"Sólo contigo."
Megan.
Había pasado tres días en los que Zac se había ido a cerrar su trato millonario y me había dejado aquí sola, encerrada, con hombres y mujeres que monitoreaban todo lo que hacía y a la hora que lo hacía. Ellos le informaban a él, le juraban que yo estaba bien y obedeciendo todo al pie de la letra y él no se molestaba en llamarme ni en saber si lo que sus gorilas dicen es cierto.
─Señora, Sherwood.
Catalina, la mujer de seguridad se acercó a mí y me tendió, ─igual que los días pasados─ un cheque. Antes de que Zac se fuera, le pedí que al menos me dejara ayudar a los niños económicamente y para mi sorpresa aceptó. Cantidades bastante generosas estaban en la línea del cheque y yo era la encargada de firmarlos, por la tarde cuando había tiempo el hombre encargado de seguridad iba personalmente a entregar el cheque a nombre de mi esposo y mío. Aunque la ayuda que brindábamos era para los niños y para las mujeres de los distintos centros, para mí era como no esforzarme ni un poco.
─El señor Sherwood llega esta misma tarde.
─Está bien, puedes irte.
Ser una persona grosera no me gustaba, pero esta mujer es como un grano en... como una piedra en el zapato, si eso era. Cada que tenía la oportunidad me recordaba que aunque yo fuese la esposa del jefe, ella era quien mandaba.
Me di un baño, me puse un vestido celeste algo holgado con ajuste solo en la cintura y unas sandalias plateadas. Amaba vestirme de esta manera, pero a Zac le gustaba más que me pusiera vestidos ajustados al cuerpo y yo encantada lo complacía, después de todo cada uno de los vestidos que me había comprado eran hermosos.
Bajé a sala. Todo estaba solo, a simple vista, pero fuera de la mansión, estaba repleto de hombres con armas enfundadas, lentes oscuros, trajes negros, walkie talkies y audífonos que les permitía comunicarse entre ellos.
Entré a la cocina, hornearía un pastel de chocolate. Lo único que podía hacer sin tener que pedir permiso.
Después de un rato, cuando el pastel estuvo listo, subí para elegí un qué libro podría leer, pero ya había leído cada libro que llamó mi atención de la gran biblioteca de Zac. Estaba atrapada, sin nada que hacer.
Mi celular no llamaba mi atención, para qué me servían las redes sociales sino tenía a nadie con quien hablar.
─Señora, el señor Sherwood ya ha llegado y pide verla.
Bajé junto con la ogra y entramos al despacho de mi esposo. Nunca antes había entrado aquí, prefería darle su espacio para trabajar, pero vaya que es un lugar asombroso y bastante grande, tiene una repisa enorme y llena de más hermosos libros.
Catalina salió de la habitación y nos dejó solos, mi esposo estaba al teléfono, hablando ruso (El único idioma que sé aparte del inglés y el español).
Dejó sus papeles a un lado, después de terminar la llamada, pero no me acerqué a él, seguía molesta porque no me dejó ir a leerles a los niños.
Me senté en la silla frente a su escritorio y esperé a que él hablara.
Su vista dejó de enfocarse en los papeles para verme a mí, pero yo simplemente no me inmute. Me regló una de esas radiantes sonrisas que tanto me gustan y estuve a punto de flaquear.
─Ven aquí amor y dame un beso.
No, ni siquiera esperó a que yo me acercara. Él solito caminó hasta mí, me puso de pie y selló sus labios con los míos. Su aliento mentolado y fresco me embriagó por completo. No me resistí y enrede mis dedos en el cabelló de su nuca, jamás podría cansarme de sus besos.
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Despiadado ©
RomanceSu mirada era más fría que un tempano de hielo. Estaba claro que le gustaba verme sufrir. Su pasatiempo favorito era ver mis lágrimas correr. ¡ADVERTENCIA! Esta obra tiene lenguaje vulgar (palabras altisonantes), maltrato físico y contenido sex...