Capítulo 11.

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"Como antes."

Mentiría si dijera que esto no me gustaba. Extrañaba sentir sus brazos envolviendo mi cuerpo cada noche. Extrañaba poder calmar mis pensamientos, alejar esas horribles pesadillas que me atormentaban en ocasiones, dejar de lado todo con el simple roce de su cuerpo con el mío.

Mentiría si dijera que no me gustaba todo de él, porque, para empezar, eso nadie se lo creería. Mis ojos me delataban, lo amaba más que a nada en el universo. Él era lo mejor que me había pasado en el poco tiempo que tenía de vivir. Él era la luz en toda la oscuridad que eclipsaba mi mundo. Él era mi protector, mi amigo, el único que se había preocupado por mí y me había tendido una mano para poder ponerme de pie y seguir mi vida.

Él se había convertido en mi capricho. Había jurado no acabar conmigo solo hasta que lo conociera, hasta que pudiera agradecer todo lo que hizo por mí. Él había sido mi segunda oportunidad. Tantas cosas que había hecho por mí. Y eso que ni siquiera habíamos hablado más de cinco minutos.

Cerré los ojos. No podía apartarlo por más que mi mente me lo gritaba. Lo necesitaba.

‹‹ Caminaba por el oscuro y lúgubre callejón. Sabía que él me seguía. Sabía que si me alcanzaba todo se pondría mal. El acabaría conmigo, me destruiría.

Rezaba en silencio. Mis ojos llenos de nuevas lagrimas que remplazaban a las que ya bañaban mis mejillas, me dificultaban ver algo claro y solo me permitían ver siluetas borrosas y sombras de los edificios a mis lados.

Podía escuchar sus pasos, estaba corriendo. No perdí tiempo e hice lo mismo. Limpié mis ojos para dispersar las lágrimas y solo así, logré ver un enorme contenedor de basura. Llegué hasta él y me arrojé a un lado.

Tomé mis rodillas y las flexioné hasta que mi pecho descansó en ellas. Escondí mi cabeza entre mis brazos y me refugié en esa esquina mientras lloraba en silencio. Podía oír las ratas a mis lados, juré incluso sentir una cruzar por encima de mis pies, pero eso no era lo que me importaba.

Todo en este momento era mejor que ser forzada por ese hombre. No había forma de evitar esto, pero esperaba que Dios me oyera. Esperaba un milagro, porque seguía creyendo en él después de todo.

Yo nunca le había hecho mal a nadie, siempre que podía ayudaba a personas que estaban en peores condiciones que yo. ¿Acaso no era suficiente?

Lo escuché cerca. Podía oír su agitada respiración. Cerré los ojos fuertemente, casi al grado de lograr que dolieran.

─ ¿Pequeña?

Pero esa no era la voz que esperaba escuchar.

─ ¿Te encuentras bien?

Mi corazón latió como un loco. Estaba desenfrenado. Me habían encontrado, pero este hombre no me estaba gritando. De hecho, su voz parecía querer romperse en miles de pedazos para sonar más dulce, para convencerme de que estaba a salvo.

─No te haré daño.

Abrí los ojos, aun con mi cabeza entre mis brazos. No quería levantar mi rostro y verlo, tenía miedo. Mi cuerpo entero temblaba y mi respiración fallaba de vez en cuando. Temía moverme y que él me descubriera. A mi escondite.

─Oye, tranquila.

Su voz sonaba justo frente a mí. Levanté el rostro y él apareció frente a mí en cuclillas.

─Tranquila.

No, este no era un ángel. Pero era igual de hermoso que uno. Sus ojos tenían un brillo diferente a los de Leonel. Él se veía simpático y no como un degenerado.

Despiadado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora