Capítulo siete

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—Señor, llegamos.

Por instinto despegué la vista de la pantalla de mi teléfono, para corroborar lo que Horacio acababa de anunciar. Observé la puerta de acceso al hospital percibiendo como la incertidumbre ganada terreno. No tenía idea de como iba a salir aquel encuentro, pese a ello, estaba decidido a propiciarlo.

Respondí el último mensaje de Camila y tomé el ramo de rosas que permanecía a mi lado en el asiento. En lugar de bajar de inmediato, me quedé unos segundos más dentro del coche; sopesando lo que estaba a punto de hacer. Dejé las rosas en el sitio donde habían estado y salí del coche, impulsado por mi necesidad de verla.

Me adentré en el hospital con la confianza que me daba saber exactamente donde encontrarla. Milena se había encargado de averiguar todo por mí. Subí al segundo piso divagando en medio de las posibilidades que podía encontrar al tenerla de frente. Intentar adivinar lo que podía ocurrir me estaba desgastando.

Caminé los pasillos observando el ir y venir de las personas, distrayéndome de las suposiciones que no dejaba de hacer. Mis pies se detuvieron a un par de pasos de la puerta de su consultorio. Ver su nombre plasmado en la superficie acristalada me hizo sonreír, nunca le había dicho lo orgulloso que estaba de ella, ese era otro error que sumarle a larga lista de los que había cometido.

Permanecí inmóvil por un par de minutos, tomándome un momento que sentí necesitar. El agotamiento físico y mental estaban haciendo de las suyas. Me encontraba aletargado. En ese momento que analizaba todo en silencio me pregunté si había sido bueno idea buscarla apenas bajé del avión.

Mi intentó de dar un paso hacia adelante se vio frustrado cuando una enfermera cruzó la puerta. Me sonrió con amabilidad acortando la breve distancia que nos separaba.

—La doctora no tiene más pacientes —informó con un tono amable.

—Gracias.

Empujé la puerta entreabierta ignorando a mi conciencia que no dejaba de atormentarme. Mi intención no fue ser silencioso, me adentré a paso lento, observando con atención sus movimientos. Estaba de pie dándome la espalda, moviendo los brazos como si estuviera haciendo algo.

—Dani, dijiste que no tenía más pacientes. Muero de hambre, solo quiero irme. Dime que estás aquí porque olvidaste darme algo.

No tuve tiempo de responder. Ella volteó y su rostro denotó sorpresa al verme. Dejó la taza que tenía en las manos, sobre la mesa y llevó las manos dentro de la bata médica, en una actitud nerviosa que no esperé encontrar.

—Hola, Nicki.

—Te prohíbo que vuelvas a entrar de esa forma. Casi me matas del corazón, estúpido.

Di varios pasos hacia el frente hasta acabar casi por completo con la distancia que nos separaba. Tenía la necesidad imperiosa de abrazarla, de pedirle perdón por no haberla protegido de alguien que le hizo daño, por comportarme como lo hice, causándole más heridas. Volví a tomar aire, percatándome de lo que estaba sintiendo. En ese momento me pareció tener frente a mí a la Nicole de antes. A mi pequeña y sonriente hermana, que con su humor me cambiaba el día. Su semblante de seriedad y autosuficiencia había desaparecido. Parecía estar casi tan vulnerable a como yo me encontraba.

Malas DecisionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora