Un grupo de soldados van en camino al reino del sur. El comandante, llamado, Sigfrido, era un hombre muy fuerte, bello y noble. Sus acompañantes lo veían como un líder ejemplar. Este sabía de antemano a lo que se enfrentaría, pero nunca esperó que la vida diera tantas vueltas. A mitad de camino, entre los arboles del cruce del este y sur, se topó con una escotilla en el suelo, no, era una rendija. Dejaba ver, gracias a la luz del sol, a varias personas desmembradas en la parte baja.
- ¡Saúl!- Gritó el comandante.- Vamos a quitar estos barrotes y ver si hay alguien con vida ahí dentro.- En eso, escuchó que alguien le susurraba desde abajo y ordenó a sus hombres guardar silencio.
- ¿D...Dónde estoy? ¿D...Dónde estoy?- Repetía la voz una y otra vez.
- ¡Bajemos a ayudar!- Ordenó a sus acompañantes romper lo que bloqueaba el paso y arrojar una soga. Ellos obedecieron de inmediato y uno, el más delgado, bajó luego de arrojarla. Rápido, sus fosas nasales percibieron el pútrido olor de la muerte, sus ojos querían llorar de tan mal esencia. Notó un par de ratas devorando el cuerpo de un animal y a un hombre sentado, sin vida en forma de metáfora, dando leves movimientos con su cabeza, no paraba de preguntarse: ¿Dónde estoy?
- Comandante.- Dijo el joven en el fondo del pútrido pozo.- Hay uno vivo.- Giró su cabeza para notar que una pequeña niña daba golpes en el suelo con sus deditos. Se imaginó por un momento como el padre de la criatura y se sintió avergonzado por lo que veían sus ojos. Decidido, revisó entre la sangre y miembros con más detalle y volvió a afirmar.- Lo siento, señor, eran tres. Hay solo tres personas vivas aquí abajo.
- Alguien más bajará a ayudarte, junta los cuerpos y asegúrate de que no haya nadie más ahí.
- Señor, la puerta está cerrada desde fuera, estos chicos deben tener aquí un par de días, sus cuerpos ya están ligeros y sus rostros pálidos, necesitan comer y beber algo de inmediato.-
- Entendido, hijo, vamos para allá.
Al bajar el segundo guerrero, portó con un cubo de agua lleno a la mitad y se acercó hasta el hombre que no dejaba de preguntar su ubicación, le extendió el agua con ambas manos y le dio de beber. Luego fue a con la niña y entre los dos lavaron su carita intentando no lastimarla. De igual forma le dieron agua. El último no tenía ningún daño físico, al darle de beber se levantó y comenzó a tararear una canción. Los guardias no comprendían su estado.
- Na...na, ¿escuchan eso? Es mi novia, tiene una voz hermosa.- Uno de los guardias, el más ligero, cargó a la pequeña en brazos y fue jalado hasta salir del calabozo, luego volvieron a arrojar la cuerda y volvió a bajar. El otro cargó sobre su espalda a quien deliraba con no saber su posición y lo subieron con mayor dificultad, al final, quedó el sujeto tarareando la canción que solo él escuchaba. Permanecía inmóvil observando la puerta, esperaba a su mujer.
- Te sacaremos de aquí, campeón. Regresaras con ella.- Lo subió a su espalda y salieron a salvo de ese lugar, dejando atrás los demás cadáveres.
Es difícil describir lo que sucede en la mente de Ciddis, Celestia y Aquiles. Se resumiría como un nada y un todo existencial.
El comandante, Sigfrido, ordenó a sus hombres cargar con esas pobres personas en camillas. La meta era llegar a la zona uno del reino sur y ayudar en la guerra. Quedaba una tarde entera para llegar hasta allá. No había tiempo que perder. Colocaron a los heridos de forma cómoda y se pusieron en marcha.
Durante el camino, Sigfrido se preguntó varias cosas sobre ellos: ¿Quiénes eran?, ¿de qué lado estaban?, ¿qué les pasó? ¿serían de fiar? Por el momento sólo era gente desafortunada, personas que habían sufrido el peor de los castigos.
- Comandante.- dijo Saúl.- ¿Será buena idea cargar con ellos?
- También estoy en duda, hijo, pero no podemos dejar que una vida, sea de quien sea, termine en esas condiciones, seríamos tan crueles como el enemigo.
- Usted es muy amable señor. Me honra servir a su lado.
- Gracias, hijo. Ve a tu puesto y ordena que no se detengan.
Pasaron algunas horas. Los guerreros iban en caravana, algunos ocultos entre los árboles, otros en caballos, siendo Sigfrido uno de ellos. Los arqueros a lo lejos cubriendo sus espaldas. La tecnología que poseían estas personas les permitía tener a un puñado de gente a cinco kilómetros atrás y dar en el blanco con un 90% de efectividad. Sus espadas eran pequeñas, muy ligeras, pero podían cortar armaduras de acero, lo que no era el caso de las suyas, ellos tenían una protección aún mayor, capaces de soportar varias flechas. Los caballos vestidos con trozos de ese material por las patas, cabeza y cualquier otra zona muy sensible. Para su suerte la armadura era tan ligera que sus enormes cuerpos ni la sentirían.
A lo lejos notaron los muros de la zona uno, estos ya destruidos, como si varias catapultas hubieran azotado con todo, pero no había rastro en el suelo de haber movido eso por ahí. Sigfrido bajó un momento de su montura y analizó cualquier marca en el suelo... no encontró nada. Siguieron avanzando.
Entraron. Vieron que los cultivos estaban envueltos en una especie de fuego oscuro, negro como la noche que alrededor poseía un brillo blanco. Se estremecieron.
- Señor, ¿qué hacem..?- El delgado guerrero no terminó de hablar cuando una fuerte explosión nació desde la zona dos. Su muro ya no estaba, ahora solo los escombros predominan ese lugar. Las casas y arboles deslumbran en las llamas negras que destacan ante la luna llena y las estrellas.
- Nos quedaremos a la distancia.- Dijo el líder.- Vamos a observar el terreno. La información que teníamos ya no es la misma, todo está muy jodido. Vamos a aprovechar la oscuridad de la noche para montar un pequeño campamento y armar los escorpiones y barricadas.
- ¡Sí, señor!- La gente se movió. Dejaban pequeños rastros de fuego en el camino, así no se perdería ni llamarían mucho la atención. Algunos iban al bosque para recolectar troncos, otros llamaron a las carrozas y arqueros con un silbido simulando el sonido de un animal: las carrozas eran de un metal negro. Se decía que era impenetrable. Toda, incluyendo las ruedas, estaban fabricadas de ese material. Estas ayudaron a cargar con los pesados troncos del bosque. Los guerreros sobrantes, junto a Sigfrido, montaron sus casas de acampar y colocaron a sus "invitados" en una, la más oculta y lejana de los muros. Luego se dirigieron a seguir con las barricadas.
El tiempo pasó a toda velocidad. La luna en el punto más alto. Ya todo estaba hecho. Los escorpiones, que consistían en colocar tres troncos como soporte y una enorme ballesta sobre ellos, ya armados. También colocaron algunas barricadas y pedazos del muro en destrucción sobre el suelo para que los enemigos batallaran al caminar. Sus arqueros estaban ocultos con estrategia. En eso, un caballo bajó desde el muro de la zona dos. Sigfrido hizo una señal a los arqueros, pero ellos le indicaron que se trataba de un aliado. Él notó su bandera y esperó para ver lo que quería.
- Señor.- Dijo al llegar y bajar del caballo.- Me presento, soy Arturo. He venido a informar que debemos retirarnos.
- ¿Cómo que retirarnos? Acabamos de llegar.
- Sí, pero el Barón nos ordenó hacerlo. Ha estado destruyendo el reino él solo y nadie ha podido hacerle un rasguño. Está usando una espada oscura, algo así como magia.
- Hijo, debes estar mintiendo, ¿cómo un hombre solo puede derrotar a un reino?
- Como lo escucha, lo está haciendo por sí mismo.
Sigfrido no creyó en lo que decía aquel guerrero, pero consigo poseía una carta de un superior que ordenaba la retirada de sus tropas, regresar al reino e iniciar una ceremonia para los nuevos reyes del mundo. Jamás lo habría creído, pero, con los sellos de la hermandad del reino del norte y al tener la oportunidad de no perder a nadie en la batalla, estaba satisfecho.
- De acuerdo, hijo, regresaremos al desmontar el campamento y en cuanto tengamos la oportunidad nos iremos a nuestro reino en el norte.
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Arte Elemental: Susurro de la vida
FantasyGatea, camina, corre o vuela. Cualquiera de esas cosas es valida en un mundo de fantasía. Pero no pares de soñar, imaginar o creer. Ya que, cuando comiences la lectura, no podrás vivir lo que las palabras tienen para ti. En esta historia se narra la...