•Capítulo 20: "Tú eres una persona libre"•

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El final del viaje estaba allí, presente el día nueve de diciembre, así que todos abordaron el avión rumbo a casa.
Soledad pudo cambiar de asientos y compartir el vuelo con Niall, mientras que Elizabeth, lejos de querer moverse, estuvo en compañía de una bonita muchacha latina con quien pudo manejarse libremente en su queridísimo español natal. El vuelo había sido entretenido, extrañamente ninguna de las dos chicas estuvo triste por tener que irse de Francia, por el contrario, cuando el avión aterrizó en Londres se sintieron como en casa otra vez.

Elizabeth caminó con lentitud hacia la puerta de entrada de la gran mansión, necesitaría descansar por horas sí quería que su cerebro funcionara otra vez.
— Me dejaste un poco abandonado en el viaje, Pixie. Estuve muy aburrido, sentado allí solo— se detuvo y dio la vuelta para poder mirarlo.
—  ¿Seguro?— inquirió un poco más tajante de lo normal— creí verte muy entusiasmado con esa simpática morena del asiento continuo al tuyo.
La ironía y los celos hicieron explosión en el aire, haciendo que Lizzy se arrepintiera.
— ¿Celosa, nena?— cuestionó él riendo entre dientes.
— En absoluto, Styles. No tendría por qué estarlo, tú y yo sabemos bien que eres una persona libre, y puedes entablar relación con quien te plazca.
Harry intentó alcanzar un rizo del cabello castaño, pero Elizabeth fue rápida y se movió, dejando la mano del chico flotando en el aire. Se sintió tonto, y enojado.
— Eso no quita que estés verde de celos, Bayés.
Ella soltó una risa irónica.
— En primer lugar, el verde es de envidia. En segundo lugar deja de intentar convencerte a ti mismo de mis inexistentes e imaginarios celos, porque te hacen ver como idiota.
El inglés bufó, pero no iba a darle por ganada la partida.
— Tienes razón, Pixie. Estuve bastante ocupado… Esa morena tenía unas increíbles piernas, además, ese vestido no dejaba nada a la imaginación era tan…— cerró su boca de repente sintiendo el ardor del golpe contra su mejilla.
Elizabeth suspiró, su palma picaba como los demonios, pero no daría signos de demostrarlo, como tampoco lloraría delante suyo. No quiso mirarlo, giró sobre sí arrastrando las pesadas maletas, caminando adentro de la casa.

Todo el mundo estuvo instalado en poco tiempo, dejando la sala repleta de toda clase de bolsas y valijas.
— Harry, ¿Qué le sucedió a Elizabeth?— preguntó Liam con una mirada que no parecía en absoluto simpática.
Soledad gruñó.
— El muy idiota no podía mantener sus comentarios machistas y sexópatas para él mismo, así que no tuvo mejor idea que expresarlos en voz alta.
— A veces me pregunto si tú eres así de estúpido todo el tiempo, o te tomas un momento para respirar— Niall sacudió su cabeza en un gesto de reproche.
El aludido suspiró.
— Iré a hablar con ella.
— Oh, Einstein ha hablado— comentó Zayn burlón, ganándose una mirada asesina del chico de ojos verdes que salió de allí rumbo a la habitación al final del pasillo.

Elizabeth escribía furiosamente en su pequeño cuadernito brillante.
Maldito imbécil— gruñía mentalmente— quisiera golpearlo.
Se sentía impotente ante las sensaciones nuevas. Jamás había sufrido celos, ellos eran para las personas tontas que no confiaban en el amor de la otra persona, pero escuchar a Harry hablar de esa manera sobre una desconocida, había sido algo imposible de tolerar sin enfurecerse.
— ¿Puedo pasar?
Dejó de escribir, y levantó la cabeza. La puerta estaba entre abierta, dejando ver un pequeño pedacito de Harry.
— No entiendo qué sentido tiene preguntar cuando claramente ya estás aquí— respondió toscamente ella, desde el centro de la cama.
El inglés terminó de entrar, cerrando la puerta detrás de sí. Clavó la mirada en el rostro de Lizzy, sus ojos, de un gris tormenta, estaban enrojecidos por un posible llanto, y su expresión no demostraban nada diferente.
— Lo siento, Pixie— comenzó diciendo, tragándose el orgullo— no quise que te enojaras, es decir, cuando comenzaste a decir cosas acerca de que éramos personas libres… no pensé lo que decía.
Elizabeth soltó una risa amarga.
— Yo no he dicho nada diferente a la verdad, Styles. Ambos tenemos claro que “esto”, sea lo que sea— hizo un ida y vuelta con su dedo índice entre ambos— no nos da el derecho de controlar al otro como a una mascota.
Harry bufó, rascándose el cuello con frustración. ¿Por qué en todas las discusiones que tenían, siempre era ella quien lo dejaba en blanco?  
— Linda, quiero que quede claro algo— habló serio mientras se sentaba en el borde de la cama, sin intentar tomarla de las manos por miedo a ser rechazado por segunda vez— no importa lo imbécil que a veces me comporte, o los comentarios estúpidos acerca de cualquiera que pueda hacer. Tú me gustas, pienso en ti más de lo que pienso en mi madre o hermana, sonrío cuando tú también lo haces, y ahora sueno cursi y patético, sin mencionar desesperado.
Lizzy rió bajo, realmente quería al estúpido y arrepentido chico que tenía enfrente.
— Eres importante para mí, comprendo que para ti sea difícil asimilarlo, debido a que fui una persona horrible durante casi cuatro o cinco meses, pero Pixie realmente te quiero— respiró hondo, y tentado al impulso, tomó la mano pequeña de la chica, quién en lugar de soltarse, entrelazó los dedos— ¿me perdonas? 
La castaña observó atenta las manos unidas sobre el acolchado. Quizás Harry Styles no era la persona más inteligente o simpática del planeta, pero: ¿qué importaba eso cuando estaba allí declarando cosas que jamás diría en voz alta, disculpándose y mirándola como un niño perdido en una playa de Japón?
— Jamás, y escúchalo bien Harry porque no volveré a recordártelo. Jamás vuelvas a crearme celos innecesarios, porque prometo que voy a matarte.
— ¡Ajá! Entonces sí estabas celosa— se jactó sonriendo ampliamente.
— Claro idiota, ¿qué esperabas?
Se acercó a ella y la besó cortamente.
— Eres linda siempre, Pixie, pero creéme que estando celosa me haces pensar cosas que no deberían repetirse en voz alta.
Liz sintió calor, y no por primera vez deseó que él fuera menos “blablablá” y más hechos. 
— Cierra la boca, y vete a ordenar las chucherías de las valijas— soltó un bostezo.
— Y tú metete a dormir. Buenas noches, linda. Descansa— besó su frente y salió de allí dejándola sonriente.

Niall y Soledad, lejos de querer meterse en los problemas ajenos, decidieron quedarse en la sala ya que todos habían optado por irse a dormir, dejándolos por fin solos.
— ¿Crees que alguna vez ellos dejen de pelear?— preguntó Soledad.
— No lo sé, quizá un día maduren y dejen de comportarse como dos pequeños caprichosos. Ahora la pregunta sería, ¿alguna vez nosotros nos comportaremos así?
Soledad pestañeó rápidamente.
— Somos demasiado buenos para eso, cielo— respondió acurrucándose contra su costado.
El sillón era lo suficientemente amplio y grande para que ambos estuvieran cómodos, mientras el irlandés cambiaba los canales de la televisión y acariciaba distraídamente el pequeño brazo de Soledad.
— Somos geniales— rió él y provocó que la rubia lo siguiera.
— Los mejores— continuó ella.
— Maravillosos.
— Fantásticos.
— Tú eres fantástica, amor— dijo con seriedad.
Las mejillas de la chica ardieron, como cada vez que su chico le hacía un comentario de ese tipo.
— No hagas eso— pidió, escondiendo su rostro entre la campera desabrochada. 
— ¿Decirte lo maravillosa, hermosa, dulce, y perfecta que eres?— la molestó él picándole las costillas.
— Eres tan tonto.
— Aún así me quieres, nena.
La pequeña chica lo miró seria, y luego le regaló una muy bonita sonrisa.
— Como no te imaginas, Horan

Enamorándome en LondresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora