Capítulo 38.

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"Malas intenciones."

Lo observaba moverse de un lado a otro esperando la llegada de Ernesto. Durante toda la tarde no me habló, se limitaba a verme con odio y burla.

Llegó un momento en el que ya no me sentía bien, estaba incomoda y muerta de asco. Me puse de pie y caminé al baño, me observé en el espejo por primera vez en días y lo que vi me dejó completamente en jaque.

Ojeras, cabello mal peinado y no había brillo en mis ojos. Una arcada seguida de otra me hicieron correr al inodoro y regresar lo poco que había ingerido en la mañana. Me puse de pie y me enjuagué la boca y salí del baño.

─Robert─ musité bastante bajito para no interrumpir arrebatadamente su llamada.

─Te llamó luego─ informó a quien estaba del otro lado de la línea.

Su voz fue tan dulce que me pareció imposible de creer que ese era el hombre que me grito hace unas horas.

─ ¿Qué ocurre, Megan?

Giró hasta mí y me observó con el ceño fruncido, para después acercarse a mi demasiado rápido.

─No me siento muy bien.

Tomó mi mano para llevarme hasta la silla más cercana.

─ ¿Hace cuánto comiste algo?

No sabía si estaba asustado o fastidiado de que le diera problemas.

─Comí algo en la mañana.

─ ¿Qué fue lo que comiste?

Oh, no.

─Un emparedado de queso.

─Eso no es comida, Megan.

─No tenía hambre.

Mentía. Jamás en mi vida había tenido tanta hambre, pero apenas si probaba bocado de algo y el frijolito me obligaba a regresarlo.

─Hay que hacerte un chequeo, necesito que te den vitaminas y de paso que vean cómo va el pequeño Sherwood.

─Quiero ir a casa.

─Te llevaré después de que te revisen.

─No... mi médico no está aquí.

(...)

Desperté cerca de cuatro horas después de que Robert me dejara en casa. Él me había acompañado a revisar el avance de frijolito y también me llevó a comprar un poco de comida, aunque se trataba mi favorita no pude comer más de tres pedazos de zanahoria.

Bajé hasta la sala, frené en seco cuando vi a Robert acomodándose el saco.

─ ¿Qué haces aquí?─ formulé confusa.

─Ernesto llegará en una hora, debo estar presentable desde luego, además me pareció prudente tenerte cerca para que escuches de primera mano lo que está pasando con tu esposo.

Asentí.

─Iré a cambiarme.

El camino a la clínica fue bastante incomodo, estuve recibiendo varias miradas de Robert, cada una de ellas era como un reclamo.

Estábamos esperando al doctor, cuando se acercó Clark a darnos la noticia de que ya había llegado a las instalaciones.

─Haremos lo siguiente─ informó el ojiazul─. Les contaré todo lo que sé, pero ustedes no deben decir nada.

─Claro.

Robert ni siquiera lo veía, pero su tono no fue el incorrecto. Yo solo supe que después de esto las cosas se pondrían peor, era muy extraño que un doctor supiera cosas que nosotros no.

Despiadado ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora