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Martes 8 de agosto, por el mediodía

Llego a casa luego de un largo dí­a de estudio, planeo dormir mucho y apagar el móvil para evitar interrupciones. Un plan magnífico.

Como en silencio lo que sobró de anoche y poco después me recuesto en mi cama disfrutando de ante mano el descanso que pronto comenzará.

Cierro los ojos y siento mi cuerpo relajarse, pequeños placeres de la vida.

Suena el timbre.

Frunzo el ceño y me dirijo hacia la puerta. Seguro es Lorenzo.

¿Cuántos años de prisión me darán por matarlo?

Lo es.

—¿Si?

—¿Puedo pasar?

Niego.

—¿Por favor?

Vuelvo a negar.

—¿Porfa? -esta vez, acompaña su plegaria con un puchero.

Lo dejo pasar.

—¿Qué quieres?

—¿Puedo dormir en tu sofá?

—¿Disculpa?

Lo miro atónita, ¿acaso se volvió loco?

Más de lo que ya está.

—Mi hermana ha venido de viaje, le he prestado mi cama.

—¿No conocen el significado de hotel?

Sonríe.

—¿No tienes amigos?

-No.

Sus ojos pierden el brillo de broma que tenían recién. No me animo a preguntar.

—¿Cuánto tiempo?

—Sólo por hoy.

Ruedo los ojos, pero asiento.

Se la debo, por el "robo".



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