Escondidas

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(Lo mío no es el terror, sorry u.u )

Era de noche. Era la noche de un velorio. Caminó con sigilo, viendo a todos los invitados; en la sala había un ataúd. Su madre lloraba desconsolada y su padre se mordía el puño por el dolor. Su estómago se achicó cuando no vio a su hermanito.

-No... -jadeó sabiendo que de alguna manera estaba exagerando, aunque no podía estar seguro del todo. Caminó entonces hacia enorme caja de madera pulida, costosa, vana en su utilidad; las personas, todas con atavíos negros, estaban ocupadas en sus asuntos y oraciones, podía ver el bulto mientras se acercaba: era un cuerpecillo, no era de un adulto, eso le aterró aún más.

-¡Itachi! –gritó por el pasillo una vocecita infantil. Bajo el marco de relieve color crema, aun con el moño puesto apretándole la garganta, su hermanito estaba reluciente como siempre y en sus mejillas la sangre recorría por debajo de la fina piel blancuzca. Dio gracias al cielo cuando lo vio sonreírle con emoción, le sonrió de vuelta disimulando su anterior estado de crisis próxima. Oh, que frío había sentido.

Su mano se estiró resuelta a tocar su frente cuando lo vio acercarse con emoción pero su padre interrumpió el encuentro, abrazando a su hijo menor, alejándolo de la sala aquella, murmurándose cosas mientras lo apretaba contra su cuerpo como pocas veces. Itachi miró el ataúd de nuevo, aun no sabía quién estaba ahí pero le parecía una decisión correcta de su parte, lo mejor es que el pequeño aun no tuviera el acercamiento a estos acontecimientos tan naturales y aun así tan aterradores.

La noche continuó, él tampoco quiso verlo, parecía ser algo de adultos solamente, los niños, sus primos y conocidos, estaban concentrados en jugar, divertirse, pasarla bien. Entró él entonces en su habitación, pensaba leer un poco o hacer tarea, el estudio era sencillo y gratificante para ellos, los Uchiha... ¡pero qué infamia y falta de respeto!, pensó al ver a todos aquellos niñatos en su habitación, con la puerta abierta y la ventana corrida, hojeando sus libros. Los miró con represalia, sin embargo, maduro como era, prefirió que los adultos se hicieran cargo, uno en específico: su padre. Porque sí, a sus trece años podría ser muchas cosas pero esto era algo más beneficioso de esta manera.

-Padre, necesito tu apoyo. –le llamó apenas se acercó al comedor y lo vio tallarse la frente y suspirar de hastío, dudó entonces en continuar. –Solo... quisiera contar con tu aprobación para sacar a los visitantes de mi habitación.

-Itachi.... –le nombró y negó con la cabeza, se cubrió los ojos. Vaya que era un triste, muy triste funeral entonces. Miró el ataúd, ¿bueno, quién era aquel desdichado que se ha adelantado? Se acercó con paso veloz pero se cruzó su gato, bueno, gato de Sasuke, pero gato suyo al fin y al cabo, después de todo, amaba más estar con él cuando se trataba de días lluviosos y fríos como este. Le acarició el lomo y éste se curveó placentero unos segundos, luego caminó saliendo de la sala, dejándose admirar felinamente hasta llegar a los brazos de Sasuke. –Hey... -le llamó pero el niño no le escuchó, continuó con su camino hasta el jardín del patio. -¿Sasuke?

-¡Itachi! –olvidó al gato, de hecho le importó muy poco soltarle. Con prisa, se aferró al cuerpecillo delgado de su hermano mayor, que lo hizo girar un poco. –Madre y padre están muy raros.

-Están tristes.

-¿Por qué?

-Bueno... a veces la gente tiene que irse.

-¡Pero...!

-No es algo que debes saber ahora, eres muy pequeño. Solo juega y sé feliz. –le picó la frente con sus dedos, acto que usó desde muy pequeño y adoptó como símbolo entre ellos. Le encantaba verlo tocarse, molesto, esa parte. –Juguemos.

-¿A qué?

-Lo que quieras.... Veamos...

-¡¿Escondidas?! –le sonrió, recibió un guiño. –Uno, dos... tres... cuatro... -se cubrió los ojos con las dos manos esperando el tiempo para correr a esconderse.

