Reloj

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Sus pupilas se mantenían inertes puestas en ese círculo blanco con líneas pequeñas a su alrededor. Escuchaba perfectamente el constante tic tac que daba el segundero. Si pudiera, movería las piernas impacientemente pero por dentro seguía siendo el mismo chico enérgico, así que su brío parecía salir a chorro por su mirada intensa.

-Un poco más, Naruto. –le dijo una mujer de ojos verdes mientras se ponía de cuclillas y le acomodaba su camisa y pasaba sus manos por su cabello. –Te ves bien. Galán. –le presionó levemente la nariz y acomodó mejor la silla frente a él. – ¿Te le vas a declarar hoy? –le susurró y aunque su rostro seguía igual, pudo ver un brillito en la mirada azul. –Entonces sé paciente.

Sí, faltaba muy poco.

Sus manos descansaban algo torcidas encima de los respaldos y su cabeza estaba algo inclinada hacia la izquierda. Apenas podía contener la saliva pero su mejor amiga y enfermera personal estaba ahí para cuidar que todo estuviera en orden.

Cuando la manecilla de los minutos dijo que ya era la hora en punto, sus ojos se fueron en busca del chico que le sacaba suspiros invisibles. Unos segundos más y su corazón latió con velocidad mientras lo veía entrar con lentes oscuros y la camisa blanca alisada y abierta de los tres primeros botones. Lo vio entregar unos papeles, mostrar una credencial y quitarse los lentes. Vio sus ojos que viajaban por todos lados mientras escuchaba a las enfermeras.

Lo vio asentir mientras recibía una tabla y se ponía su bata.

Sonrió internamente pensando que moriría por tanta adrenalina. Es que era tan guapo. Tan tierno. Tan lindo. Tan atractivo. Tan misterioso y... a la vez, gritaba tanto con sus ojos. Cuando lo notó, supo que eran iguales. Porque Naruto hablaba con la mirada pero muy pocos, muy, muy, muy pocos lo escuchaban. Y él... parecía abandonado, todos miraban su cuerpo, su rostro, sus logros... ¿por qué nadie entendía que posiblemente en casa estaba solo?

-Tómale una foto, duran más. –le dijo la chica mientras acercaba una jeringa. –Te voy a poner un relajante para que no te duela la mandíbula ¿de acuerdo? –interrumpió su mirada y lo vio molestarse pero aceptar. –Bien, bien... -lo inyectó con cuidado, observando esos ojos enamorados para asegurarse de que no doliera demasiado. -¿Le hablo? –le dijo pícara mientras se acercaba a su oreja izquierda, lo vio temblar en su interior y se rió divertida. –Ya vuelvo.

La escuchó saludar a alguien más, a otro paciente. Su dulce Sakura, si bien tenía un carácter del demonio, era muy buena en su trabajo y los trataba con dignidad. A veces lo hacía olvidar que era un inútil catatónico huérfano que estaba en un hospital de lujo porque antes de terminar así firmó un permiso para utilizar medicamentos experimentales.

Era eso o nada.

Además, la muerte se veía muchas veces como el mejor descanso.

Aunque, cuando llegó ese doctor por primera vez y se acercó, Naruto sintió que tenía algo que hacer por fin con su vida. Lo esperaba todos los días, ya hace medio año. Había temporadas en que él no iba y tenía que ser aun más paciente.

Pero ahora lo tenía ahí, caminando por la sala.

Cuando se alejó del horizonte que podía abarcar su mirada, se entristeció pero su amiga movió la silla de ruedas casualmente hacia su dirección. Luego pasó frente a él para guiñarle el ojo. Naruto ahora podía verlo en una oficina escribiendo cosas en una computadora y asintiendo de vez en cuando, sabía, porque ya conocía muchas de sus expresiones, que estaba atendiendo a alguien, escuchando sus lamentaciones y recogiendo información. Cuando él estaba concentrado, luchaba contra el deseo de morderse el labio, ya lo había notado. Como quisiera ser sus dientes para probar esa boca.

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