Capítulo 7; Si la tocas te mato (Editado)

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Hace unos minutos que he dejado a Megan en la puerta de su residencia

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Hace unos minutos que he dejado a Megan en la puerta de su residencia. Como era de esperar se negó en rotundo a que la acompañase, pero me daba igual lo que dijera, pataleara o protestara. No iba a dejarla sola y punto. Aún no estaba seguro de que hubiese eliminado la droga de su organismo y me daba pánico que de camino a su residencia se mareara o le sucediese algo.

Es la primera vez en los últimos años que no me ha mirado con repulsa. Y aunque tampoco hemos hablado mucho durante el trayecto que hay de la fraternidad a su residencia, pasar de los gritos al silencio es un gran avance para nosotros.

Tengo ganas de saltar y gritar de pura alegría, pero estoy tan agotado que ni siquiera me lo planteo. No he dormido una mierda en toda la noche. Cuando comenzó a vomitar y calló desplomada en el suelo, me acojoné como nunca en la vida. No paré de tomarle el pulso y asegurarme de que respiraba correctamente. Ignoraba la resistencia que mi pelirroja tendría al alcohol y a las drogas, y la preocupación me ha mantenido en vela casi toda la noche.

Creo que jamás me había sentido tan feliz de ver a alguien mirarme con desprecio como lo estuve esta mañana cuando ella despertó.

Por otro lado, haber podido pasar la noche abrazándola, con la nariz hundida en su cuello aspirando su aroma, cuidarla mientras estaba enferma...ha sido como estar en el cielo. Un cielo frío y rígido que me ha dejado los músculos engarrotados, pero el cielo al fin y al cabo.

Llego al jardín de la fraternidad, y observo cómo el césped ha sido sustituido casi en su totalidad por botellas y vasos de plásticos. Subo los escalones como si tuviera lastres en las piernas y al entrar en la casa compruebo que el aspecto del interior no es mucho mejor que el del exterior, y para colmo el olor es nauseabundo.

Dejo la puerta principal abierta de par en par para que el aire viciado sea sustituido por un poco de oxígeno puro. Entro en la cocina y me acerco al fregadero para beber un poco de agua, aún tengo la boca seca y eso que ayer no bebí demasiado. Un par de chicos a los que no he visto en mi vida están recostados sobre la mesa durmiendo la mona. Los novatos de primer curso son los encargados de limpiar toda la porquería esparcida por la casa y van con aspecto de muerto viviente acarreando bolsas de basuras gigantes tirando todo lo que van pillando.

Escucho algunas voces procedentes del salón. Distingo la risa de Marc y David, y aunque daría el pellejo por acostarme un rato en la cama y caer en coma, decido acercarme para ver si el gilipollas de Mike Sullivan está con ellos.

Cada vez que lo recuerdo restregándose con Megan como si fuese un animal en celo me entran ganas de estrellarle la cabeza contra el suelo y partírsela en dos como un melón.

Mientras me acerco los voy escuchando repartirse los puntos de anoche, un juego al que yo siempre me he sumado con gusto, pero que por algún motivo hoy me parece repulsivo. Y sé qué ese motivo tiene nombre, apellido y cabello pelirrojo.

Los secretos de IZAN © EDITANDODonde viven las historias. Descúbrelo ahora