Capítulo 6

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Aquiles había muerto. Ciddis aún se encontraba en cama al igual que mi hermano.

Maggie había sido la única en comenzar a recuperarse, y junto a eso, el lado bueno de las cosas es que encontramos la planta medicinal.

A Maggie realmente le afectó la muerte de su amigo, todo el día se la pasaba observando la cama en donde él había estado. Lloraba en silencio y no comía lo suficiente.

Los días pasaron, Ciddis despertó una mañana y tomó la medicina, mi hermano igual, pero todos se sentían débiles, nadie estaba en condición de salir y nadie estaba de animo para nada.

Aún me siento culpable con lo que pasó. ¿Por qué soy tan cobarde? Debí atacar a los kranes cuando tuve la oportunidad; no debí dejar salir a Aquiles de casa, aunque, a pesar de todo, no sé si él se hubiese salvado.

Nadie podría explicarme lo que le pasó, lo que vivieron en aquella cabaña ni lo que podía suceder. Solo quedaba esperar a que mi hermano recuperara fuerzas y decidiera el futuro.

Los días pasaron. A penas y conversamos un par de veces en lo que se recuperaban, lloraban y se quejaban por algún dolor. Fueron días estresantes. Me tocó conseguir comida, por lo que nadie comió carne en ese transcurso de tiempo.

Una mañana alguien tocó a la puerta. Vi que fuera estaba aparcado, frente a la casa, un trineo bastante lujoso color rojo con bordes dorados. No noté a la persona que lo conducía, entonces, abrí la puerta.

- Buenos días.- Dijo un hombre alto y de traje que portaba un abrigo inmenso de piel color café, guantes blancos, una corbata y unos zapatos negros bien lustrados. En su rostro destacaba su barba en cadena acompañada por su bigote. Todo perfectamente acomodado. Se peinó hacia atrás con la mano simulando tener algún desperfecto en ese acomodado cabello. 

- ¿Qué se le ofrece señor?

- ¿Puedo pasar a su humilde morada?

Tras abrirle la puerta noté un olor a flores y metal tan balanceado que cualquiera apostaría a que es una loción. Esta es la primera vez que alguien de ese porte nos visita, y justo después de lo sucedido.

- Sí, adelante.- Propuse desconcertado. Algo en definitivo andaba mal.

- Con su permiso, voy a tomar asiento.

Sebastián tomó su espada, pues siempre fue bueno para percatarse primero cuando algo era extraño o peligroso. Maggie, quien estaba en la cocina, también se armó agarrando un cuchillo.

- ¿Le ofrezco algo?- Pregunté.

- Sí.- Soltó un suspiro al sentarse.- He escuchado que en esta zona preparan el mejor café amañado, dejando una tonalidad casi rosada a la leche y un olor mejor que el de la llegada de la primavera.- Se quitó el abrigo solo de un brazo. Luego me miró con inocencia.- Claro, si no es una falta de respeto que me aproveche de su amabilidad.

- No, no se preocupe.

Todos se quedaron callados, alerta; preparados para atacar. Al contrario que él.

Ese hombre no se veía preocupado por nada. Ni siquiera se tomó la molestia de echar un vistazo por la casa o por girar a ver a mis compañeros.

¿Ya nos habíamos vuelto paranoicos?

Tras pasar unos minutos preparé el café y bebió un sorbo. Solo le faltó levantar el meñique para resaltar aún más su elegancia.

- Señor.- Repuso alzando la taza como si fuese un premio y exagerando sus gestos al hablar.- A su familia.- Les miró a todos.- Y su café.- Regresó su mirada a mí.- Les doy mis felicitaciones.

Arte Elemental: Susurro de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora