Epílogo.

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   Megan.

El regreso a casa después de una larga lucha por recuperar la salud de mi bebé fue genial. La mañana del cuatro de julio, exactamente hace un año, recibí una llamada de mi padre donde me pedía que lo visitara. Esa llamada que comenzó como la búsqueda de un poco de compasión hacia él, se transformó en una feroz y terrible amenaza hacia Zac.

"Fui yo quien mató a tu madre y si no me visitas, el siguiente será tu esposo".

Sus palabras resonaron en mi mente durante unos minutos hasta que caí en cuenta que el asesino de mami no fue nadie más que el hombre que junto a ella me dio la vida. Mi padre resulta ser un hombre capaz de muchas cosas, no dudaba que el siguiente en la lista de sus víctimas fuera mi amado Zac. Una prueba rápida de ello fue la vez en que mandó a que le dieran un disparo, solo para mantenerlo alejado unos días.

En esa ocasión tenía a sus guardaespaldas con él y aun así lograron herirle, no había manera de que esta vez fuera diferente y acabara en una tragedia que estoy segura me destruiría por completo.

Después de caer en cuenta de lo mal que me sentía no pude hacer otra cosa más que despertar a Zac y pedirle que me llevara al hospital.

Los dolores aumentaron hasta llevarme al sueño. No recuerdo nada de ese día solo sé que mi bebé nació y yo no pude verlo hasta casi un mes después.

Nunca había visto a Zachary tan contento antes, la primera vez que fuimos juntos a ver a la personita que él desconocía qué sería no sabía que esperar. Las lágrimas que dejó salir ese día fueron de felicidad, suspiraba reiteradas veces como si su pecho no alcanzara para tanta.

Y cuando pudo al fin tener en brazos a esa cosita pequeñita, alguien necesitada de la protección que solo nosotros podíamos darle, sonrió como nunca mientras besaba su cabecita.

Cuando pudimos traerla a casa él no podía apartarse de la cuna, nunca lo logró, no había podido hacerlo durante meses y no pudo hacerlo hasta ahora.

Lo observé como cada mañana cuando despertaba y veía su calma y dedicación por hacer la misma travesura de siempre.

Me ofreció una sonrisa genuina, como cada mañana tratando de disimular su error de cada día.

─Así nunca va a acostumbrarse a dormir en su habitación.

Acarició su cabecita y dejó un besito en ella.

─Hoy es su cumpleaños, no podía darle disgustos.

No puede ser. Ha pasado un año y aun no deja de actuar como si fuera el primer día en tener su cuerpecito en sus brazos.

─Me pregunto cuál es la excusa que te inventas a ti mismo otros días─ susurré en broma.

Chasqueó la lengua.

─No necesito excusas, la verdad es que oír como llora me rompe el corazón.

─Tendrás que aprender un día que consentir a un hijo demasiado trae consecuencias.

Sin dejar su tarea de acariciar su cabellito me observó.

─Las asumiré sin problemas─ aseveró.

Asentí.

─Si dejas que descanse en su habitación unos momentos tu y yo podremos entretenernos un rato─ susurré intentando que se desprendieran un momento.

Me observó y sonrió.

─Está bien─ intento ponerse de pie.

El llanto de la pequeña intrusa en su pecho hizo que se quedara en su sitio.

Despiadado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora