Capítulo 41

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— Jo, ¿por qué él tiene regalos más chulos que yo? ¿Por qué yo no tengo ninguno? — Hice pucheros.

— Hija, él tiene los regalos que pidió, y aún quedan tres semanas para tu cumpleaños. — Contestó mi padre sonriendo y acariciándome la cabeza con su enorme mano.

— Tranquila hermanita, yo lo comparto contigo.

— ¿Ves que bueno es tu hermano? Bueno, ahora viene la mejor parte, ¡la tartita! — Soltó entusiasmada mi madre, y todos la seguimos hasta la cocina.

***

Me desperté sobresaltada, me erguí sobre la cama, ¿qué narices había sido eso? ¿Por qué había un niño que me llamaba hermanita? ¿Qué leches está pasando aquí? No entiendo nada, no sé a qué ha venido ese sueño sin ninguna razón y tan de sopetón.

Me toqué la cabeza confundida y con dolor. Me iba a reventar.

De repente noté que alguien me besó el hombro. Miré a mi alrededor. Había ropa tirada por todos lados. Miré hacia a atrás, y vi a Rubén, entonces me acordé de la noche anterior.

— Buenos días, más que buenos, ¿pasa algo? — Preguntó con los ojos medio cerrados.

— Nada... — Suspiré.

— Estas pálida.

Miré el reloj.

— Es tarde.

— Son las tres, podría ser peor.

Mi tripa hacía sonidos muy extraños.

— Tengo hambre. — Solté un poco mareada.

— No estás bien. Has... ¿Tenido una pesadilla, o algo...?

— Un... Sueño extraño y estúpido, no... No tiene importancia. — Dirigí mi mirada a otro lado. — Vamos a comer, ¿o qué?

— Si, claro, vamos, pero digo yo que primero tendremos que vestirnos...

— ¿Eh? Ah, sí... Voy a ducharme.

— Ya de paso nos duchamos juntos, ¿No? — Lo miré de reojo. — No...

Fui al baño y lo primero que hice fue lavarme la cara con agua fría, muy fría, aunque me iba a bañar nada más acabar, pero necesitaba aclararme la cara.

Hice el desayuno (aunque fuera la hora de comer), algo simple, cuatro tostadas con mantequilla y dos vasos de leche con cacao puro. Amarga mucho, pero si echas poco y sabes echar lo justo de azúcar, es lo mejor del mundo.

Estaba intrigada por ese sueño... Yo no tengo hermanos, soy hija única, si los tuviera me acordaría, y supongo que mis padres me lo hubieran dicho...

— Croft, te veo distante, de verdad, ¿Qué ocurre? Soy malo en la cama, ¿Verdad? Es eso lo que pasa, pero es que te da corte decírmelo. Ay dios mío. — Se cubrió la cara con las manos y se puso a llorar falsamente. Entreabrió los dedos y miró por el hueco de la apertura mi reacción. Yo seguía sería, mirando a las tostadas con un rostro indiferente. — Eh, Croft.

— Si Rubén, eres malísimo en la cama. — Contesté sin separar la mirada del plato. Alcé la vista, vi a un Rubén serio y de brazos cruzados apoyados sobre la mesa. Yo aparté mi comida a un lado e imité su gesto. Nos miramos fijamente a los ojos. Sonreí de lado, y al ver que por lo menos sonreía débilmente, él hizo lo mismo. — No, no eres malo en la cama. — Reí levemente para disimular mi preocupación.

— Entonces ¿qué pasa?

— Digamos que... Tengo problemas... Familiares.

— Vaya. ¿Qué clase de problemas?

Tú eres mi destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora