Capítulo 16.

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"Autocontrol."

─Señor─ murmuró el castaño, aterrado.

─Aléjate de mi esposa.

La voz de Zac era un susurró rabioso. Se esforzaba por no llamar la atención de los presentes y evitar un escandálalo.

─Basta, Zac─ murmuré.

Intenté apartarme de Sam, pero el mareo se intensificó sumando un dolor de cabeza que me hizo quejarme.

─Sam, quiero sentarme─ susurré a punto de colapsar.

Mi voz no podría llegar a oídos de Zac. No entendía cómo es que seguía de pie.

─Si, señora.

Tomó mi mano con delicadeza y me guio hasta una silla.

─Dije que te alejes─ gruñó.

Le dio un empujón.

─Detente, Zac─ balbucee.

Pude observar que la gente de la fiesta estaba bastante alejada de donde me había sentado minutos antes con Sam. Quizá ese fue mi error desde un principio.

Una mujer casada no tenía nada que hacer sentada con un hombre que apenas conocía en un lugar muy lejos de todos, lejos de su esposo.

Es algo absurdo, pero las personas siempre piensa lo peor de las situaciones y yo evitaba ser, a toda costa, la causa de las habladurías de la gente chismosa.

─No estaba haciéndole nada.

Sam se recompuso del empujón que recibió y noté su molestia ante tal acto por parte de mi esposo.

Claro que Zac nunca, jamás en la vida se inmutaba por nadie. Mi hombre era quien intimidaba, él era el macho. Los demás eran solo quienes se intimidaban y alejaban.

─Vamos a casa─ sugerí cuando vi su ceño demasiado fruncido.

─ ¿Ya te sientes mejor Meg?─ consultó el castaño.

─Dije que te largues─ siguió mi esposo.

─No me iré hasta asegurarme de que esté mejor.

Eso fue solo la gota que derramó el vaso. En cuestión de segundos, Zac tenía a Sam sujeto del cuello de su camisa. La diferencia de fuerzas era notoria, Zac no estaba siendo justo. Además Sam era seguramente unos años más joven que él.

Me puse de pie a duras penas e intente apartarlos. Obviamente era algo inútil, mi fuerza jamás se compararía con la de Zac. No estaba ni un poquito cerca de hacerlo ceder ante mi suplica por que se alejara de Sam.

─Zac, para.

─Cuando yo te dé una maldita orden, niñito, tú debes obedecerme─ aseveró, Zac.

─Sólo me aseguraba de que estuviera bien─ espetó él con la mandíbula apretada.

─Es mi esposa, lo que le pase no es tu asunto.

─Yo sólo obedezco la orden que el señor Sherwood me dio.

─Suficiente─ intervino, Rob.

Suspiré.

El agarré de Zac disminuyó. Me resultaba un tanto imposible creer que él había obedecido a la primera orden a ese hombre, pero no debería sorprenderme, se nota a leguas que Zac lo adora como si fuese un hermano mayor. Como un ejemplo.

─Sam, ¿qué está pasando aquí?

Él chico negó con evidente nerviosismo. Lidiar con un Sherwood era malo, pero tener que soportar a dos era aterrador.

Despiadado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora