Capítulo 62

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–Narra Seis–

   Mis ojos se abrieron como platos al haberme escuchado a mí mismo y por un momento los minutos parecieron comenzar a correr más lento. La atmósfera dentro del vehículo adoptó un aspecto de pesadez como si hubiesen demasiados pensamientos, sentimientos, y emociones flotando en el aire. John; quien venía al volante, miró por el espejo retrovisor totalmente perplejo, y Winston; a un lado suyo, tosió con exageración agachando la cabeza.

   Poco a poco sentí el agarre de Roland en mi cuello aflojándose, mientras gradualmente iba haciéndose más notorio y marcado el gesto de confusión que pintaba su cara.

   –¿Qué… qué acabas de... –dijo con torpeza sin terminar la oración, pues quizá estaba más concentrado en examinarme a través de la oscuridad que brindaba la noche.

   Cuando me soltó y alejó el brazo con lentitud, me enderecé en el asiento y recargué la cabeza en la ventanilla sintiéndome pesado de pronto. Yo no quería decir eso. Pero lo dije, tal como si las palabras hubiesen salido por sí solas desde el fondo de mi pecho, dejando a flote los sentimientos que las acompañaban.

   –Yo no… yo… –murmuré mirándolo de vuelta pero lo que estaba diciendo desapareció de mi mente; siendo remplazado por una enorme sensación de angustia.

   ¿¡Por qué carajo dije eso frente a éstos tres imbéciles!? Ellos no tenían que saber nada de esto, de hecho nadie tenía que saberlo, porque es algo que aún ni siquiera termino de entender.

   –John, ¿quieres darte prisa? –Roland vociferó exasperado, posando la vista al frente en el camino, y posteriormente volteándome a ver una vez más, pero ahora un poco más espantado–. Y tú, ¿te golpeaste en la cabeza?

   ¿Qué?

   –No –respondí con la voz diminuta.

   John aumentó severamente la velocidad con la que conducía, pasando en zigzag uno a uno los vehículos que se atravesaban en el camino. Ni una palabra más fue mencionada hasta haber llegado a La Galería. Pasé el rato entero pensando en lo que acababa de ocurrir y aún no encontraba ningún indicio de error en lo que había dicho, eso era lo peor de todo.

   Bajamos del vehículo en el solitario barrio de Millbrae del sur de la ciudad, y entramos a La Galería detrás de Roland quien tenía más prisas de lo normal. Ni siquiera quería mirarme, cosa que me daba igual, pues de todas maneras estaba sumido en mis propios pensamientos cuestionándome una y otra vez esas molestas preguntas que parecían no tener respuesta. ¿Entonces eso es lo que siento por Alissa? ¿Algo que creí que jamás se aparecería en mi vida? ¿Algo de lo cual dudé la existencia desde hace mucho tiempo? ¿Existía, y yo lo estaba sintiendo ahora?

   –John, Winston, ustedes ya pueden retirarse –Roland dijo, haciéndolo sonar más como una orden, la cual ambos obedecieron desapareciendo en cuestión de segundos.

   Cuando la puerta se cerró eché un fugaz vistazo al lugar, asegurándome de que todos estaban aquí; y prestando mucha atención.

   –Volvieron –Bruce señaló, acercándose para tumbarse en el sillón de manera despreocupada–. ¿Qué tal todo? –pero después de un buen rato sin recibir nada mas que silencio por nuestra parte, pareció comenzarse a preocupar cambiando el gesto a uno serio y de alerta.

   Roland empezó a caminar pausadamente de un extremo del lugar al otro, sin quitarme los ojos de encima. Aún no decía nada, pero si sus ojos pudiesen hablar seguro habrían dicho “ya me colmaste la paciencia, pero desgraciadamente no puedo matarte”.

   –No hay contrato –murmuré cruzándome de brazos al momento en que me recargué sobre la pared más cercana.

   –¿Cómo? –Cole saltó de su puesto frente al ordenador y avanzó para quedar cerca, detrás del sofá. Dylan y Wes también se reunieron, mientras que Mitch observaba con interés desde un punto lejano en la habitación.

Damned ∙ libro unoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora