Pablo lidiará con las consecuencias de haber perdido a Camila, mientras ella triunfa y cumple sus sueños. ¿Podrá soportar el éxito de la mujer a la que saboteó y por la que perdió la cabeza?
***
Las malas decisiones de Pab...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
IMPORTANTE
El capítulo está divido en dos partes. Voten y comenten cada uno de ellas. Les amo, disfruten de la lectura.
Pese a la molestia que destilaba Camila no podía sentirme arrepentido de haberla besado. La boca me seguía hormigueando por la emoción que dejó rozar la de ella, el corazón me continuaba latiendo acelerado. Había pasado tanto tiempo que mi cuerpo parecía no reponerse, quería más de aquel contacto que me mantenía sediento.
Respiré hondo preparándome para lo que venía y cedí a mi impulso de detenerla. Hacerla enojar era de esas cosas que se me daban con facilidad, sabía perfectamente a que atenerme, aun así, no permití que se alejara más que un par de pasos. Con un rápido movimiento tomé su brazo obligándola a frenar sus pies y sus intenciones de irse.
—No, no vas a actuar así.
—Suéltame, Pablo —pidió furiosa—. No jodas más las cosas, lo arruinaste todo.
—¿Arruiné todo por besarte?
—Sí, por eso —me encaró.
—Lo siento, pero creo que voy a arruinarlo de nuevo.
La adrenalina que segregó mi cuerpo evitó que midiera las consecuencias de mis actos. Atrapé su cintura con uno de mis brazos impidiendo que se moviera a como pretendió. Las palmas de sus manos se estrellaron contra mis hombros un par de veces, buscando un espacio que no le cedí. Sin embargo, contradictoriamente en cuanto agaché la cabeza para besarla separó los labios, recibiendo un beso que estaba lejos de ser forzado.
El aire se volvió denso en cuestión de segundos, el roce de nuestros labios desató mi necesidad de profundizar la caricia que me estaba devolviendo algo que daba casi por perdido. Había olvidado como se sentía besarla, la falta de control que se desbordada y el dulce sabor de su boca que seguía el ritmo de la mía.
La satisfacción de tenerla entre los brazos me duró poco, solo un momento después, como si fuese consciente de lo que estábamos haciendo, comenzó a removerse agitada. Me empujó una vez más, logrando que retrocediera para darle el espacio que exigía.
—¡Tíos!
La repentina aparición de Luciana acabó con su intención de decir algo. La vi pasarse la yema de los dedos por los labios, limpiándose los restos del labial que había quedado desperdigado. Volteé para hacer lo mismo, evitando que Luciana se percatara que el labial rojo también estaba regado por los bordes de mis labios.
Al girar no solo me encontré con mi sobrina frente a nosotros. Mi hermana y algunas niñas del equipo estaban a un par de pasos, riendo y charlando en voz baja.
—¿Ella es tu tía? —cuestionó una de las niñas más apegadas a Luciana.