A Itachi le gustaba más buscar pero esta vez había elegido el niño, era lo justo. Debía encontrar un buen escondite, evitó aquella sala, si los veían jugar ahí los tacharían de irrespetuosos, esquivó a sus familiares pequeños, aquellos que platicaban en las escaleras y el pasillo, subió hasta la habitación de sus padres y abrió el armario; ahí, entre suéteres de distinto grosor y textura, se adentró, doblando las rodillas y estirando sus brazos, tomó el par de puertas de madera y comenzó a jalarlas para cerrarlo, él no le temía a la oscuridad.

Unos golpecitos en el cristal de la ventana. Miró fugazmente, como no tomándole importancia, observó a un par de sujetos con el rostro perdido, sin ojos, sin orificios, sin boca, pero le miraban a pesar de esto, muy a su pesar. Las puertas se cerraron y su gesto cambió. La oscuridad le aterró.

-¿Itachi? Itachi... -le hablaba su hermano con tono juguetón, le escuchaba, con eco ahora, quizá por estar encerrado; percibió también el perfume en las prendas de su madre y el aroma a tabaco en la gabardina de su padre, como hace mucho, muy lejos de estos días, sus manos se fueron a sostener la tela de cada costado, sosteniéndose de las ropas de sus padres, perdiéndose en una emoción que hace mucho no sentía: miedo.

¿Por qué seguía jugando? Porque no era culpa de Sasuke.

Y éste revisó bajo la cama, revisó detrás de las cortinas de la ventana corrida, revisó entonces el armario al tiempo que su madre entraba limpiándose el rostro con un pañuelito desechable blanco y suave.

-¿Qué haces, hijo? –le preguntó y el escondido se sintió aliviado.

-Juego a las escondidas. –le diría su pequeño sin verla, estirando sus manos, alzándose en la punta de sus pies para alcanzar el par de manijas de plata. Abrió con rapidez. -¡Te atrapé!

Mentiría si dijera que no le brincó el corazón al sentir la heladez pegarle en el rostro. Le miró sonreírle con avidez, contento de haber ganado. Esperaba su comentario de todos modos y bajó una pierna para estirarse, para tomar aire.

-¿Qué haces? –su madre lo abrazó por la espalda. –Aquí no hay nada, hijo.

-Aquí está Itachi.

-No, no... -lo empujó fuera de la habitación.

-¡Yo lo encontré, yo gané, no es justo!

En la ventana, los hombres le indicaron que saliera de la habitación. Pasar la saliva fue difícil, pero era lo más lógico, estaba comprendiendo. Bajó los escalones, lo que dejaba atrás se oscurecía, tal como debe ser, el frío le acompañaba y se aterrizaba a donde sea que abandonara su paso, convirtiéndolo en congelados recuerdos sin brillo ni calidez humana, sin vida.

En el pasillo, Sasuke parecía asomarse detrás de un librero. Su gato era más valiente, mirándole sentado en medio del pasillo, con su cola alzada y agitándose de vez en cuando.

-Por eso quería jugar contigo a escondidas... -le confesó el menor. ¿Era acaso una confesión? Sí, el tono no podía ser de otra cosa. Y bajó aún más la voz mientras el rostro dejaba de ser el de un niño unos segundos, Itachi, colmado de agradecimiento, en esas mejillas regordetas y rasgos finos, pudo ver unos segundos al Sasuke adulto, al Sasuke en que se convertiría. El tiempo ya no era lineal para él. Que dicha saberlo de esa manera. Sasuke bajó la voz, entonces, en un susurro: -Tal vez, si te escondías bien... si también me ganabas así... ellos no te encontrarían.

-¿Ellos? –gimió entendiendo la soledad en su mirada ónix afilada, el desasosiego que acababa de recibir su pequeño hermanito y que ahora acompañaría sus pasos día con día.

Sasuke señaló tras la puerta de entrada.

-¿Te irás? –preguntó mientras lo veía avanzar.

No tuvo otra oportunidad, por eso se giró dejándolo en la oscuridad.

-Uno... dos... tres... -le sonrió mientras cerraba los ojos y caminaba de espaldas a la salida, Sasuke no tuvo más remedio que, aun llorando, subiera las escaleras para esconderse.

Apenas supo que lo había perdido en la oscuridad del olvido, de lo vivo, de lo temporal, se dejó sujetar entre sus manos suaves y blancas, manos enguantadas, puras, distintas una de la otra se dejó abrazar por la calidez y su piel se quemó, se incendió y en un destello, se eternizó. 

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