Capítulo 9.

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"A su altura."

Megan.

─Señora, no puede salir. El señor Sherwood dejó una orden estricta que prohíbe que usted abandone la mansión.

Catalina caminaba a toda prisa detrás de mí. Parecía que cada una de sus palabras estaban cargadas de suplicas, pero no me importaba.

─Señora...─ tomó mi antebrazo con delicadeza─. Sea razonable, su estado no ha mejorado, necesita descansar.

─No necesito nada, Catalina, ya estoy perfectamente. Volveré antes de que Zachary llegue. No se dará cuenta de que he salido.

─No puedo dejar que salga. Mi trabajo es protegerla, pero debo seguir las reglas del jefe ante todo lo demás.

─Catalina, por favor. Llevo una semana sin ver a mi madre. Necesito saber si está bien.

Negó, rápidamente.

─Lo siento, pero no puede salir.

─Cata...─ la miré, suplicante.

─Y aunque pudiera salir, ¿Quién la llevaría?─ suspiró, frustrada─. Todos los empleados siguen al pie de la letra las órdenes del señor Sherwood.

Sonreí.

(...)

─Espero que tu madre haya hecho pastel de zanahoria.

La voz de Monroe hizo que Catalina soltara una ligera risilla.

─Quien diría que un hombres de tu volumen rompería las reglas solo por su debilidad por los pasteles─ comentó con burla la rubia.

─Oye, todos tenemos una debilidad oculta─ fingió estar indignado─. Además, el pastel de zanahoria que hace la señora Elizabeth es delicioso.

─Nunca he probado el pastel de zanahoria─ comentó con el ceño fruncido.

Mi vista y la de Monroe se encontraron por el espejo retrovisor. Sus enormes ojos parecieron saltarse de su lugar y los giró en dirección a Catalina, como incitándome a decirle algo.

─Cuando lo pruebes verás cuan rico es.

─Sí, sí. Intenté hacer que mi mujer lo preparara, pero a pesar de que es una muy buena cocinera no logró hacer que supiera igual.

─Y lo agradezco, de no ser por tu debilidad por ese postre no podría visitar a mi madre cada miércoles.

Ambos soltaron una carcajada.

─ ¿Cuál es tu debilidad, Catalina?─ preguntó el pelinegro.

─La gelatina de fresa─ sonrió como una pequeña.

─Es rica, pero las gelatinas no son mis favoritas─ murmuré en una sonrisa gigante. Ya casi llegábamos a casa de mamá. Moría de ganas por abrazarla, pero el miedo seguía presente con el simple hecho de pensar en que Zac nos descubriría.

─ ¿Cuál es la suya, señora Sherwood?─ preguntó la mujer.

─Chocolate, amo el chocolate.

─Mi hija adora el chocolate─ sonrió y sus ojos brillaron con emoción─. Siempre debo esconder los que le compro sino se los termina en solo cuestión de minutos.

─Tenemos algo en común─ sonreí.

Apenas llevábamos cuarenta minutos en el auto y ellos me habían hecho sonreír todo lo que no había sonreído en la semana.

─Llegamos─ anunció Monroe.

La tarde pasó muy rápido, teníamos que volver antes de las siete o Zac llegaría y nos iría mal a todos.

Despiadado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora