Capítulo seis.

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Camila

—¡Pablo!

Mi grito no tuvo el efecto que esperé. Pablo no se detuvo, entró al restaurante del que habíamos salido un par de minutos atrás, luciendo completamente alterado.

Lo seguí sin pensarlo, acelerando inútilmente mis pasos. Sus largas zancadas lo alejaban de mí, a pesar de mi intento de alcanzarlo. El ruido de mis tacones se mezclaba con el de mi respiración acelerada. La angustia y el arrepentimiento estaban atorados en mi garganta, dificultándome respirar con normalidad mientras caminaba.

Un sonido estruendoso me obligó a apresurarme. Crucé la puerta del local con los nervios de punta y una sensación inquietante en el pecho que empeoró al reparar lo que ocurría. Luis Carlos estaba tirado sobre la mesa, Pablo se encontraba encima de él.

—¡Pablo! —grité con la desesperación que me dejó ver lo que hacía.

Con la mano izquierda empuñaba la camisa del imbécil de Luis Carlos mientras que con la derecha lo golpeaba enfurecido. Me quedé rígida en medio de los gritos y los meseros que se acercaron a separarlos. Jamás había visto a Pablo hacer algo parecido.

Un empujón en mi hombro me hizo reaccionar. Avancé colándome en medio de los meseros que luchaban por separarlos, dispuesta a detener a Pablo. Antes de que pudiera llegar a ellos, ambos cayeron de la mesa, provocando más destrozos.

—¡Pablo, no! ¡Basta! —supliqué a gritos al ver sangre en la nariz de Luis Carlos.

El sonido de mi voz logró distraerlo, cosa que aprovechó Luis Carlos para lanzarle un par de golpes que lograron tirarlo. La angustia aumentó súbitamente al ver ese estúpido sobre él. El corazón me latía frenéticamente por el temor que estaba experimentando. Los insultos que salían de la boca de ambos sonaban más alto que los gritos de los meseros que los separaban sin poder lograr que dejaran de tirarse golpes.

—¡Pablo, ya! —dejé salir mi impotencia al verlo abalanzarse una vez más sobre Luis Carlos.

Percibí como alguien me tomó del brazo para alejarme del bullicio sin contar con mi colaboración. Me zafé del agarre del hombre que no conocía y caminé de nuevo, dispuesta a hacer entrar en razón a Pablo.

—¡Aléjate, Camila! —me ordenó cuando tiré de su camisa para que dejase de forcejear.

—¡No! Ya basta, por favor. Me estás asustando.

Volteó tras escucharme, enfocando su atención solo en mí. Me fue impactante verlo así: despeinado, agitado, con la mirada cargada de ira y el rostro enrojecido por los golpes. Pablo era el hombre más pacífico que conocía. No solía alterarse frecuentemente, menos a resolver las cosas de esa manera.

Malas DecisionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora