Capítulo 22

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- Despierta ya pendejo que tienes todo el libro desmayándote.-

Desperté.

- Sí, es lo que te acabo de decir.

La superficie en la que me recostaron estaba dura, fría y áspera. Por alguna razón lo único que me dolía era la espalda; claro que pasamos por una larga noche, pero eso es lo raro, debería dolerme el cuerpo entero. Apreté el puño con toda normalidad, luego moví la pierna y levanté el torso bostezando; puse ambas manos en mis rodillas.

- ¿Qué sucede? ¿Tú quién eres?- Dije observando a aquella persona.

- Soy Ova pendejo, escribiste sobre mí unos capítulos atrás.

- No te entiendo.- Un chico de piel muy blanca, ojos verdes, pelo castaño, delgado y pequeño se encontraba parado frente a mí; su expresión arrogante lo delataba de inmediato: es un presumido.

Me percaté de que no estaban mis hermanos por la habitación y, de hecho, no había muebles o puerta, solo varios papeles en el suelo de alguna golosina que no reconocí, la madera desgastada de no sé cuanto tiempo y un olor fétido.

- Tus hermanos están abajo.- Respondió.- Ya sabe que respondí, no tienes que ponerlo. Oye la Maggie está rebuena, me la voy a quedar.

- ¡¿Qué?!

- Oye tranquilo viejo.

- Pero cómo... ¿Cómo sabías que pensaba en eso?

- Pues porque a mí me vale verga, Aquiles, ya déjate de mamadas que lo que la gente quiere es acción, mueve tu culo y vayamos a matar un par de nomos... a no que no hay, entonces ¿Qué hay en este mundo de mierda?

Lo observé confundido.

-¿Qué le pasa a este loco? ¿Con quién habla?- Pensé.

- Cómo que con quien, pues contigo pendejo.

- Ya, basta, ¿dónde dices que están mis hermanos?

Bajamos las escaleras, Maggie y Ciddis estaban ahí con su ropa desgastada y varios moretones por el cuerpo. No vi a los demás, debía suponer que escaparon como les dije, ellos deben de estar ya muy lejos de aquí. Corrí a abrazar a mis hermanos y nos quedamos así un par de segundos. En ese abrazo se dijo todo lo que jamás decimos.

- A sí, los otros están afuera, voy a por ellos. Me los encontré paseando por la zona dos, iba a ir a ayudarlos con la cosa esa, ya sabes la de la sonrisa, pero luego parecerían unos inútiles delante de los lectores.- Decía el chico de ojos verdes abriendo la puerta y saliendo a la derecha.

-¿Creen que esté de nuestro lado?- Pregunté

- Sí, es el amigo de mamá, dice que tiene a su maestro esperando en la zona uno.- Respondió Ciddis.

- ¿Dónde estamos?

- En la zona dos, despertamos antes y pudimos hablar con ese subnormal de Ova. Es un cretino.

- Pues a mí me parece lindo.- Interpuso Maggie

Asentí con la cabeza despegándome del abrazo.- No bajen la guardia.

Me sentía extraño, no entendía por qué no me salían las palabras de la boca, era cómo si mi propia familia fuese diferente, cómo si hablar de más pudiese generar un problema. ¿Qué me estaba pasando? ¿Sigo siendo yo?

- ¿Aquiles, estas bien?- Preguntó Maggie con su clásica expresión de angustia, ya me era común verla estos días.

- Sí, lo estoy.- Sostuve mi frente con la palma derecha de mi mano, cerré los ojos y por un instante me sentí... igual. Ya no había paz en mi corazón, ahora se inundaba en la tristeza y la ira. Pensar en la muerte de mamá, eso me carcome. ¿Alguna vez has sentido las lágrimas obligarte llorar? Una sensación que viene de lo más profundo y es casi inevitable, sea por una pérdida o algo que en verdad te importe...Eso es lo que siento yo. El cómo un poder grande dentro de mi cuerpo me exige expresar las emociones que tanto he reprimido, pero no lo haré aquí, no frente a ellos; no frente a las personas que debo proteger.

- Aquiles, estoy asustado, ¿qué vamos a hacer ahora? ¿Qué es lo que va a pasar?- Decía Ciddis moviendo sus manos eufórico.

- ¿Cuál es tu peor miedo?- Lo miré a los ojos.

- No entiendo.- Puse mi mano en su hombro.

- Nuestro mayor miedo no es que no encajemos, nuestro mayor miedo es que tenemos una fuerza desmesurada, es nuestra luz y no nuestra oscuridad lo que nos aterra. Optar por la mezquindad no sirve al mundo, no hay lucidez en encogerse para que los demás no se sientan inseguros frente a ti. Nuestro destino es brillar como los niños. No es el de unos cuantos, es el de todos, y conforme dejamos que nuestra luz propia alumbre, inconscientemente permitimos lo mismo a los demás y al liberarnos de nuestro propio miedo, nuestra presencia libera a otros.

Todos quedamos en silencio unos segundos. Me aparté un poco de mi hermano y le di un ligero golpe en el brazo.

- Así que Ciddis, ya basta. Deja de temer, deja de preguntar cosas que nadie puede responder o buscar una salida fácil a todo esto, no existe. Tú o yo vamos a morir el día de mañana, lo que importa ahora es proteger a nuestros hermanos, a los más pequeños y a los más grandes también.- Le sonreí a Maggie.- Ellos tienen todo por delante, pero nosotros, bueno, a nosotros nos gustó desperdiciar la vida, tirarla por la ventana y ver como el tiempo volaba frente a nuestras narices. Eso se acabó. No voy a permitir que mi hermanita no tenga una vida feliz, que pueda estar en paz tres segundos sin que algo nos pase o que pueda mantenerse un día a salvo y sin temor; de que lo que sea que está afuera vaya a matarla. Es mi deber protegerlos a todos: que Maggie tenga un marido que la sepa valorar por quién es y no por su apariencia; que Rob aprenda lo que es humildad, amistad y amor verdadero; que Max entienda el liderazgo y que tú seas más poderoso que cualquiera en el mundo, pues ese es tu destino.

- Osh, Aquiles ya está dando otro sermón - Escuchamos la voz de Rob en la puerta y giramos a verlo. Estaba ahí junto a Max, pero no había señales de la pequeña Celestia o de Ova.

- ¡Ciddis, Aquiles, Maggie!- Gritó el pequeño Max con lágrimas en los ojos y una enorme sonrisa a la par que lanzaba susurros eufóricos. Después de todo lo que había tenido que pasar, de ver morir a su madre y obligarse a la adaptación, de que yo no lo dejara ayudarnos en la pelea o de que no haya convivido con nosotros por culpa del entrenamiento, quizá este es el momento más emotivo en su vida, el momento en que, por fin, se percata de lo mucho que quiere a su familia y de lo mucho que lo amamos a pesar de todo, este será el momento de su madurez y de un cambio para todos, estoy seguro de eso. Por fin tendrá el protagonismo que se merece y usará todo su poder en un futuro no muy lejano.

- Hola Max.- Dije sonriendo.- Yo también te extrañé.- Vi una lagrima de felicidad baja por su mejilla. Noté en sus ojos la nobleza de su alma y en un segundo... Todo se desmoronó. Todas las imágenes que habíamos vivido estaban en mi mente: desde la primera vez que jugamos a la pelota hasta le primera vez que usó la espada y noté su poder: una magia increíble capaz de paralizar a las personas usando las penumbras con solo clavar su arma en el suelo, pero lo último que recordaré será esa sonrisa llena de sueños y esperanza; esa pequeña gota de lágrima que marcó su cambio: el momento en que maduró.

Su rostro desapareció de mi vista, varias gotas de sangre mancharon mi rostro y ahora a mi hermano lo cubría un enorme cetro negro. Aplastó los cráneos de Rob y Max dejando sus restos pegados al suelo... La bestia había regresado.

- No- Susurré.- No, no, no, no, no, no, no.

La criatura se paró en la puerta pisando los cuerpos de mis hermanos y nos observó con esos huecos terroríficos. Si no fuese porque tiene cosida la mandíbula, me atrevería a decir que se estaba divirtiendo.

-No, no, no, no, no, no, no.- Algo aceleró mi corazón, mis ojos ya no pudieron más y mi cuerpo no respondía.- No, no, no, no, no.- Tenía miedo.

Un destello cegador apareció atravesando a la bestia por la mitad, varios relámpagos muy pequeñitos salían de una espada y Ova se encontraba detrás empuñando la misma. Esa criatura se desplomó sobre el suelo y por fin la vimos morir convirtiéndose en cenizas.

Arte Elemental: Susurro de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora