo puedo evitar. 

Simón: Creo que es mejor que acabemos con eso. 

Ámbar: ¿A qué te referís? 

Simón: Te contaré lo que pasó. —Ambar se limpia la boca con la servilleta sin dejar de mirar a su novio — A casi cerca del catorce de febrero, llegué a la casa después de trabajar con mi padre, él era mecánico en una empresa de autos, yo siempre iba ayudarlo. Volví y encontré una nota de Daniela diciendo que ya no me quería, que lo nuestro no era amor, porque se había enamorado de alguien más. Me enfureció que me lo dijera por una nota, así que furioso, salí de casa tomando el auto de mi padre, y él, temiendo a que me pasara algo, salió detrás de mí en un taxi, pero no me alcanzaron y cuando volví a casa, me dieron la noticia de que él... había muerto mientras el taxista trataba de tomar una curva con alta velocidad.—El corazón de Ámbar sólo dio un salto al escuchar esta parte, ahora entiende porqué Simón no quería hablar del caso— Todo ocurrió muy rápido, y sin más, mi madre me abandonó dos meses después, diciendo que no puede mirar a la cara al asesino de su esposo. 

Ámbar: No es justo, no tuviste la culpa, ni siquiera sabías que tu padre te seguía. 

Simón: No podemos negar que parte de culpa es mía, sino me hubiera enfurecido, nada de eso habría pasado. 

Ámbar: Lo siento mucho, amor, y lamento sinceramente haberte insistido que me contaras, no sabía que fuera tan dolorosa. (Simón fuerza una sonrisa y toma a Ámbar de la mano) 

Simón: ¿Entiendes porqué te pedí que si algún día sientes que no me quieres que me lo digas de frente?


Por tu AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora