Capítulo 3; La propuesta (Editado)

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Naim y yo caminamos lentamente de vuelta a la fraternidad

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Naim y yo caminamos lentamente de vuelta a la fraternidad. Está anocheciendo y las calles van quedando poco a poco desérticas. Llevo las manos escondidas dentro de los bolsillos de mi chaqueta para que mi amigo no pueda ver cómo me tiemblan.

Me siento completamente agotado. He pasado las últimas veinticuatro horas tan eufórico y aterrado, que anoche no pude conciliar el sueño y casi no he probado bocado en todo el día. Teniendo en cuenta que soy una marmota y capaz de comerme un vaca de una sentada, es decir mucho de mí.

Estoy más que familiarizado con las emociones desagradables. De hecho he estado más tiempo balanceándome como un péndulo entre la rabia y la tristeza que cualquier ser humano del planeta. Pero no por ello me ha resultado sencillo sobrellevar semejante estado de nervios que amenazaba con asfixiarme.

Lo peor es que esta noche no se presenta mejor que la anterior. Aún estoy de los nervios, y no he conseguido apaciguar el latido de mi corazón.

Había llegado a pensar, que después de tres años sin vernos mis emociones se habrían mitigado. Me había convencido que los nervios de estas últimas semanas se debían a la incertidumbre de lo que sucedería cuando volviéramos a encontrarnos. Pero por increíble que pueda parecer, en cuanto vi aparecer su coche, una extraña agitación cobró vida en mi estómago. Nada que ver con ese aleteo de mariposas que he leído una centena de veces en los libros. Si tuviese que compararlo con algo, sería más bien con una manada de elefantes que removían todo a su paso, tambaleando todo mi mundo.

Una sola mirada suya consiguió que el corazón me diera un vuelco y me quedara sin respiración. He vuelto a sentirme como un crío de quince años, torpe, nervioso, ansioso por un poco de atención. He hecho un ridículo espantoso, porque por increíble que parezca, no sabía ni cómo comportarme con ella. Ha llegado un momento que me he sentido sobrepasado, que no he podido contener las ganas de abrazarla y aspirar su aroma. Sigue oliendo igual, a talco.

— No ha ido tan mal ¿no? — Pregunta Naim, sacándome de mis pensamientos.

Me encojo de hombros con la vista fija en el suelo. No me atrevo a mirarlo. Él es la única persona a la que me he atrevido a contarle una mínima parte de lo que se cuece en mi interior. Es un buen tío, y se ha convertido en mi mejor amigo.

Por supuesto jamás le he hablado de "toda la mierda". Así suelo llamar a lo que me hizo madurar de golpe de un día para otro, esconderme en mi coraza y comportarme como un cabrón con todo el que me quería.

En cuanto tuve oportunidad me largué de mi casa y no volví. No me arrepiento, es la mejor decisión que he tomado en mi vida. Pero sí que me arrepiento de no haber sido capaz de focalizar mi rabia hacia quién me hizo daño. Fui como un huracán, arrasé con todo el que tenía alrededor, y a una de las personas a las que más daño hice fue a Megan.

En mi defensa, debo decir, que mi intención jamás fue dañarla. Simplemente necesitaba alejarme de ella. Y cuando tomé distancia, ella se empeñó en acercarse a mí, e hice todo lo que estuvo en mi mano para espantarla y que fuese ella quien se alejara. Y lo conseguí.

Los secretos de IZAN © EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora