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Sábado 29 de julio, por la noche

Una nueva fiesta se desarrolla sobre mi cabeza y es más ruidosa de lo habitual. No tengo ánimos para discutir, después de todo es sábado y la gente normal festeja los sábados. Yo, por mi parte, festejo con risoto de cuatro quesos y Netflix.

Revuelvo el arroz, esperando que finalmente esté mi comida. Planeo comer e ir a dormir, muy emocionante para una chica de veintiún años.

Suena el timbre y no puedo evitar fruncir el  ceño. Como cada sábado no espero a nadie.

—¡Voy! -grito mientras apago el fuego, finalmente está listo y mi boca se está preparando para saborearlo.

Camino a la puerta y sin mirar por la mirilla abro. Lorenzo está parado al otro lado, apoyando su mano izquierda sobre el marco de la puerta como si su presencia en mi puerta fuera algo tan normal como que el sol sale todas las mañanas por el este.

Me dedica una sonrisa de lado.

—Hola, vecina.

—¿Qué quieres?

—¿Puedo pasar?

¿Ha perdido la cabeza?

—Claro que no.

—Es mi cumpleaños.

¿Felicidades?

—No te creo.

Coloca su documento de identidad frente a mí­, muy cerca de mis ojos como si sufriera de miopía. Veo la fecha, es verdad.

No puedo evitar mirar la foto... se ve bien el maldito.



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