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Miércoles 21 de junio, a la noche

No he salido de casa en todo el día, asustada por las repercusiones de mis actos. Cada ruido, por pequeño que sea, logra ponerme los pelos de punta.

Quizás, solo quizás, debería haber actuado de forma más madura pero ese chico me saca de quicio.

¿Quién demonios se cree que es?

La puerta suena. Un escalofrío me recorre, no he citado a nadie.

¿Debería llamar a la policía?

Camino a la puerta y suelto un suspiro. Miro por la mirilla y ahí­ está él, esperando. Si guardo silencio quizás no se da cuenta que estoy aquí­, las luces están apagadas lo que significa que podría haber salido.

—Abre la puerta, puedo ver tu sombra.

Mierda.

—¿Qué quieres?

No abriré la puerta, no lo haré.

—Hacer las paces.

Miro nuevamente por la mirilla, nada sospechoso parece suceder. Su rostro es calmo e inclusive se nota arrepentido. No hay música, debe estar realmente arrepentido.

—No puedo abrir en este momento.

—¿Por qué?

Doble mierda.

—Estoy en pijama.

—Te he visto en pijama.

Mierda por mil.

Suspiro, no puedo creer que esto me esté pasando a mí­.

—Bien, pero te quiero a metro y medio de la puerta.

—Hecho.

Abro la puerta con temor, antes que pueda decir algo como si el karma fuera mi peor enemigo, un líquido espeso cae sobre mí­.

Pintura. El muy idiota colocó un balde de pintura sobre mi puerta.

—Di whisky.

—Púdrete.


EnlazadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora