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Sábado 3 de junio, por la noche

Compro una pizza en la mejor pizzerí­a cerca de casa dando por terminados mis esfuerzos de la semana por bajar de peso. Las ocho porciones se encuentran calientes y desprenden un aroma delicioso que hace vibrar mis tripas.

Llego al edificio y escucho el descontrol de música y alcohol que tiene lugar un piso sobre el mí­o. Intento mantener la calma.

Debo resolver mis propios problemas. Repito en mi cabeza cientos de veces mientras subo en el ascensor hasta el piso número cinco, departamento B.

Golpeo la puerta.

—¿Si?

—Buenas noches, vecino. ¿Tu nombre?

—Lorenzo.

Ni una sonrisa. Ese chico es un maleducado.

—Lorenzo, me preguntaba si podrí­as bajarle el volumen a tu música.

—Lo lamento tanto. No fue mi intención.

Sonrío, aliviada de saber que no será una noche tan mala.

—¿Lo harás?

—Claro que no -su ceño se frunce, como si hubiese escuchado la cosa más loca del mundo.

Cierra la puerta en mi cara.

Ojalá pudiera matarlo.

La puerta se abre. Lo ha reconsiderado.

—Gracias por la comida, por cierto.

Toma la pizza de mis manos y cierra la puerta en mi cara. Nuevamente.

Lo odio. Lo detesto.

Que comience la guerra.


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