Capítulo diecinueve

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Camila

—¡Camila, abre la puerta! —La desesperación en la voz de Mariano era palpable, estrellaba los puños sobre la madera exigiéndome algo que no estaba dispuesto a hacer.

—Déjame en paz.

A pesar de que grité con todas mis fuerzas mi voz apenas se escuchó. Estaba temblando por el llanto, necesitando más a tiempo a solas para poder controlarme. Habían pasado siete horas desde que salí de la oficina en donde todo se fue a la mierda. No habría contrato, no tendría alas, no sería un ángel oficial, no había nada de lo que me prometió Mariano, todo por lo que había trabajado y esforzado tanto.

—Cami, llevas horas encerrada. Tienes que comer algo, Pablo, está angustiado, no deja de llamarnos. Abre —suplicó Lucy.

—No quiero, váyanse.

Pensé que lo había conseguido, el silencio que me envolvió por largo minutos me hizo intuir que estaba sola como tanto quería. Hasta que, tres golpes resonaron contra la puerta casi una hora después.

—Cami, ábreme, mi amor.

Sentí como si alguien apretaba mi garganta cuando escuché a Pablo hablar. De la nada el llanto se volvió más intenso y el corazón se me aceleró como consecuencia. Me quité las sabanas y corrí hacia la puerta sucumbiendo a mi necesidad de verlo en ese momento en donde estaba tan vulnerable. Lo que pasó segundos después fue tan rápido que no tuve tiempo de reaccionar. Apenas abrí, Pablo me tomó entre sus brazos, abrazándome protectoramente y descontrolando las lágrimas que no dejaban de salir.

—Pablo.

—Todo va a estar bien, todo va a estar bien —repitió a mi oído mientras me acariciaba la espalda.

—Llévame a casa, ya no quiero estar aquí. Todo fue en vano.

Las palabras salieron con torpeza de mis labios, en medio de sollozos y espasmos de mi cuerpo que insistía en temblar. Pablo me llevó a la cama, sosteniéndome contra él. Tras instarme a sentarme se inclinó frente a mí, poniendo especial atención a mis ojos nublados por el llanto.

—Lucy, ¿puedes traerle agua a Camila?

—Y un rivotril —agregó Mariano que aprovechó la puerta abierta para pasar—. Un poco de clonazepan es todo lo que necesita.

Pablo se levantó de inmediato con una actitud violenta que solo había visto en él una vez —cuando golpeó a Luis Carlos—. Empuñó la tela de la camiseta de Mariano, obligándolo a acercarse a él.

—Ni un solo comentario parecido, vas a cerrar la maldita boca —le ordenó.

—Estaba bromeando, ridículo.

Malas DecisionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora