El mejor regalo

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Ahh... esta historia la hice ayer para su cumple de Naruto... ¡Y mi internet falló! Lo que pasa es que mi computadora necesita el cable para tener internet y no funcionaba. Aun estoy en pausa con las historias pero no podía dejar ese día sin esto. 

Es algo simple y burdo pero espero lo disfruten. No tiene tanto yaoi porque pensé cuál sería un buen regalo que YO quisiera darle si tuviera la omnipotencia que tengo escribiendo, esto salió. 

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Todo el que conoce a Naruto Uzumaki desea darle un buen regalo el día de su cumpleaños. Todos se esfuerzan cuando son muy cercanos a él.

Hay quienes le dan ropa, bebidas y ramen. Otros le dan pasteles, dulces, muñecos, bufandas, armas ninjas. La aldea le dio un desfile, todos buscan pasársela con él ahora...

Pero alguien le dio algo especial. Y no estamos hablando del bendito sexo que Sasuke le da para su cumpleaños.

Un regalo que atesora y que equivale a cien regalos si se lo preguntan al rubio. Es un regalo hermoso... y se lo dio Boruto.

¿Y qué es, entonces, ese bendito regalo que es mejor que el sexo con Sasuke? Pues es un regalo que hace que Sasuke le dé una buena noche al rubio. Pero para entenderl el regalo, habrá que rebobinar al pasado... como él lo hizo una vez...

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Era una mañana común con unos rayos parecidos a los de otros días. No fue el despertador el que lo levantó de la cama si no ese gritillo de Himawari, ese gritillo de alegría que solo alguien en especial provocaba. Sus ojos azules se abrieron de repente y la sábana parecía no quererlo dejar ir, haciéndolo caer dos veces en su intento por correr. Liberada de la maligna tela, fue un pergamino el que detuvo de nuevo su camino, haciéndolo resbalar hasta centímetros de la salida.

-¡Maldita sea! –la puerta se abrió con fuerza provocando un airecillo que le movió los cabellos. Bajó solo tres escalones antes de recordar que era un ninja y saltar hasta la planta baja. El pasillo alfombrado le guió hasta la puerta principal. Era su hermana agitando su mano derecha mientras cerraba poco a poco la puerta.

-¡Adiós papi! ¡Buena suerte en tu trabajo! –le decía como últimas palabras antes de que el picaporte sonara sellando la entrada. -¡Hermano, madrugaste! Qué raro... -le sonrió como siempre. El miraba perdido la puerta. –Papi vino ayer muy tarde, dijo. Lo encontré dormido en el sofá y ambos desayunamos.

-Ese viejo... solo vino a comer y se fue. –se dio la vuelta mientras subía los escalones de su habitación.

-Mamá te guardó el desayuno...-le avisó su hermana mientras lo veía refunfuñar como siempre. –Dice que no tardes en bajar.

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