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Jueves 29 de junio, a la tarde.

Me he devanado los sesos toda la semana pensando si sería correcto ir a la fiesta. No puedo evitar sospechar sobre las buenas intenciones de mi vecino.

Ir o no ir, esa es la cuestión.

Me rindo. Necesito ayuda.

—¡Vale! Estaba a punto de llamarte... esta materia va a matarme.

-Te irá bien, tranquila.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque tienes mi carpeta y a mí­ como amiga.

Suspira, sabe que tengo razón aunque bromee.

—Además queda una semana para rendir y eres súper inteligente.

—Lo sé, sólo que estoy muy nerviosa.

—Tranquila.

Se produce un silencio en el que se supone que debo soltar la bomba. Ninguna dice nada, no sé cómo empezar.

—¿Necesitas algo?

—Un consejo.

—¿Sobre?

—Lorenzo.

Escucho su risa, lo disfruta.

—¿Necesitas otra broma?

—No.

—¿Entonces?

Suspiro. Aquí vamos.

—Me invitó a una fiesta mañana, no sé si deberí­a ir.

—¿Estás bromeando? ¡El chico está jodidamente bueno!

Ruedo los ojos. Ella y sus hormonas.

—Es de disfraces...

—Genial... puedes ir de enfermera ramera.

—¡Victoria!

—Bien, bien... de caperucita.

—Bien.

—¿Puedo ir?

Esperaba esa pregunta.

—Absolutamente.




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