Sobrevivir III

3K 344 206
                                    


No era la mejor de las tardes de su vida. La que tenía ese título hasta ahora era una tarde veraniega en Venecia junto con su hermano y su madre, sí, aunque faltara su padre, tener la presencia de sus dos seres queridos había logrado relajar la tensión de muchas semanas en trabajo extremo. Habían comido helado, disfrutado de una obra clásica en un teatro sin techo y por supuesto, no importaba la edad que tuvieran, disputarse los hermanos por la atención de la madre siempre era un placer extraño y difícil de explicar.

Pero bueno... ya hablando respecto a una serie de días llenos de muerte, suciedad, inmundicia, rutina establecida por alguien más... y posible asesinato y/ o violación en cada esquina, hoy era una muy buena tarde.

Dos noches atrás, Sai le había visto aquella marca que ahora cubría con su uniforme pulcramente acomodado de tal manera que su cuello no se veía del todo (habría que estar atento, con los ojos entrecerrados para ver esa obra abstracta que el Kyubi dibujó con una navaja aquella tarde). Ahora, con el título que cargaba, creía haber entrado en un infierno...

Pero todo era fresco, tranquilo, extrañamente amigable... quizá el infierno ya había pasado...

¡¿A quién engañaba?! Lo que pasa es que todo estaba pasando muy lento, sabía que tarde o temprano la tortura iniciaría, después de todo, la palabra "puta" no era un título de prestigio ni dentro ni fuera de ese lugar.

Sin embargo, como ya se recalcó, hoy era una buena tarde. Todos parecían conocer su nueva posición. Sai era quien parecía disfrutarlo más, obviamente.

Salieron de sus "jaulas" como dijo el guardia temprano. Caminaron por los pasillos y hoy nadie lo empujó. En la hora del almuerzo, ambos en la fila, fueron tratados con amabilidad por los reos encargados de administrar las porciones de comidas.

-Que lo disfrute. –le habían dicho cuando tomó su escasa porción de avena.

-Si... -le echó una mirada a su alrededor y todo el mundo, deficientemente sigilosa, lo observaba.

-Me encanta, me encanta. –comentó Sai mientras tomaba otro platillo de avena extra. –Oh, es para él. –les dijo a los guardias y no hubo comentario de reproche. Qué casualidad.

Se sentaron donde mismo pero nadie más se atrevió a ocupar la enorme mesa de diez espacios vacíos.

-No es que... no esté acostumbrado a esto... pero... ¿por qué me siguen mirando?

-Pues eres una nueva puta. –no dejaba de comer, mientras devoraba también su nuevo libro.

-Eso no es excusa. –refunfuñó sacando aire de sus fosas nasales y picoteando el plato.

En el receso, sucedió algo convenientemente parecido, inclusive había detenido el balón de baloncesto antes de que le cayera a la cara y entonces el silencio se hizo presente, el autor del incontrolable golpeteo del balón parecía estar viendo su propia muerte frente a él.

Sasuke alzó una ceja y lo lanzó sin mucha fuerza, luego se fue a sentar, como siempre, en la sombra para leer y relajarse.

Y claro, observarle. A él.

Joder, es que sí que lo conocía. Al hijo de puta, cabrón, malnacido que le había marcado el cuello y le había golpeado. Al maldito infeliz que le dio un ultimátum, al... sumamente pervertido que lo eligió a él para ser su esclavo sexual (que por cierto, ya tres días y nada de acción).

Ahí estaba: El Kyubi. Apenas moviendo sus piernas y brazos, calentando sus músculos para el siguiente torneo de baloncesto, con su sonrisa infantil y relajada, una sonrisa que aparentaba un "yo no he hecho nada más que cautivar a jovencitas enamoradas".

Historias cortas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora