•Capítulo 19: "Sí, Oui, wenn"•

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Diciembre había llegado rápido, sobre todo cuando ya estaban en el noveno día en París.
— ¡Bonjour!— gritó Lizzy abriendo las persianas de la habitación, dándose cuenta de que estaba lloviendo a cántaros.
— ¿Qué te sucede? Estaba durmiendo— se quejó la rubia tapándose la cabeza con las sábanas.
— Niall me dio esto— se excusó estirando su mano y dándole un pequeño sobrecito de color azul metálico.
 La rubia tardó un poco en incorporarse, y cuando lo hizo no dudo en abrir su correspondencia.
"Siento mucho haberte despertado amor, pero era importante. Apresúrate y ve al bar del hotel, ¿ese bonito que hay en la primera planta? Te veo allí. Te quiero"
— ¿Te dijo que era lo que pasaba?
Elizabeth negó suavemente, fingiendo que no tenía idea lo que su amigo le diría.
— Búscalo y entérate. Primero toma una ducha, te gustará saber que está diluviando.

Soledad estaba algo desorientada, Niall no daba señales de aparecer por ningún lado, y eso la estaba haciendo enojar.
— ¿Buscabas algo?— preguntó una voz hermosa mientras dos manos tapaban sus ojos.
— No lo sé, yo recibí una notita esta mañana diciéndome que un chico me esperaba aquí, pero llevo quince minutos buscándolo y no tengo rastros de él.
El rubio soltó los ojos de la chica y la tomó de la mano.
— Lo siento, nena. Estaba terminando de hacer una pequeña cosa.
Caminaron por todo el lugar, hasta llegar a una puerta de madera rojiza, un poco escondida y mucho más chiquita que las demás. Niall insertó la llave y se inclinó un poco entrando y ayudando luego a Sol para que hiciera lo mismo.
La oscuridad terminaba en un pequeño resplandor al fondo.
— ¿Qué es este lugar?
Él sonrió, pero no dijo ninguna palabra, solo siguió guiándola por el estrecho pasillo.
Al final del camino había un cuartito, del mismo color que la puertecita, todo decorado con distintas gamas de rojos, y olía a ¿rosas? Había un par de almohadas y mantas sobre el piso, iluminados por una bonita lámpara de pie del mismo tono que el resto.
— ¿Y bien?
Las cuerdas vocales de Soledad parecían hechas de hielo. Las palabras no querían salir. La emoción tomó el control de su cuerpo y comenzó a llorar.
— Hey, no... no llores, linda. Sí no te gusta podemos ir a otro lugar— Niall se sintió un poco decepcionado, había preparado todo para que fuera perfecto.
— Es hermoso— oyó que decía entre lágrimas.
La abrazó fuerte contra sí mismo y de a poco fueron sentándose en las mantas.
— ¿Por qué lloras entonces?
— Es tan dulce, todo esto. Lo siento.
Sonrió con dulzura.
— Bueno... hay algo que debo decirte, preguntarme mejor dicho...
Sol espero a que continuara, y cuando no lo hizo lo observó.
— Te escucho.
Se aclaró la garganta y continuó.
— ¿Qué estamos haciendo?
Ella subió ambas cejas, no comprendía a que se estaba refiriendo.
— No estoy segura de haberte entendido.
— Claro, es decir... ¿Quieres seguir así como estamos o...
Soledad rió un poco.
— ¿Quieres preguntarme si me gustaría formalizar las cosas?
— Oh, Dios. Soy bastante tonto ¿verdad? Realmente me gustaría que dijeras que sí, porque sería un poco vergonzoso que la respuesta sea negativa pero... ¿Quieres ser mi novia?
La sonrisa no entraba en su pequeño rostro, y sus ojos estaban iluminados como nunca.
— Eres un tonto por pensar que te diría que no.
— ¿Entonces?
— Sí, Oui, wenn. En cualquiera de los idiomas.
Y no pudo detener el impulso de besarla, porque si no lo hacía entonces realmente sería un imbécil.
— Gracias por hacerme tan feliz, nena. Tú no sabes lo fantástico que es tenerte cerca de mí, y saber que también eres toda mía.
Las mejillas se le pusieron rojas carmesí.
— Detendría el tiempo justo ahora— reflexionó Soledad— no quisiera que esto terminara nunca. Es perfecto, el lugar, la luz, y sobre todo la compañía. Es como si alguien hubiera estado husmeando en mi cabeza, buscando exactamente mi mayor felicidad, y luego la hubiera hecho real.
— Te quiero, amor. Muchísimo más de lo que jamás entenderías.

La habitación del hotel casi brillaba, todo estaba en un orden perfecto, y Elizabeth emanaba alegría.
A pesar del terrible clima, la pequeña castaña conocería uno de los museos más importantes de toda Francia y eso hacía que su día fuera mejor que nunca.
— Pixie, ¿estás lista para irnos?— la cabeza del inglés se asomó por la puerta, para luego entrar completamente.
Ella subió una ceja.
— ¿A ti te parece que en pijamas puedo salir de la habitación?
Harry la observó de pies a cabezas y no pudo evitar tener pensamientos fuera de tono.
— Duermes demasiado suelta de ropa. Esa remera es demasiado corta, y estoy seguro de que no traes nada por debajo, ¿qué sucedería sí hay una emergencia y debes salir de aquí rápidamente? Todo el mundo te vería así— los celos se colaron en la tonalidad vocal del chico.
— Te aclararé dos cosas. La primera— dijo ella subiendo un dedo— mi pijama no tiene nada de malo, es con lo que estoy acostumbrada a dormir, y sí, tengo puesto un pantaloncillo debajo. La segunda— continuó subiendo otro dedo— sí hay una emergencia, créeme que nadie estará fijándose en cómo voy vestida. Cálmate.
— ¿Qué tal si...?
Ella comenzó a acercarse de manera lenta, contoneando sus pequeñas caderas, jugando un poco con el chico, que tragaba dificultosamente.
— Imagínate que algún día no tengamos tiempo y necesitemos de la falta de ropas...  esto sería algo bueno ¿verdad?
La nariz Lizzy estaba tocando la nariz de Harry, y sus respiraciones se mezclaban. El aire se había puesto un poco pesado.
— Tú cercanía está jugando con mi integridad mental, Pixie. Sí vuelves a susurrarme al oído no seré yo quien se haga responsable de lo que suceda— ella suspiró.
— Entonces, me iré a duchar— dijo y besó su mejilla, escabulléndose rápidamente.
Harry se acomodó en la cama, respirando lento y pausado.
Eres tan imbécil y sentimental— lo regañó su conciencia.
Lo sé— se respondió mentalmente— ¿pero qué demonios importa?
¿Qué tal si ella solo te quiere por tú dinero?
¿Puedes callarte? Enserio, estas cansándome. Ella está siendo sincera.
La pelea mental de Harry, logró que no se diera cuenta que Elizabeth estaba observándolo. Se veía tan dulce con el peluche de la cama entre sus manos y su cara en un ceño de concentración.
— ¿Acostumbras a tocar las cosas que no son tuyas?
Harry saltó un poco, y clavó sus brillantes ojos verdes en ella. La camisa a cuadrillé negra y rosa, le sentaban de maravillas junto con el jean azul oscuro.
— Lleva tú perfume— susurró un poco avergonzado.
— Lo sé.
Dejó de juguetear y se acercó a ella, peinando con sus dedos el enredado cabello, sin siquiera tironear.
— Te ves bien— elogió.
— Yo siempre me veo bien— bromeó con una sonrisa.
— Tienes razón. Tú siempre te ves hermosa— dijo y tomando un peine comenzó a desenredarle el cabello, ese que tanto le gustaba.

Al terminar, tomaron un taxi con rumbo al gran museo.
— ¡Oh dios mío! — chilló emocionada.
El Louvre estaba allí, en todo su magnífico esplendor.
— Gracias por traerme aquí— sonrió ella, y bajó del auto.
— Dije que me comportaría. Dije que me gustabas, y también dije que estoy feliz de que ya no estemos discutiendo. Traerte aquí solo es una cosa más en la lista para verte sonreír.
Ella lo abrazó por el cuello, mientras que él la atrapó por la cintura y la elevó unos pequeños centímetros para que sus narices estuvieran alineadas.
— Te quiero— confesó por primera vez un poco tímida y el sintió que su sonrisa se ensanchaba.
— Y yo a ti.
 
— ¿Qué haremos hoy?— preguntó Niall aún acomodado sobre los almohadones con ella sobre su pecho.
— ¿Qué tal si vemos una película aquí?— sugirió mirando de reojo el televisor que estaba colgado de la pared.
— Elige tú, hay muchas— acotó pasándole el control remoto.
Encontraron una película de comedia, una de esas tontas que no importaba demasiado prestarles atención, mientras tanto Niall acariciaba rítmicamente el cabello corto de la rubia, mandándola a una paz directa.
— No estarás por quedarte dormida, ¿verdad?
— No claro que no...— dijo sobándose los ojos quitándose el sueño de encima.
— ¿Te he dicho que eres muy bonita?
— Te crecerá la nariz como a pinocho— rió ella.
— ¡Por supuesto que no!— chilló fingiendo estar ofendido.
Ella hizo una mueca y se acomodó para poder llegar a su boca y besarlo.
— Siempre supe que encontraría a alguien que me completara. Sabía que algún día llegaría alguien capaz de poner todo mi mundo al revés y me alegro mucho de que seas tú— declaró con toda la sinceridad del mundo.
— Y yo me alegro de que me consideres esa pequeña pieza complementaria, nena. Y me siento realmente agradecido de que tú... bueno Liz ganara esos dos pasajes.
— Fue solo cuestión de suerte, amor.
Niall negó suavemente besándole la nariz.
— No, linda. Sucedió porque estaba escrito, porque el destino quería que nos encontráramos.
— ¿Ves? Esas pequeñas cosas son las que adoro de ti. Siempre encuentras un modo para hacerme sonreír como estúpida.
Él soltó una sonora carcajada.
— Eres un encanto, nena.

Enamorándome en LondresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora