Capítulo 8

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-Narra Seis-

Estacioné el auto en los aparcamientos traseros del almacén, la chica no dejaba de temblar, y la cabeza se me llenaba de remordimientos. Éste es tu trabajo Seis, tienes que cumplir con él.

Miré la hora en el tablero del auto, eran las dos de la mañana. Sujeté con fuerza el volante sin moverme y volteé por el retrovisor. Ella no ha parado de llorar en todo el camino, me hace sentir culpable. Eso es malo porque jamás me había sentido culpable al hacer mi trabajo antes. Yo sé que nos tenemos que deshacer de ella, porque si no, ella podría delatarnos.

Me pasé la mano por la cabeza peinando hacia atrás el cabello húmedo y respiré profundamente. No pude matarla. No pude dejarla morir en aquel parque, simplemente no podía.

Pero tengo que cumplir con mi trabajo. Eso es lo que yo hago, cumplir sea cual sea el asunto. Me acerqué a ella y le desamarré mi bandana.

-¿Cuál es tu nombre? -pregunté con frialdad.

Ella no contestó, dejando que el silencio se apoderase de la atmósfera.

-¿No me lo vas a decir? -la observé fijamente por el retrovisor-. Como sea.

Busqué en la guantera la cuerda que saqué de la cajuela. Al encontrarla bajé del auto y cerré la puerta.

Paró de llover hace un rato pero sigue haciendo frío. Abrí su puerta y ella apretó con fuerza los ojos. Suspiré, y la tomé por las muñecas. Una vez que la saqué del vehículo, y le amarré las dos manos juntas con la cuerda, tratando de no apretarla demasiado.

Ella no traía zapatos, iba a tener que cargarla de nuevo, pues el piso de aquí afuera está muy inestable.

La levanté por la cintura, ella jadeó intentando contener las lágrimas, y la coloqué sobre mi hombro.

Comencé a caminar hacia el almacén. Estoy casi seguro de que voy a arrepentirme de esto. Mis pisadas hacían eco en el área abandonada, cuando a lo lejos vi a Bruce y a Mitch, quienes me esperaban en la entrada del viejo edificio.

Ellos piensan que traigo el cadáver de Frank Blumer, y en realidad, eso debí de haber hecho. La policía lo va a encontrar y comenzarán a investigar el caso. Ya tenemos suficientes problemas, pero esto seguro es otro.

Podía escuchar los silenciosos sollozos de la chica. No sé qué decirle, la última vez que hubo un testigo yo no tuve nada que ver, jamás tuve que hacer algo como esto antes.

Mitch me hizo un gesto con la mano, y yo se lo devolví para indicarle que todo va bien.

Cuando estaba a punto de llegar, los dos idiotas frente a mí pusieron un gesto de confusión.

-¿Qué rayos hiciste? -preguntó Bruce, pero no respondí.

Pasé a un lado de Mitch, y él miró a la chica desorientado.

Adentro estaba muy oscuro, solo había un foco en medio del gigantesco almacén abandonado. Estaba encendido, y debajo de la iluminación de la bombilla había alguien de pie, es Roland, esto se pone cada vez peor.

-Tenemos un problema -señalé en voz baja, pero mi voz hizo eco en todo el lugar.

-Ya era hora de que vinieras -dijo Roland, igual de confundido que Mitch y Bruce-. ¿Qué está pasando?

-Bueno -bajé a la chica lentamente y ella se quedó de pie bajo la lámpara colgante-. Resulta que ella es un testigo.

-¿Y qué idiota tuvo la culpa esta vez? -habló molesto, mirando a Bruce y a Mitch quienes estaban detrás de mí.

Damned ∙ libro unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora