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Lunes 14 de julio, por la tarde

Estamos sentados en la isla de la cocina, uno frente al otro, comiendo torta sin decir nada.

De alguna manera el momento no resulta incómodo pero siento la necesidad de hablar.

ꟷ¿Sabes que hay un nuevo vecino?

Deja el tenedor indignado y me observa fijamente.

ꟷTú no, por favor.

ꟷ¿Disculpa?

Lo miro sin entender mientras llevo otro trozo a mi boca.

ꟷ¿Hablas del morocho de ojos claros de pantalones caqui?

Asiento, avergonzada.

ꟷEs un idiota.

Ruedo los ojos.

ꟷNo lo es.

Come un trozo y sin antes masticarlo del todo vuelve la mirada a mí.

ꟷClaro que sí­.

Habla con la boca llena.

Muy educado.

ꟷ¿Cómo lo sabes?

ꟷPorque lo sé.

Guau, que gran explicación.

ꟷNo luce como un idiota.

Ríe y ladea la cabeza.

ꟷLos idiotas no lucen como tales.

ꟷTú eres un idiota y luces como uno.

Frunce el ceño, sin embargo no luce ofendido por mis palabras.

ꟷLos idiotas nos reconocemos entre nosotros.




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