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Martes 8 de agosto, por la noche

Levanto los platos sucios de la mesa y los llevo a la cocina. Terminamos comiendo pizza y espagueti, y me siento a punto de explotar.

—Tú lava, yo seco.

Miro a Lorenzo y niego.

—No es necesario.

—Vamos, me siento como un parásito si no ayudo.

Rí­o y asiento, no se aleja de la realidad.

Abro el grifo, tomo la esponja y comienzo a lavar.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Ya la hiciste.

Ruedo los ojos.

—Además de esta.

Rí­e y asiente.

—¿Por qué tiraste tus guitarras?

Se rasca la frente, es un tema incómodo.

—Estaba enojado.

—¿Con tus guitarras?

Sonrí­e un poco.

—Algo así­.

Lo miro, expectante.

—Mis padres me habí­an dado un plazo para que grabara un disco o tuviera un contrato con una disquera. Al terminar el plazo debí­a volver a estudiar -explica, concentrado en secar el plato que acabo de pasarle, sin levantar la mirada del mismo-. El plazo terminó la semana pasada, no conseguí­ ninguna de las dos cosas.

—¿Entonces?

—El próximo año vuelvo a estudiar.

—¿Qué cosa?

—Mi especialización.

Frunzo el ceño.

—¿En qué?

—Oncologí­a.

Lo miro, asombrada. No esperaba eso.



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