Capítulo treinta y cinco (Parte II)

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(Si aún no lees la primera parte, regresa a leer)

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—¿Entonces ella vive en la casa principal y tú aquí?

Mi breve asentimiento provocó que mamá volteara los ojos. Observó a su alrededor sin moverse del sillón en el que se encontraba sentada, evaluando todo mi espacio. Camila se había encargado de escoger absolutamente todo hasta de aquel lugar. Mamá no tenía nada de que quejarse.

—Por el momento. Eventualmente me mudaré con ella —aseguré con convicción—. ¿De verdad no quieres nada de tomar?

Mamá había llegado con Nicole un rato atrás, en lugar de dirigirse a la casa, se desvió al sitio donde Luciana le dijo me encontraría. Era la primera vez que nos visitaba, nos habíamos mudado apenas una semana atrás. Cami estaba esperando terminar de asentarse para invitar a nuestras familias.

—¿Eventualmente? ¿Entonces insistes en arreglar las cosas con ella?

—¡Claro, mamá!

—Hijo, tú sabes que Camila no es santa de mi devoción.

—Eso lo tengo muy claro.

—No es porque le tenga mala voluntad, simplemente no me parece que tengas que someterte a sus caprichos. Es una niña haciendo una pataleta. Tienen a un hijo en camino, debería ser adulta y arreglar los problemas que tengan. Es injusto que tú vivas aquí, relegado. Sigue siendo la misma muchachita malcriada de siempre.

Terminé de abotonar mi camisa antes de servirme un trago que de verdad necesitaba. Escuchar ese tipo de reclamos no era precisamente lo que esperaba en mi cumpleaños.

—Lo que pasó entre nosotros fue grave. No es algo que se arregla de la nada. No me estoy sometiendo a sus caprichos, solo respeto sus condiciones. Ambos cometimos errores, los míos tal vez fueron más graves, por ello estoy siendo paciente.

—¿Y cuánto tiempo más serás paciente? Me siento mal sabiendo que vives aquí, solo —enfatizó.

—Cami está en la etapa final del embarazo. No es un buen momento para remover cosas dolorosas. Y no estoy solo a como piensas. Paso gran parte del tiempo con ella. Estoy bien, de verdad. No tienes porque sentirte mal.

No supe si me creyó del todo, tampoco me molesté en averiguarlo. Me conformé con verla tranquila y callada. Tras salir para dirigirnos a la casa, la mentira de Camila quedó en evidencia. Aquello no se trataba de una pequeña cena, la presencia de meseros y el servicio de catering contradecían su afirmación. Pude distinguir su toque en cada detalle de la decoración. Cami le había dedicado tiempo y esmero a la celebración, la conocía lo suficiente para asegurarlo con certeza.

El buen ambiente se percibió a penas entramos. Benjamín fue el primero en saludarme, seguido de Pame que cargaba a su hija entre los brazos. Mientras mi hermana me abrazaba sentí las manos del pequeño Benja golpeando mis piernas, lo cargué de inmediato, percatándome la expresión de enojo en el rostro de Luciana.

Malas DecisionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora