Capítulo 23.

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"Ojos sin vida."

No hay un límite en el que se agoten las lágrimas y simplemente ya no salgan. Puede que por un momento te canses de llorar y pares, pero una vez que los recuerdos regresan a ti, las lágrimas vuelven a salir.

Sus ojos inexpresivos se habían sumado a la multitud oceánica de todos esos tormentosos recuerdos que tenía cada noche. Recordar como en el justo momento en que la bala entró en su frente seguía de pie, pero sus ojos, esos ojos verdes habían perdido el color casi de inmediato, ya no brillaban con fiereza, ya no había nada en ellos.

Despertaba envuelta en desesperación y miedo. Incluso en la penumbra de la habitación, veía sus ojos carentes de vida, me observaban acusándome de su muerte. Fui yo quien lo hizo reaccionar, fui yo quien lo hizo apuntar decidido a disparar y fui yo el motivo por el que él estaba en ese lugar, la razón por la que murió.

Había pasado exactamente una semana y cada día parecía que presenciaba nuevamente lo ocurrido. En mis sueños él se levantaba, me observaba con esos horribles ojos sin vida y me gritaba que era yo quien debía estar muerta y no él.

Nuevamente me encontraba llorando a gritos, arrojando las almohadas, cojines y unos cuantos peluches que se encontraban en la cama hacia una pared de la habitación.

Ahí estaba el, observándome de manera intensa, sus ojos estaban rojos y su rostro estaba cargado de rabia, ni si quiera me dejaba una vez que despertaba.

Todo eso sumándole las fiebres y sus molestos síntomas, simplemente empeoraba mi estado. Mis ánimos se habían esfumado como mis ganas de seguir. Medicamentos, calmantes y próximamente unas interminables sesiones con un terapeuta.

(...)

Dos sombras horribles se habían formado debajo de mis ojos. Zac me veía desde la puerta, su cuerpo estaba apoyado en el marco, su rostro seguía impasible, me observaba como si evaluara el nivel de psicosis por el que estaba pasando en estos momentos.

─Te vez terrible, Megan─ masculló en un susurró.

─Gracias─ mi sensibilidad estaba por los suelos, al igual que mi ánimo. Lo último que quería era discutir con él.

─Surgió un viaje de último momento.

Dejé de verme en el espejo y giré hacia donde él estaba. Su semblante cambio, sus ojos brillaron y me regaló una sonrisa hermosa. Era una enorme lástima que no pudiera responder de la misma manera.

─Que bien─ susurré repentinamente irritada.

─Irás conmigo.

─Excelente─ realmente no me importaba.

Salí del baño aun envuelta en la bata y caminé al armario. No quería un lindo vestido y no quería una falda cara. Tomé simplemente un pantalón, una blusa de tirantes y un suéter de lana negro con unos besitos estampados.

Sólo iremos al psicólogo, no es gran cosa.

─Lindo suéter─ susurró mientras tomaba mi cintura y dejaba un beso en mi cien.

Quizá unos días antes me hubiese sentido mal de verlo con un traje hecho a la medida y su cabello bien peinado mientras yo vestía con fachas de mendigo, pero no hoy.

─Lo sé─ musité con una sonrisa fugas.

Sentía un molesto pero soportable dolor de cabeza, sólo quería dormir, aunque sabía que me resultaba imposible. Estaba cansada de todo y no quería saber nada de nada.

Viajamos hasta el consultorio, mi cabeza estaba recargada en el hombro de Zac, su delicioso perfume me envolvía causando un mareo delicioso.

Estaba a punto de quedarme dormida cuando el auto se detuvo. Bajamos y caminamos hasta el consultorio.

Despiadado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora