capítulo 24

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—Escúchame bien. No voy a parar hasta que me perdones, camila. No soy ningún monstruo y no me detendré hasta que tú lo creas. Estoy aquí para lo que necesites. Si quieres saber algo de mí
o de los vanirios, sólo tienes que hacérmelo saber y acudiré a hablar contigo de lo que desees.
—¿Por qué te importa tanto lo que yo piense de ti ahora, monstruo? —le dijo sin alzar la mirada hasta ella. —Y no me pongas las manos encima.
—Porque necesito arreglar las cosas que he estropeado. Y porque aunque no lo creas, alex era un hermano para mí y lo quería con toda mi alma. Me duele haberle fallado así, haberme equivocado tanto. Si me dejas, yo me haré cargo de ti. Él lo habría querido así. Camila alzó la barbilla y lo miró a los ojos con incredulidad.
—Primero: nunca más vuelvas a meterte en mi cabeza. ¿Me oyes? —si las miradas matasen, lauren estaría muerto. —Y la respuesta es: No. No me pondría en tus manos jamás. Lauren  frunció el ceño y contraatacó.
—¿Tienes hambre, camila? ¿Un hambre casi animal que no desaparece aunque te pases el día comiendo? —gruñó a punto de perder la paciencia. Camila cerró los ojos y apartó la cara para que ella no la viera. Sí. Tenía hambre y por mucho que comiera, su estómago seguía vacío. Mango. Mango era lo que quería. Caleb sonrió comprensivo. —Claro que tienes hambre. Eres una vaniria. Vi tu cara hambrienta ayer por la noche, cuando estabas pegada a mí —se inclinó hasta rozar con sus labios el oído derecho de Aileen para hablarle en susurros. Sus dos cabezas morenas pegadas la una a la otra. —Yo también te deseaba. Yo te puedo ayudar. Puedo calmar los espasmos de tu estómago, los calambres que provoca la agonía de no saciar tu apetito. Te debilitarás si no te alimentas, pequeña.
A ella se le dilataron las pupilas. Apretó los puños e intentó zafarse del hierro candente que era su mano.
—Debes acudir a mí cuando te flaqueen las fuerzas —rozó su garganta con la nariz. —¿Me oyes, camila? Sólo a mí.
Oh, señor. ¿Y qué debía de hacer cuando le flaquearan las rodillas como le sucedía en ese momento? Hablar en ese tono tendría que estar penalizado por la ley. Y oler tan bien tendría que ser uno de los diez mandamientos. «No olerás nunca a mango.» —Vendrás a mí cuando me necesites y yo seré tu cura. —Cállate, por favor... —dijo con la voz entrecortada y los ojos cerrados. Sí, claro, élla sería su cura. Un cura era lo que necesitaba, uno que practicara exorcismos y que ahuyentara al demonio de lauren  de su vida.
—Porque tú eres para mí. Igual que yo soy para ti, camila.
Ella abrió los ojos como platos y salió del trance en el que estaba sumida. De eso nada. Sintió miedo al oír aquellas palabras, pero más miedo todavía al sentir que podían ser ciertas. Que ella lo podría desear.
—Suéltame —dijo entre dientes mirando la mano  que la sujetaba por el brazo. —No soporto que me toques.
Lauren soltó obedeciendo su orden. Ella la miró plenamente consciente de que ella se la comía con los ojos. Lejos de desagradarle, se irguió orgullosa y le dio una cínica sonrisa berserker. Una que laureb no querría haber visto nunca.
—Obviamente, yo no soy tuya y, desde luego, tú no eres nada mío, monstruo.
—Tú —le dijo rabiosa por negar lo que para ella  era evidente y además muy importante— has sido mía como ninguna mujer lo había sido antes y yo he sido tuya como ningún hombre o mujer lo ha sido en tu vida. Nos acostamos juntos. Y sí, sé que fui duro y en realidad quería castigarte, porque pensaba que eras otra persona, pero aun así... fue... increíble. Y tú lo sabes, camila. Sobró el cinturón y el principio tan brusco que tuvimos, pero luego... —meneó la cabeza y exhaló. —Fue... sublime —exhaló con fuerza. —Y tú, pequeña niña... —susurró alargando la mano para acariciarle el pelo. —Sé que estás asustada.
Camila  le apartó la mano de un manotazo y lauren se tensó. Volvió a afilar la voz. —Perdiste la virginidad conmigo.
—No. No la perdí por el camino como quien pierde una horquilla... Tú me la robaste... — exclamó furiosa. —No has sido mía ni yo he sido tuya... —se obligó a serenarse. —Para hablar de posesividad hay que tener algo más valioso que el cuerpo de otra persona. Hay que tener el corazón del otro. Obviamente, tú no tienes el mío y yo no tengo el tuyo, porque tú no posees corazón, monstruo. Y, en caso de tenerlo, yo jamás reclamaría uno tan negro y vacío como el que tienes ahí metido —miró su pecho izquierdo con desprecio. —Nadie podría quererte nunca.
Después de esas palabras, se miraron fijamente el uno al otro. Se podía ver cómo saltaban chispas entre ellos y pronto habría una gran explosión.
—Aléjate de mí —le dijo ella apartándose de élla. —No quiero tener nada que ver contigo. —¿Sabes, —Tú —le dijo rabioso por negar lo que para él era evidente y además muy importante— has sido mía como ninguna mujer lo había sido antes y yo he sido tuyo como ningún hombre lo ha sido en tu vida. Nos acostamos juntos. Y sí, sé que fui duro y en realidad quería castigarte, porque pensaba que eras otra persona, pero aun así... fue... increíble. Y tú lo sabes, camila. Sobró el cinturón y el principio tan brusco que tuvimos, pero luego... —meneó la cabeza y exhaló. —Fue... sublime —exhaló con fuerza. —Y tú, pequeña niña... —susurró alargando la mano para acariciarle el pelo. —Sé que estás asustada Camila le apartó camila? No soy tan mala como crees —le dijo con la voz teñida de dolor. —A lo mejor algún día me creerás y, por el bien de ambos, espero que te des cuenta pronto, porque esto va a ser un infierno.
—Tú ya me enseñaste cómo era el infierno. Además —repuso ella riéndose de ella, —¿qué harás si no pienso como tú quieres que piense? ¿Y si no me doy cuenta de tu supuesta bondad? ¿Me atarás a tu cama otra vez? —le preguntó con repulsa. —¿Ese es tu modo de demostrar que tienes razón? Olvídalo.
—Te ataré sólo si tú me lo pides —contestó élla provocadora
Camila sintió que un volcán de lava ardiente entraba en erupción a la altura de su diafragma. Nunca antes se había sentido tan agraviada, tan encolerizada con alguien. Sí, ella era el infierno y ella se consumía con sus llamas.
Era imposible que esa mujer estuviera realmente arrepentida por lo que le había hecho pasar. Si no, ¿por qué iba entonces a hablarle de ese modo?
—No tienes ni idea de tratar a una mujer, cerda arrogante. Ni idea. Te disculpas y luego haces como si la disculpa no valiera nada. Te detesto.
—¿No te gustó que te atara a la cama? —preguntó ella con fuego en la mirada. —A muchas parejas les gusta jugar así. ¿A ti no? Bien, lo tendré en cuenta —le encantaba provocarla. Mejor ira que indiferencia, pensó.
—Yo no soy tu pareja... Abusaste de mí...
—Te complací. Tres veces —señaló alzando tres dedos. —Tu cuerpo no quería que me alejara de ti, pero tú sí, porque me tenías miedo —encogió los hombros. —Solucionemos lo del miedo y dejémonos llevar.
—Cállate... Largo de aquí... —empujó su pecho sólido con las dos manos, pero no se movió ni un centímetro.—Espera, espera —susurró ella esperando ser esta vez más sutil. No podía hablarle así... Ella todavía no veía lo que ella. Pero la vaniria posesiva salía a flote y era difícil controlarla. Ella no sabía que estaban predestinadas a estar juntas, así que se obligó a hablar con más calma. —Te lo suplico, camila. Escúchame.

Almas gemelas (camren G!p adaptacion)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora