•Capítulo 3: "Se llama emoción"•

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Capítulo 3

Un día después, el hombre volvía a estar sentado en el mismo lugar, pero esta vez seis pares de ojos los observaban en lugar de dos.

— ¿Estudiaran?— preguntó el padre de Soledad, un hombre cincuentón de pelo canoso y ojos cafés.

— Como ya les he dicho a las pasajeras, un profesor estará con ellas cada día y medio, les explicará lo que ellas deseen, incluyendo inglés— puntualizó el guardia.

— ¿Estarán todos en el mismo lugar?, es decir, ¿vivirán con estos chicos?— indagó Gina, a quien difícilmente le gustaba que su hija viajara.

— Vivirán en una casa, no es la residencia que habitan los chicos diariamente, ya que todos viven separados.

— ¿Será necesario enviar dinero?— la voz de Sebastián, padre de Elizabeth era grave y tranquila, por lo que era difícil no escucharla.

— Cada cosa que deseen comprar estará a cuenta de los managers, desde ropa hasta recuerdos. Podrán, claro está, conseguir un trabajo si eso es lo que quieren, pero por supuesto no será necesario.

Tras unos minutos de silencio y preparación mental los cuatro padres volvieron a mirar al mensajero. Las dudas persistían en el ambiente, Inglaterra era un país muy lejano, y ellas aún eran sus pequeñas bebés…

— ¿Estarán seguras allí?— la voz de Gina estaba algo tensa, era notorio que no estaba demasiado feliz.

— Les aseguro que nada malo va a pasarles. ¿Están listos para firmar el contrato?

Ya estaba hecho, habían firmado los papeles, y en dos días ambas adolescentes estarían fuera de Argentina por seis largos meses, valiéndose de sí misma.

El once de julio había llegado, y con él la ansiedad y el descontrol propio de un viaje.

Las habitaciones de ambas viajeras eran un desastre, ropa sobre los muebles, zapatos en las camas, bolsos y mochilas desperdigados por el suelo y dos madres que no podían creer lo que veían.

— ¡Elizabeth!— gritó Malvina con su voz estridente— mamá está pidiendo que te apresures.

— ¡Dile que iré cuando encuentre mis zapatillas!

— Están debajo de la cama de Maia— afirmó la chica riéndose.

En cuestión de segundos la castaña salió de allí con sus dos converse en mano, sonriendo como el gato de Cheshire.

— Soledad, tú padre está esperándote.

— ¿Irás con Esteban?— preguntó la chica.

— Sí, sabes que tú padre y yo no podemos estar juntos demasiado tiempo sin querer matarnos el uno al otro.

Los padres de Soledad estaban separados desde hacía tanto tiempo como la chica podría recordar y ambos habían vuelto a encontrar el amor, en otra persona.  

El aeropuerto de Ezeiza estaba indiscutiblemente poblado, la gente iba y venía con montones de valijas, despidiéndose o saludando a familiares y amigos. Se respiraba un aire de ansiedad y emoción, el cual se mezclaba con algo de tristeza y añoranza.

— Adiós. Cuídense mucho, compórtense bien y por favor intenten no crear conflictos— los ojos de Maricel estaban acuosos y parpadeaban repetidamente para contener las lágrimas.

— Prometan llamar a menudo, ¿de acuerdo?— ambas madres envolvieron a sus nenas en un abrazo apretado y luego llegó el turno de ambos padres y hermanos, que copiaron el acto dándoles un beso a cada chica que después de un llamado de las azafatas corrieron puertas adentro del avión.

El avión por dentro era una maravilla, pisos alfombrados, butacas dobles de cuero negro y una pantalla plana que colgaba de un costado. Olía a limpio y a nuevo, como si nunca hubiera sido usado. Soledad no había podido sentarse, su cuerpo se negaba a quedarse quieto, la emoción le llenaba cada parte de sus ser, la cual se mezclaba con la sensación del vértigo.

— Lizzy— llorisqueó una vez que se hubo acomodado.

Elizabeth, que yacía dormida en la cómoda butaca doble abrió un ojo gris e intentó enfocar su vista, de por sí dañada, en la cara de su amiga.

— ¿Qué?— pregunto en un tono ronco, buscando sus lentes.

— Estoy asustada. ¿Qué tal si no me quieren?, ¿y si les caigo mal?, ¿Qué sucede si debemos estar allí por medio año y ellos nos hacen sentir mal?, ¿Cómo haremos para salir de la casa sin perdernos?

Los ojos achinados de Lizzy se abrieron, y observó con preocupación el rostro asustado de la rubia.

— Oh, yo creo que es una estupidez, te preocupas por algo que no sucederá. No podrías caerles mal porque eres un sol, y porque además los artistas aman a las fanáticas.

Las facciones de muñeca de Soledad se relajaron y esbozó una pequeña sonrisa.

— ¿Tú no estás asustada?

— Un poco, pero tengo catorce horas para mentalizarme de que estaré a miles de kilómetros de casa y no podré volver.

“En diez minutos estaremos aterrizando en el aeropuerto de Heathrow, por favor abrochen sus cinturones”

La voz electrónica del capitán resonó en cada rincón de la cabina, despertando a las adolescentes que habían caído dormidas luego de que Paul apareciera desde el lugar de manejo del avión.

— Nena— Soledad sacudió el brazo de su amiga con euforia— ¡Llegamos a Londres!

— Lo sé.

Las cejas de la rubia se alzaron en reproche.

— Eres tan molesta cuando recién te despiertas.

La piel de Elizabeth estaba algo verde, las nauseas subían y bajaban por su garganta.

— Estoy mareada, creo que vomitaré.

— Se llama emoción— la boca de la castaña se torció en una mueca de desagrado.

— Yo le digo nauseas, y no están siendo agradables con mi estómago.

Luego de quince minutos ambas tenían sus valijas y otras pertenecías con ellas. Pisos blancos, luces brillantes y gente a cantidades con carteles que decían diferentes nombres fue lo que pudieron distinguir mientras Paul las guiaba por el abarrotado lugar, hasta llegar a un auto negro, con vidrios polarizados y un chofer vestido de traje.

— Muchachas, este será su chofer, James Halley— el conductor que no aparentaba más de unos 22 años, sonrió de forma cálida, mostrando un bonito hoyuelo en la mejilla izquierda y una hilera de dientes magníficamente blancos, que hacían un muy lindo conjunto con sus ojos verde agua.

— Es un placer conocerlas— dijo y ambas notaron la aspereza de su voz que lo hacía definitivamente caliente.

Paul notó como ninguna de las dos dijo una sola palabra, mientras miraban anonadadas al alto chico.

— Bueno— carraspeó— debemos ir a la casa.

Enamorándome en LondresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora