Capítulo 29 Ciddis

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Aquiles me extendió su mano a mitad de las ardientes llamas del bosque, sus palabras fueron simples y atendibles: ¿Estás listo para morir? El solía decir eso cuando todo iba mal y ahora era el momento más apropiado. Tomé su mano y me levanté tratando de no ahogarme al respirar, ya que el humo estaba rodeándonos. Se veía poco más que fuego, los ojos comenzaron a llorarme.

- Aquiles, ¿qué pasa?

Se limitó a mostrar su espada que, por alguna razón, ahora era más grande, pesada y con un color diferente: el mango completamente dorado sin perder tan distintivas alas por los bordes, tenía un grabado por toda la espada en símbolos que no podía entender y un brillo salía de punta a punta en forma de espiral, como si de sus manos se extendiera una energía dorada hasta el filo del arma. Apuntó hacia los árboles en llamas y comenzó a caminar apartándolas.

Saqué mi espada, sentí como la fuerza que recorría mi cuerpo se incrementaba poco a poco mientras que un brillo café se desprendía del filo. Me sentí confiado, y al mismo tiempo, con la angustia de que mis hermanas estuvieran a salvo; más bien el terror de que les hubiese pasado un accidente. Aquiles no me decía nada, ¡nada! Quería preguntar más cosas, pero él se limitaba a caminar de frente al fuego que se extendía en cada paso. Cuando lo atravesamos las flamas desaparecieron.

- ¿Qué demonios?- Exclamé.- ¡Aquiles, ya dime que pasa maldita sea!

-...

- Así que por fin han salido.- Se escuchó una voz familiar.- Pensé que morirían de hambre ahí dentro.

- ¿Quién eres?- Exclamé.- ¿Dónde estás?- La oscuridad del bosque no me permitía ver más allá de unos cuantos metros, de pronto el sonido de varias espadas golpeando me hizo erizar la piel.

- Espero que ellos se estén divirtiendo.- Dijo aquella voz.

¿Qué está pasando?- Pensé y coloqué mi arma al frente para evitar cualquier ataque.

- Yo estoy que me parto de la risa.- Hizo una pausa.- Mis amigos del este me prestaron unas cosas bastante agradables. Ojalá que su mamá los vea desde donde está, así sabrá que son unos perdedores y que la van a acompañar en breve.

- ¡¿Quién eres? muéstrate!

- De acuerdo, aquí mi rostro, entre la oscuridad y la penumbra del bosque yo me elevaré como el amo y señor de las tinieblas, yo, el Barón.

El corazón me dio un vuelco, sentí como la sangre ardía en mis venas y como la espada elevaba su luz dejándome ver lo que salió de entre los árboles y arbustos: un hombre horrible manchado de sangre cuyas tripas usaron para atarle el cuello y nadie se había molestado en cubrirlas. Su olor era muy fuerte y con cada paso se escuchaba como un par de cuchillas golpeaban el suelo, al acercarse me di cuenta de que no tenía manos ni pies, en su lugar poseía unas enormes navajas llenas de sangre y con la piel de un animal aún entre el filo. Caer en esas cosas sería mortal puesto que las navajas, como todo su cuerpo, estaban en muy mal estado y con varios pedazos rotos que la hacían todavía peor. Su cabeza estaba cubierta por una máscara improvisada de algún trapo sucio atado con los intestinos para no caerse y sus brazos (o lo que querían simular ser sus brazos) estaban vendados hasta el codo con el fin de sostener la cuchilla y los pinchos que salían por todo su antebrazo; en lugar de ojos poseía unas cuencas vacías y, en su espalda tanto de sus rodillas para abajo, estaba repleta de pinchos. Supuse que los huesos se le habían salido para formar a la criatura más desagradable en la fas de la tierra cuya altura era atemorizante: con las navajas como apoyo debía medir unos dos metros.

- Les presento a los thiumas.

Un par más salieron de las penumbras... y más y más. Conté diez, once, doce, no, eran quince. Me quedé paralizado. ¿Ahora qué? No voy a morir. No, no vamos a morir. Aquiles y yo lucharemos ante estas cosas y saldremos adelante como lo hicimos con anterioridad. Él y yo podemos ganarles a estos deformes hombres. ¡Sí! ahora mismo es cuando descubriremos un nuevo ataque, una nueva combinación, algo que nos salve o que, como mínimo, nos dé el poder para sobrevivir. Esas cosas no deben ser nada en comparación con la bestia que nos topamos, eso era enorme y fuerte, en cambio los thiumas son delgados y paliduchos, que nos podrían hacer, un par de cortes y tendremos esto terminado.

- Prepárate Aquiles.- Dije confiado.- ...- Al no recibir respuesta giré para ver a mi hermano y lo que vi me hizo dudar. Su mirada estaba fija a esas cosas con la expresión de horror más grande que había visto en mi vida, todo su cuerpo temblaba y un par de lágrimas salían de sus ojos. - ¿A...Aquiles?

En eso una de las bestias apareció muy cerca de mi hermano e hice lo que pude para detener su ataque extendiendo mi espada pero, al chocar con sus afilados brazos, Aquiles y yo salimos disparados un par de metros hacía atrás. Ahora entendía. Los thiumas no eran solo muy veloces, también tenían una fuerza descomunal, fuerza que, por un instante, nos salvó de quedar emboscados.

- ¡Aquiles, reacciona ya carajo!

-...

-No puedo hacer esto solo, te necesito, necesito a mi hermano de vuelta.- Me puse junto a él.- No podemos dejarlos vivir, ellos mataron a mamá, a Max, a Rob... no podemos dejar que se salgan con la suya.- Él no hacía ningún movimiento.- ¡Vamos Aquiles! No me dejes solo en esto.

- ¡Cuidado chico!- La voz de Pedro resonó en mis oídos. De un segundo a otro el maestro había aparecido frente a mí bloqueando el ataque de diez thiumas y llevándolos junto a él.

- Les dije que mi maestro era la polla.- Exclamó Ova mientras de un golpe alejaba a cuatro de esas bestias.- No nos esperen para cenar, pendejos.- Dijo antes de desaparecer junto al maestro entre los árboles.

Ahora solo quedamos tres en el campo de pelea. Aquiles, el thiuma y yo.

- Esta bien hermano, descansa.- Dije tocando su cabeza. Suspiré.- Esta vez me toca a mí ganar la pelea.



Arte Elemental: Susurro de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora