Capítulo 46

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Aquiles apareció frente a su enemigo. Sus movimientos eran imposibles de ver. Aquel hombre salió disparado varios metros atrás, hacía los escombros en la calle, pero ahí no paró, una lluvia de puñetazos lo aplastaban en contra del suelo donde se abrió un enorme hueco. El barón seguía sin cambiar esa inexpresión y sin bloquear uno solo de esos ataques.

Aquiles lo sujetó del cuello.- ¡¿Qué haces?!- Exclamó en su cara.- ¡Muestra una mueca de dolor, de angustia, trata de hacer algo en contra! ¡Defiéndete! Quiero verte sufrir.

- No lo lograrás nunca.- Seguía en su tono seco.- Cuando alguien está a punto de morir saca su verdadero ser... Yo he muerto hace tiempo.

- ¡Maldito idiota!- Soltó nuevamente un sin fin de golpes. Ahora lo arrojó por los cielos, golpeó su abdomen y lo atravesó. Le llenaba el cuerpo de agujeros con sus patadas y puñetazos y, aun así, el barón se veía dispuesto a no darle ni una sola satisfacción. Su cuerpo quedó deforme, lleno de sangre, viseras y huesos rotos, pero él seguía con esa frialdad. Aquiles juntó ambos puños, los levantó y dejó caer en su contrincante, este duplicó la velocidad con la que caía y se estrelló contra el pavimento. Varias rocas volaron por los aires. Luego una estela de luz se vio bajar como un relámpago hacía su abdomen.

- Tú...- Aquiles ya había destruido la mitad del cuerpo en su enemigo, solo le quedaba el torso y la cabeza.- ¡Tú!- Lo tomó nuevamente del cuello y liberó varios puñetazos en ese rostro de maldad inexpresiva. Varias lagrimas caían de las mejillas de quien había tenido el control de la pelea.- ¡Hijo de perra! Después de tanto.- Lo soltó y tomó impulso.- No me dejaste disfrutar un solo segundo el haberte matado.

- ¿Quién crees que ganó la pelea?- El barón soltó una carcajada.

- Aaaaaah.- En un ataque de furia Aquiles dejó caer su puño aplastando la cabeza de su enemigo. El hombre que había hecho su vida imposible por fin murió.- Aaaaaah.- Se tiró en ambas rodillas y comenzó a llorar.- ¡¡Nooo!! ¡¡Noo!!

Pasaron los segundos. El pobre chico levitó y observó su reino. Las casas ya no estaban, los muros ahora eran escombros, el castillo en ruinas y los cultivos, árboles o lo que fuese que decorara el reino había sido calcinado. Un relámpago se escuchó en el cielo y comenzó a llover. En esos momentos solo podía pensar que nada había valido la pena. ¿Para qué tanta destrucción? ¿Para qué toda esta estupidez? Pensó que llenaría los vacíos en su alma matando al Barón, pero no lo logró. Se sentía peor. Ya no tenía un objetivo. Nada. Su furia y tristeza hacían que el clima se pusiera como loco: algunos rayos, viento y lluvia caían por doquier. El chico dejó de levitar.

- Aquiles.- Dijo el joven Ciddis acercándose, en sus manos tenía dos espadas: la suya y la de su hermano Max.- Toma, las encontramos en el dojo.-Tomó su espada y la guardó. Vio a la pequeña Celestia.

- ¿Cómo te sientes?- Preguntó ella.

- Vacío.

- Yo extraño a mamá.- Ella sostenía su espada con ambas manos, algo había cambiado en las tres. La de Celestia poseía un color rojo intenso, ahora era una katana; la de Ciddis resaltaba el verde y la de Aquiles el dorado.

- Vayámonos hermano.- Dijo Ciddis.- Esto ya se terminó.

- No...- Aquiles agachó su mirada y habló en voz baja.- No se puede haber terminado así ¡No!

Celestia dejó caer la espada.- No quiero esto.- Ciddis la abrazó y susurró diciendo:

- Tú decides tu vida a partir de ahora.- Mantuvo el abrazo.- ¿A dónde quieres ir?

- Quiero conocer el mar.

- Pues vamos allá, hermanita.

- ¡¡No se puede terminar así... No!!- Aquiles comenzó a levitar, sus ojos se volvieron blancos.- ¡Esta no es la vida que pedí, NO, no es la vida que deberíamos tener!- En el cielo las nubes volvían a formar un remolino.- Ese bastardo debe de seguir vivo, sí, eso es, sigue vivo en algún lugar del mundo, yo...yo lo voy a encontrar.

- ¡Aquiles, se terminó!- Gritó Ciddis desde abajo.

- ¡Ahí!- Aquiles notó que la espada de Max estaba rompiéndose, de ella salió un gas negro que formaba a una criatura de ojos rojos, alas parecidas a las de un cuervo, con el cuerpo desnudo y una cabeza de animal en la que sobresalían unos enormes cuernos. Al respirar, la criatura soltaba un gas rojo.- ¡Eres el barón! ¡Se transformó en ti!- Lo señaló.

- Yo.- Dijo la criatura.-Soy el nuevo dios de este mundo, el ser más poderoso. Soy inmortal.- El demonio apareció frente a Aquiles en el cielo, sobre Celestia y Ciddis.- Soy quien cambiará el mundo que conocemos. Yo y nadie más. Iniciará la nueva era.

- A mí no me engañas eres el Barón.- Aquiles levantó su brazo y desde el cielo, en el centro de aquel remolino, salió el relámpago más grande jamás visto la historia de la humanidad. Ese rayo atravesó a todos aquellos que estuvieran en su camino, el reino y parte de la superficie de la tierra. Una enorme luz inundó los alrededores.

- Yo...- Dijo el demonio desplomado y moribundo en el suelo.- Soy el d...- Murió.

Aquiles seguía en el cielo, nada le había pasado. A Ciddis lo había protegido la espada, pero aun así salió lastimado, en cambio, Celestia había muerto. Su pequeño cuerpo no soportó la descarga y el corazón dejó de funcionar.

Ciddis se acercó al cadáver de su hermana e intentó despertarla, pero no tuvo ningún efecto, gritó y sollozó a los dioses que la devolvieran y lo tomaran a él en su lugar. Al final se dio por vencido y lloró sobre ella. Aquiles bajó del cielo y se paró frente a él.

- ¿Viste como lo maté?- Decía sonriendo y con ambos ojos tan abiertos que podrían salir de sus cuencas.

- Tú...- Por un momento, Ciddis temió por su vida.- Aléjate.

- ¿Qué dices, hermano?

- No te reconozco, no sé quién eres, ¡aléjate!

- Ciddis, yo.-Avanzó lento pero de inmediato su hermano en el suelo tomó la espada y le apuntó.

- Si das un paso más te juró que te mato.

Ambos se vieron a los ojos. Ahora Aquiles había tomado esa mirada inexpresiva y Ciddis una de enojo y perturbación. Se observaron unos segundos, apreciando sus vidas pasar delante de lo que, alguna vez fue, una hermandad inquebrantable.

Los recuerdos les llevaron al pasado cuando Aquiles golpeó a Ciddis para callar su boca y obligarle a pensar en las cosas que decía... Hoy no se puede esperar que el golpe sea con la misma intención. Y, así como llegó, la lluvia fue cayendo en menos cantidad hasta desaparecer del cielo ese instante.

Arte Elemental: Susurro de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora