•Capítulo 33: "Maite Bennett y el año nuevo"•

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Capítulo 2/2

Luego de pasar navidad separadas, Soledad y Elizabeth se encontraban, como todos los veranos desde hacía seis años, tendidas alrededor de la gran pileta que abarcaba el campo de la casa de los tíos de Sol. El calor era sofocante, sobre todo para la pequeña rubia, quien por más que lo deseara no podía controlar su frustración.
— ¿Acaso hice algo mal en mi vida? Dime, porque no existe otra explicación...— su cuerpo se hallaba extendido boca abajo, en una larga reposera blanca de plástica, mientras que su mano iba y venía por el agua, dándole al menos una sensación de refresco.
Elizabeth rió, la rubia era difícil de tratar cuando hablaban de días de período. Apoyó su delgado cuerpo en el borde azul de la hondo pileta, salpicando a modo de broma la espalda de Soledad, quien también rió.
— ¿Tu eres capaz de quejarte? Maite, ¿tú crees que el karma atacó a nuestra chica?
La aludida carcajeó. Maite Bennett era lo que podían llamar una muchacha única, podía contagiar su eterno buen humor a cualquiera que estuviera a su alrededor con solo regalarles una gran sonrisa, que casi siempre llegaba a sus achinados ojos cafés. Maite era sin dudas un ser humano excepcional, con aires de diva de Hollywood y cabello amarronado, siempre pondría a sus amigas antes que ella.
— Yo creo que está siendo exagerada— opinó, lanzándose directo al fondo del agua.
— ¡No lo soy!— chilló la rubia, escondiendo su rostro entre sus brazos, mientras oía las carcajadas de sus amigas.
Maite calló, al ver la expresión de Liz, quien fruncía el ceño silenciando su risa.
— ¿Sucede algo?
Liz negó suavemente, poniendo sus ojos sobre la expresión preocupada de su compañera. Su mente había comenzado a correr, yendo sin piedad hacia atrás en el tiempo, más exactamente a la última vez que había tenido algún tipo de síntoma menstrual, haciéndola notar que su cuerpo aún no estaba del todo recuperado.
— Estás pensando en que tú no tienes tú período hace más de dos años, ¿cierto?— Soledad posó sus ojos cafés en ella, mirándola con un poco de tristeza. El camino a la total recuperación había sido duro para ambas, subir los peldaños de una larga escalera llevaba tiempo.
— Lo siento, no quería deprimirlas, pero no puedo dejar de pensar en que exista la posibilidad de no volver a ser completamente una mujer normal, ¿Qué tal si no logro regular mis hormonas?
La castaña saltó del agua, sentándose justo al lado de su eterna compañera de vida. Movió sus pies en círculos, notando como el agua comenzaba a hacer ondulaciones, y sonrió.
— Confiamos en ti, has logrado salir de un horrible túnel sin luz. Estamos contigo y lo sabes, no vamos a dejar que vuelvas a caer al vacío.
Era afortunada, quizás no todo salía siempre como ella deseaba, pero estaba feliz de que al menos aquellas dos mujeres estuvieran ahí, aguardando el momento en que ella se patinara para tomarla de la mano y hacerla poner otra vez sobre su cuerpo. No tenía idea de cómo resultaría su vida sin que estuvieran en su camino. 
 
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El silencio reinaba en la sala de la casa de los Malett, haciendo que Gina y Maricel se sintieran incómodas, mientras veían a sus hijas juguetear con sus manos.
— ¿Nos dirán que sucede, o nos quedaremos aquí toda la tarde?— preguntó de mala gana la mujer del cabello claro, y ojos prolijamente maquillados.
Soledad soltó una risa nerviosa, no esperaban una negativa de parte de ellas, por lo que debían pensar bien sus palabras, cualquier paso en falso que hicieran podría costarles el viaje a Londres antes del día de año nuevo. Elizabeth por otro lado, soplaba su flequillo de un lado a otro.
— La cuestión es...— la castaña vaciló un poco, respirando hondo y aclarando su garganta que al parecer estaba repleta de algodón mojado. — Queremos volver a Londres para año nuevo, sabemos que habíamos prometido pasarlo aquí en Argentina, pero... ¿realmente quieren que solo saludemos a quienes nos han estado manteniendo por más de medio año solo por teléfono?
— Sería una terrible falta de respeto, ¿no creen?— preguntó Soledad, batiendo sus pestañas.
Maricel y Gina suspiraron audiblemente. Era duro tenerlas tan lejos de casa, porque a pesar de que ellas eran adultas, aún las consideraban sus pequeñas, y dejarlas ir a sabiendas de que no las verían en un largo tiempo no era nada sencillo.  El silencio volvió a convertir el ambiente en algo espeso, el único sonido que podía oírse era el de las respiraciones lentas y pausadas que ambas madres daban, aun sin tener una buena respuesta para darles.
— ¿Es lo que realmente quieren?— preguntó Maricel, resignándose.
Ambas asintieron repetidamente, dándoles a entender que era más que solo querer.
— Entonces no hay más que discutir— sentenció Gina— pueden ir.
— Oh vamos mamá, será lo mismo ir en...— cortó su protesta, sintiendo un codazo en las costillas propinado por Elizabeth, quien sonreía de oreja a oreja.
Sin poder contener los impulsos, la rubia abrazó a ambas mujeres.
— Gracias, gracias, gracias— repetía, mientras besaba sus mejillas— tengo que contarle a... uh... las veré después— chilló y salió de allí lo más rápido que sus piernas la dejaron.
Elizabeth no movió un solo músculo. Sentía como sus mejillas comenzaban a acalambrarse, pero su sonrisa no decayó.
— Ve, cariño— susurró Maricel, y fue como magia, el cuerpecito de Liz saltó de allí desapareciendo.      
  
Corrió con rapidez hacia la cama, tirándose en ella. Iría a Londres, pasaría el último día del año con su queridísimo rubio de pote y tendría, por primera vez, un beso el primer día del año. Casi sin mirar marcó de memoria el número de teléfono, y esperó.
Vamos... ¡atiende!
Soledad soltó un bufido, el irritante pitido del teléfono le ponía los nervios de punta.
— ¿Hola?— la voz del otro lado del teléfono le resultó desconocida, demasiado femenina para pertenecer a Niall.
— ¿Podría hablar con Niall?— preguntó la rubia, sintiéndose un poco perdida.
La mujer rió, haciéndola sentir un poco menos incómoda.
— Hola, cielo. Por el modo en que mi niño te tiene nombrada en su teléfono asumo que tú eres Soledad.
La muchacha suspiró, su madre era quién hablaba. La mujer tenía una hermosa y dulce voz que destilaba amor al soltar aquellas palabras.
— Lo soy, señora— su garganta estaba un poco áspera, estaba hablando con su suegra por primera vez y se sentía como una tonta incoherente.
— Oh, no... no podemos comenzar sí tú me dices señora— regañó. — Es bueno que llames, Niall es imposible de despertar, sobre todo cuando está aquí con nosotros. Él parece dormir todo el día.  
Maura Horan caminó hasta la habitación de su hijo, sonriendo al verlo acostado en la cama que ya estaba un poco pequeña para el cuerpo, ahora fornido del que alguna vez fue su chiquito. Era su orgullo, su hijo menor. Se acercó con suavidad, apoyando el teléfono contra la oreja de Niall, quien por inercia lo tomó.
Al sentir las respiraciones acompasadas, Soledad supo que era momento de hablar.
— Hola cielo, lamento tener que despertarte, pero tú madre ya no sabe cómo hacerlo— susurró.
El irlandés sonrió al escuchar la voz de la persona que tanto quería. Soltó un bostezo, desperezando su largo cuerpo sobre la cama.
— Eres muy cruel, amor— la ronquera de su voz hizo erizar los vellos de Soledad.
— Lo siento— rió la rubia.
— No, no lo haces— refutó— No es que me esté quejando, en absoluto, pero... ¿quieres decirme a que debo tú llamado?
Soledad sonrió como idiota. Lo extrañaba como demente, y eso la asustaba porque jamás había sentido algo tan profundo por alguien. Miró al techo, respirando varias veces, pensando qué demonios podía decirle.
— Es por esta chica... Una muchacha que está muy enamorada de su novio, y le pidió a su madre que la dejara volver a Londres para poder pasar año nuevo con él y así obtener un beso suyo para comenzar el año...
Cualquier atisbo de somnolencia que Niall pudo haber tenido, desapareció con la noticia. Su pecho se expandió, y los animales salvajes de su estómago hicieron su gloriosa aparición.
— ¡Dime que no es broma!
Soltó una risa suave, sintiéndose feliz ante la emoción que notaba en él.
— No lo es...
— Estoy muy emocionado, nena. Tú realmente sabes cómo hacer que sonría aunque haya despertado recién.
Oyó entonces el sonido de la voz de Maura, avisando que debía cortar para poder bajar a almorzar.
— ¿Debes irte?
— Mamá hizo el almuerzo, la familia se reunió hoy, ya sabes... casi nunca estamos todos. Te extraño, cielo.
Ella apretó los ojos, mordiendo su labio inferior para no chillar como una niña.
— Nos veremos pronto. Te amo.
— Mientras antes mejor. Yo a ti te amo mucho más.
La llamada terminó, y ambos mantuvieron la tonta expresión de enamorados. 


Elizabeth se detuvo un momento a pensar una buena manera de contarle a Harry que volvería a Inglaterra más pronto de lo que creían. Se acomodó en una banqueta de la cocina, y buscó el número entre sus contactos.
Sostuvo el pequeño aparato en su oreja, preparándose mentalmente.
— ¿Harry?— su llanto fingido dio comienzo, haciendo que el muchacho se preocupara instantáneamente. Ella hipaba incontrolablemente, haciendo más creíble el falso lloriqueo.
— ¿Por qué demonios lloras, Pixie? ¿Alguien te lastimó? ¿Ha sucedido algo grave?
Ella sintió como su corazón fue a un ritmo loco contra sus costillas, la real intranquilidad de su voz, las preguntas casi atolondradas, la habían dejado un poco tonta.
— Lo siento...— hipó de nuevo— mamá dijo que no volveré a Londres. Dijo que no podía soportar la distancia y que solo hará que envíen mis cosas por encomienda...
Esperaba que Harry creyera la mentira, y que no se enfadara por ella. Por otro lado el muchacho de ojos esmeralda sintió como su pecho se comprimía, haciendo que doliera mucho más de lo que podía soportar.
— ¿Por... por qué? ¿N-no vas a volver?— se sintió como el mayor imbécil del planeta al oír su tartamudeo, aquel que solo salía en pocas ocasiones, solo cuando realmente estaba nervioso o triste— te he extrañado, muchísimo y...
Elizabeth respiró hondo, notando como sus rodillas se aflojaban. Eran pocas las veces que podías ver a Harry Styles nervioso o decepcionado, sobre todo nunca había oído que él, tan confiado de sí mismo pudiera llegar a tartamudear.  
— Lo sé, también te extraño... es por eso que mañana volveré a Londres, para ver a este lindo y un poco bipolar cantante inglés que me pone de los nervios pero que puede hacerme sentir bien...
Al terminar de pronunciar eso, el aprisionado corazón de Harry soltó todo el peso, y un pequeño enojo burbujeó en él.
— ¿Eres tonta?— soltó, con frustración— creí que debía ir hasta allá para buscarte y traerte conmigo otra vez. No vuelvas a decirme algo así, Elizabeth Bayés, o voy a matarte.   
Supo entonces que él realmente estaba molesto, nunca la llamaba por su nombre completo.
— Lo siento mucho, no creí que fueras a comportarte tan... dramáticamente. Solo ha pasado una semana desde que nos vimos por última vez Harry, no es tanto tiempo si lo piensas con detenimiento.
El castaño soltó un largo soplido de frustración, siete días habían sido una jodida eternidad para él, y eso le molestaba porque nunca había necesitado a nadie como la necesitaba a ella, y nunca se había sentido tan desolado de solo pensar que no la volvería a ver pronto. Harry necesitaba tener el control de sí mismo, por eso estaba tan enojado con ella, porque Elizabeth Bayés le quitaba cualquier posibilidad de control.
— Ha sido mucho más tiempo del que me gustaría... ¿Sabes a qué hora llegarás a Londres?
— No lo sé, nuestro avión sale de aquí temprano, pero son casi quince horas de vuelo, así que puede ser que estemos ahí casi al atardecer. Te extraño, pero solo un poco— bromeó ella, sacándole una sonrisa.
— ¿Quieres que pase por el aeropuerto? También te extraño, Pixie.
— Louis dijo que estaría allí para antes de que nosotras aterricemos, y mandará a James a buscarnos. Nos veremos en casa.
El pitido del teléfono le avisó que su batería estaría muerta en pocos minutos.
— Debo dejarte, mi celular morirá si no termino pronto la llamada.
— Nos veremos pronto, nena. Te quiero.
La manada de perros salvajes atacó el pequeño estómago de la castaña, haciéndola sentir cosquilleos ridículos.
— Dalo por hecho. También te quiero, Styles.
Con eso, el teléfono se apagó. Su cabeza daba vueltas, era tonto negar que amaba a ese idiota. 


Enamorándome en LondresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora