•Capítulo 53: "À la lune et retour"•

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Elizabeth estiró los músculos agarrotados de su espalda llevando su palma hasta sus ojos para poder refregarlos, a pesar de que el día anterior había sido duro y lleno de emoción ella se encontraba completamente buen humorada, su hermana estaba relativamente feliz luego de su charla de ayer y tenía junto a ella a diez personas que la hacían sentir como en casa, porque los niñeros de Australia aún seguían en la gran mansión, a pesar de que habían tenido que modificar las ubicaciones en los dormitorios debido a que las camas escaseaban.
Peinó su cabello castaño con poca paciencia, últimamente sus mechones le llegaban hasta la cintura haciéndole el trabajo de ordenarlo mucho más duro que antes y se vistió con rapidez para dirigirse a la cocina, necesitaba un buen desayuno si realmente pretendía espabilarse.
— Buenos días a mis diez personas favoritas— canturreó besándoles las mejillas a todos, y ocupando su lugar junto a Harry quién le sonrió con cariño. Cada rostro le observó con simpatía, absorbiendo un poco de esa buena vibra que tenía la mujer, y que pocas veces demostraba tan eufóricamente.
— ¿Has tenido un buen sueño?— indagó Liam con una sonrisita, pasándole su café obligatorio y un plato con sus galletas de chips, esas que ella adoraba. Asintió sorbiendo un poco del líquido oscuro, sintiendo el calor recorrer por su cuerpo y la cafeína despertando un poco sus reflejos.
— ¿Harán algo interesante hoy?— preguntó Soledad. Se notaba a leguas que estaba feliz de que todo se hubiera solucionado y de que su novio y Luke no se odiaran a muerte, ellos habían sido maduros en el tema sin gritos ni golpes, y estaba agradecida por eso.
— Yo diría que empacar— comentó Calum, y se sintió algo culpable por borrar la sonrisa de la castaña de ojos grises.
— Oh— susurró un poco decepcionada. Lizz notó que su humor decaía un poco al oír que sus nuevos amigos se tenían que ir, y el egoísmo la hizo estremecerse un poco, entendía que ellos desearan volver a casa, dios sabía que ella extrañaba a su familia con toda su alma y quería verlos.
— Nada de “ohs”, hemos estado aquí casi tres semanas— reprochó Michael, negando levemente con su cabeza que, extrañamente, conservaba el color rubio. El australiano de piel pálida y ojos verdes ahora tenía cierto afecto hacia la delgada chica, había descubierto que no era tan tonta como él creía al principio.
La aludida masticó un poco su comida, tragando con rapidez para poder responder.
— Lo sé Clifford, de todos modos no lo decía por tí— su tono de voz estaba lleno de fingido cansancio— yo hablaba de que extrañaría a Calum… bueno y a Ashton.
Los nombrados sonrieron con suficiencia, y se acercaron a ella para aplastarla un poco a sabiendas que detestaba el encierro y sin dudas comenzaría a chillar.
— ¡Oye! — Se quejó Luke al darse cuenta de que no había sido incluido— ¿y qué hay de mí?
El moreno de ojos cafés le dirigió una mirada y con toda la naturalidad posible respondió— una chica en el cuerpo de un rubio con piernas kilométricas.
Todos en la habitación soltaron carcajadas.
— Te odio— remató Hemmings sumándose a las risas.
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Se hallaban en el aeropuerto de Heathrow, era hora de que los cuatro australianos volvieran cada uno a casa, y ninguna de las dos chicas podía creer que debían decir adiós, aborrecían la sensación de pérdida en sus huesos, echar de menos tenía un gusto amargo que parecía no quitarse con nada y quemaba la garganta al tragarlo, nadie se sentía a gusto con eso, ni siquiera las personas que estaban acostumbradas al “adiós”.
Soledad no reprimió el pequeño llanto que pedía a gritos salir de su cuerpo, mientras veía como Lizz peleaba con uñas y dientes para contener las lágrimas.
— Quiero pensar que tú no lloras porque estos cuatro soquetes se irán— comentó Louis, abrazando los hombros de la rubia, cuyo cuerpecito se movía con cada sorbida de nariz.
Ella sonrió entre sollozos, dándoles a todos una mueca más que una risa y fue suficiente para que los aludidos hicieran un “abrazo grupal” con ella como medio. Pudo devolverles el gesto a cada quién, y recibió castos besos en las mejillas llenos de afecto.
Lizz por otro lado secó con disimulo la rebelde gota de agua que se escurrió por su piel blanca, nada la incomodaba más que lloriquear frente a mucha gente, sobre todo cuando la situación no lo ameritaba con urgencia.
— Ven y danos un poco de amor— bromeó Ashton envolviéndola por completo, cosa sencilla cuando era pequeña como una niña de catorce años, pronto todos repitieron el abrazo de grupo, aunque el moreno hizo acto de presencia y despeinó un poco su coronilla, mirándola como se mira a una hermana menor.
— Por tu bien espero que me lleguen muchos mensajes de tu parte, ¿escuchaste Lizbeth?— ese apodo le hizo reír, era totalmente nuevo a sus oídos, sonaba bonito y extraño, así como él.
— Lo prometo, Hood— hizo una seña militar riéndose del gesto y luego vio como ellos terminaban de decir hasta luego para alejarse hacia las puertas del avión privado que reposaba en su espera.
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Enamorándome en LondresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora