Capítulo cinco

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Sus votos y comentarios son mi mejor incentivo, no olviden dejarlos. 

El café se enfriaba sobre la mesa mientras la contemplaba con suma atención. Mi energía estaba fuera de control, podía percibir como la adrenalina me recorría todo el cuerpo, obligándome a esforzarme por mantener las manos quietas y la respiración acompasada.

Habían transcurrido cuarenta minutos y mi cerebro no lograba procesar del todo que ella estaba ahí, frente a mí; sonriéndome mientras permitía que le besara la mano por tercera vez consecutiva.

—¿Debes de reunirte de nuevo con el petrolero?

Asentí percatándome que su mano seguía igual de helada. Camila se encontraba nerviosa, pese a mostrarse completamente relajada.

—Sí, debo mostrarles los cambios que sugirió a las propuestas que le presenté. En unos días tendré que verlo.

—Me parece chistoso que terminara siendo un hippie como tú.

—Yo no soy un hippie, belleza.

—No te atrevas a negarlo, menos frente a mí. Te conozco. Eres un hippie, ambientalista, luchador de causas imposibles y creyente de las energías, las vibraciones y todas esas estupideces... Perdón —agregó entre risas, al ver el gesto de falsa indignación en mi cara.

Estaba encantando escuchando su risa. Disfrutando de ese momento en el que las cosas se sentían como antes; mientras se burlaba de mí en mi cara y apretando dulcemente mi mano.

—Me alegra mucho que tu sentido del humor siga igual a como lo recordaba.

—Hay muchas cosas que no han cambiado.

Pese a la sonrisa y la ligereza en el tono de su voz, el ambiente se tornó melancólico por ese simple comentario. Hasta ese momento habíamos mantenido una charla casual como las que solíamos tener diariamente por teléfono. Sus palabras tocaron fibras sensibles para ambos.

Respiró hondo mostrándose por primera vez incómoda, como si estuviera siendo consciente de la energía que nos envolvió. Las emociones contenidas entre los dos, se encargaron de tensar aquel momento en el que nos veíamos a los ojos fijamente. Sonreí esperando aligerar el ambiente mientras le acariciaba la mano con suavidad.

—Estás tan bonita, Cami. Lo dejaste crecer un poco más —apunté su pelo que caía libremente por sus hombros. Sonrió en respuesta a mi mano izquierda jugando con un mechón rojizo. Estaba buscando cualquier excusa para tocarla, ella lo sabía, de ahí su sonrisa—. Extrañaba mucho verte.

—Yo no extrañaba verte —apartó mi mano de su pelo, sin poder huir de mi tacto. Entrelacé mis dedos con los suyos, reteniéndola sin encontrar resistencia de su parte—, pero me da gusto estar haciéndolo.

—Mentirosa.

La breve risa que compartimos se vio interrumpida por el mesero que se acercó con otra taza de café para Camila, la segunda que se tomaba en el tiempo que llevábamos sentados uno frente al otro. Renegué en silencio cuando se zafó de mi agarre para sujetarla y llevarla a sus labios.

Malas DecisionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora