•Capítulo 35: "¡Feliz año nuevo!"•

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La cocina de la casa se hallaba en movimiento, Soledad y Liz hacían la cena, mientras Harry, Louis y Niall comenzaban a poner la mesa. El olor a carne y papas fritas llegó a cada parte de la casa, tentando a Zayn y Liam, quienes bromeaban entre ellos, sin prestarle atención a nada ni a nadie.
— ¿Han solucionado la próxima fecha del concierto benéfico?— preguntó Louis, llamando así la atención de ambos recién llegados, los cuales dejaron de hablar entre sí, para clavar la vista en los delicados cuerpos femeninos que estaban a cargo, para su suerte, de la cena de ese día.
— Ha sido un poco difícil, ya sabes que hay condiciones y cosas que por puro capricho algunos organizadores no quieren dar el brazo a torcer, pero al final lo haremos en una semanas, avisaran cuando tengan fechas y lugar concretos.  
— Lo sabemos, pero eres tú el que mejor se lleva con este tipo de cosas. El resto de nosotros no tenemos el poder de convicción que tú posees— bromeó Niall a Liam, logrando que este sonriera un poco abochornado.
Ninguna de las mujeres volteó hacia ellos, puesto que si quitaban la vista de la comida, posiblemente esta terminaría quemándose o desapareciendo. Continuaron oyendo a los objetos de sus mejores sonrisas, deteniendo de vez en cuando el sonido del tintineo de los cubiertos contra el mármol de la mesada.
— Puesto a que no serán ustedes las que vengan a abrazarme…— habló Liam, caminando con naturalidad hacia ellas— seré yo el que las apretuje, y les diga lo mucho que las echamos en falta.
Acomodó su fornido cuerpo entre ambas, haciéndose espacio para luego ubicar sus brazos en ambas caderas y acercarlas hacía si mismo tanto como pudo ser posible, recibiendo a cambio cariñosos tirones de cabello y abrazos.
— Ustedes tienen una mirada algo retorcida sobre lo que es el tiempo…. Solo han sido diez días— comentó Soledad, separándose de él, para así poder respirar.
Zayn aprovechó entonces para besarle la coronilla rubia, y abrazarla cortamente, el muchacho de cabello azabache no era un gran fan de las demostraciones públicas de afecto.
— Han sido días largos, ustedes saben que estamos acostumbrados a compartir espacios, ya que, incluso antes de que ustedes llegaran nosotros ya teníamos que hacernos uno con el otro— se excusó Louis, robando una papa de la fuente.
Elizabeth le envió una mirada reprobatoria, y caminó hacia Zayn, siendo consciente del par de ojos verdes que la seguían de un lado a otro.
El alto muchacho la observó dándole una media sonrisa, y guiñándole un ojo, la aplastó contra su pecho, a sabiendas que el rostro, naturalmente pálido, de Harry había subido a un rosado de puros celos.
— Malik, te voy a dar dos segundos para que dejes de aplastarla contra ti, de lo contrario dormirás colgado de la araña de la sala— amenazó el más joven, haciendo que el resto soltara una buena carcajada.
Elizabeth se soltó del moreno, para caminar hacia su novio y plantarle un beso rápido. Era sumamente lindo cuando se ponía todo posesivo y hombre de las cavernas.
— Tú no vas a hacerle nada a Zayn, primero porque sabe dar buenos golpes y segundo porque la araña de la sala es increíblemente elegante y bonita y si lo cuelgas de allí le quitarás todo el atractivo— bromeó ella, haciendo que el resto la siguiera, y Harry se relajara un poco.    
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La calle de Londres, estaba abarrotada de gente a la espera del show que despediría al año, los flash de las cámaras, el parlotear de la gente y la emoción de decirle adiós a otros largos doce meses hacían del momento algo que no podían dejar de adorar.
Estar a orillas del Támesis, les daba una increíble vista del imponente “Big-Ben”, el cual tenía como compañía, a lo lejos el hermoso “London Eye”, del que Elizabeth estaba irrevocablemente enamorada.
Los ojos cafés de Soledad, escaneaban incesantes la masa de cuerpos, mientras que a fuerza de “permisos” y empujones, se hacía espacio para tener una incomparable vista de lo que el amado Londres le brindaba, fue entonces seguida por Elizabeth y sus más grandes ídolos y, ahora, compañeros.
— ¿Estás emocionada?— preguntó la voz de Niall, cuyo cuerpo estaba amoldado a su espalda, mientras intentaba lograr que la pequeña chica rubia encerrada entre sus brazos pudiera escucharlo.
— Un poco— contestó ella, a medio grito, mientras apoyaba sus dos manos sobre las de su novio acomodadas firmemente en su abdomen.
Cuando el reloj sonó con la primera campanada, todos hicieron silencio, no había un solo alma en ese lugar que no estuviera sonriendo, mientras el conteo comenzaba desde el número sesenta, hacia atrás. Las voces comenzaron a revivir, mientras entonaban a los gritos los dígitos descendentes.  
40…39…38…
Harry tomó la huesuda mano de su novia, atrayéndola contra su alto cuerpo, amando la sensación de completitud que le llenaba el cuerpo, desde la punta de los pies hasta el último cabello, ahora un poco largo, que adornaba su cabeza.
30…29…28…
Niall observó el bonito rostro de su novia, vislumbrando sus pestañas del color del sol, la curva de su pequeña y respingada naricita, y sus bonitos y llenos labios rosados, esos que lo llevaban constantemente a la locura al hacer contacto con los suyos. Su estómago se apretó, no tenía idea como demonios había terminado así de enamorado de una mujer que él sabía que se iría, pero no estaba arrepentido… Sí ella se iba en un momento próximo y la tristeza lo embargaba, él cerraría los ojos y visualizaría esos momentos, su sonrisa, y la forma tan indescriptible que le hacía sentir.
20...19…18…
La apretó más contra sí, necesitando del mayor contacto posible, disfrutando de esos retazos de tiempo en los que no querían sacarse los ojos con un tenedor de parrilla. Notó como una pequeña sonrisita se asomaba por las comisuras de sus tentadores labios y no pudo evitar reír, era tan bonita cuando era ella misma sin sentirse presionada por ser mejor o perfecta. Sin poder detenerse, bajó un poco su cabeza, acomodándose a su altura, y apoyó con demasiada suavidad sus labios en la mejilla pálida de Liz, quién sintió calor recorrer su cuerpo.
10…9…8…7…6
El conteo llegó a su fin, y el cielo de esa noche se llenó del color de una incontable cantidad de fuegos artificiales, acompañados del cambio de colores del Ojo de Londres y el sonido grave de las campanas del Big-Ben. La multitud estalló en gritos de “feliz año nuevo”. Las grandes familias se abrazaban entre ellos, las madres amontonaban a sus hijos y besaban sus mejillas, algunas personas subían la vista al cielo con los ojos empañados para poder brindar en silencio con sus ángeles.

Niall giró el cuerpecito de Soledad, para así poder estar frente a frente. Volvió a observarla, sintiéndose ilógica e irrevocablemente enamorado de la pequeña rubia risueña y paciente que tenía su mundo al revés, que lo envolvía en su dedo meñique sin siquiera notarlo. Sonrió, mientras bajaba su cabeza, logrando tener sus labios a centímetros contados.
— Por estos increíbles meses— susurró, apenas rozando sus narices.
— Feliz año nuevo, Horan— respondió, con las piernas temblando y la voz colmada de cariño.
La atracción fue mayor que el universo mismo, y mientras el café y el celeste seguían totalmente centrados el uno en el otro, sus labios se fusionaron, con lentitud, siendo totalmente conscientes de que necesitaban de la paciencia para que el otro supiera completamente el amor que se tenían. 

Elizabeth respiró hondo, expectante al notar como los ojos verdes de Harry estaban sobre los suyos, metiéndose bajo su piel, haciéndola sentir como si estuviera desnuda, pero no de cuerpo, sino de alma. Notó como su sonrisa aparecía, haciendo notar esos perfectos hoyuelos que lo hacían ver como un pequeño chiquillo, y sintió como su cuerpo se aflojaba, convirtiéndose en gelatina.
— Feliz nuevo año, Pixie— dijo, con su típica voz ronca.
Ella río, era una locura esperar algo más del castaño, no era un gran demostrador de sentimientos.
— Feliz año nuevo— respondió, envolviendo su cuello con sus pies en puntas, entregándose a la necesidad de obtener su primer beso del año.

Ambas muchachas corrieron a abrazarse, era el primer año que comenzarían juntas, y no cabía duda que estaban felices de poder compartirlo.
— Por otro año juntas— afirmó Soledad, apretujando con todas sus fuerzas el cuerpo de su mejor amiga.
No tenían como explicar lo unidas que ellas estaban, las palabras eran tontas y perdían el sentido una vez que alguna de ellas las utilizaba para darle una descripción al sentimiento que compartían. La vida las había llevado a conocerse, a compartir los peores y mejores momentos, y ahora ellas no imaginaban la vida sin contar con la otra.
— Por más cosas que compartir— concluyó Elizabeth, mientras sonreía a su espalda.

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