Capítulo 25

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Narra Alissa

   Lo ayudé a ponerse de pie colocando su brazo sobre mis hombros. Su peso era increíble, nunca pensé que me costaría tanto trabajo moverlo de lugar. Estaba nerviosa, no me agradaba ver tanta sangre, incluso sentía nauseas.

   –¿Qué es lo que pasó? –volví a preguntar con nerviosismo. Pronto llegamos a la sala y lo dejé recostarse sobre el sillón. Recargó su cabeza hacia atrás en el respaldo y frunció el ceño con los ojos cerrados.

   –Me apuñalaron –musitó sin más.

   Tenía que examinarle la herida, supongo que vino aquí por ayuda. Rápidamente me acerqué y tomé el extremo de su camisa negra alzándola con cuidado, la sangre no dejaba de fluir.

   –¿Qué estás…

   –No te muevas –le regañé en voz baja y para mi sorpresa hizo caso. Parecía estar bastante debilitado. Cuando pude ver la herida ahogué un grito y apreté la mandíbula. Debía dolerle demasiado, era una abertura bastante profunda.

   –Rayos… tengo que llamar a un médico –dije horrorizada. Tenía miedo de que perdiera demasiada sangre. Su pecho se elevaba constantemente por los jadeos y me ponía los pelos de punta. ¿Cómo es que pasó todo esto?

   –No, no, no, ni lo pienses –habló enseguida claramente agitado. Era una mezcla entre desesperación y enojo, no podía entenderlo.

   Respiré profundamente y lo miré directo al rostro. Bajo la luz amarillenta de la lámpara podía divisar los rasguños y golpes que llevaba. También se había roto el labio. Pero algunas de las pequeñas lesiones parecían ya estar a punto de curarse, como si hubieran sido de mucho antes. Podría jurar que no las tenía la última vez que lo vi. ¿Es que no puede evitar meterse en problemas?

   –¿Qué hago entonces? –pregunté frustrada. Se quedó callado por un momento y comencé a salirme de control, me temblaban las manos.

   –¿Tienes un botiquín de primeros auxilios? –inquirió con un gesto de dolor en el rostro.

   –Seis esa herida es demasiado profunda –comencé con la voz temblorosa–. Un botiquín no va a…

   –Sólo tráelo –dijo impaciente, abriendo los ojos para mirarme con desesperación.

   Enseguida lo hice. Aunque sé que esto no servirá, necesita ir a un hospital cuanto antes. Busqué la pequeña caja de primeros auxilios hasta que la hallé en el gabinete del cuarto de baño, y acto seguido fui a la sala en donde se encontraba Seis.

   –Toma gazas, alcohol, cicatrizante, y una venda –indicó cuando notó mi presencia. Se notaba que le costaba hablar y contener el dolor. Saqué lo que me pidió y esperé alguna otra indicación.

   –Necesito que aprietes la herida –masculló con la respiración agitada. Mis ojos se dilataron al instante.

   –No puedo –mi voz se quebró. Estaba acobardada y ni siquiera me atrevía a mirar.

   –Hazlo… desinféctala con alcohol y luego ponle cicatrizante… pero no debes dejar de apretar –indicó con firmeza.

   Diablos.

   Junté todo el valor que tenía e inspiré profundamente para hacer lo que había dicho. Apretando la herida para detener la hemorragia comencé a desinfectar utilizando una gaza. Seis levantó un poco la cabeza para observarme mientras seguía con su indicación.

   ¿Qué está haciendo aquí de todos modos? Si lo apuñalaron y vino hasta acá es porque seguramente estaba cerca, pero él no habría venido, a pesar de que no entiendo muy bien eso de las pandillas, tengo entendido que si un integrante de otra bandada pisa territorio enemigo, habrán graves consecuencias.

Damned ∙ libro unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora