•Capítulo 47: " ¡Pellizcame y dime que tú no eres quién yo creo que eres!"•

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Una semana y media parecía un mes cuando ambas veían en dirección al inmenso y deshabitado espacio, habían tenido siete días de poco tiempo juntas pero todo se había vuelto rutinario y hasta aburrido; Soledad iba a su trabajo de medio tiempo en la disquería, Elizabeth corría a sus clases de literatura avanzada, Soledad se dirigía a inglés, Elizabeth volaba hacia su propio trabajo en la biblioteca más cercana. Compartían muchas horas con personas diferentes, la mayoría de ellos hipnotizados por el hecho de estar cerca de las afortunadas que compartían tiempo con una “boyband” reconocida mundialmente, otros solo se sentían un poco cohibidos y las ignoraban.  

Era Martes, uno de los pocos días que ambas odiaban debido a que solo trabajaban de mañana y sus clases no eran sino hasta la noche, se hallaban concentradas en diferentes tareas, Elizabeth leía apoyada contra la barra del desayuno de la cocina, mientras Soledad trabajaba profundamente en un proyecto de sus clases de idioma, de pronto el silencio se vió interrumpido por el sonido del timbre de la puerta principal, algo que les pareció extraño ya que no solían recibir visitas, a menos que fueran fans que a veces intentaban descifrar sí había alguien allí a quién pudieran ver o saludar.

Soledad no esperó a que su amiga abriera, ella estaba demasiado metida en su kindle como para notar algo a su alrededor. Preguntó por la identidad de quién se encontraba fuera, pero al no recibir una respuesta se dio cuenta de que había hablado en español y no en inglés como debía, por lo que solo pegó un ojo en la mirilla y su respiración se volvió acelerada, allí parado estaba el ser humano dueño de cada suspiro femenino en cuanto a letras y canciones, por esa misma razón abrió con rapidez la puerta, viendo como su recién llegado visitante sonreía con dulzura.

— ¡Pellízcame y dime que tú no eres quién yo creo que eres!— chilló con exagerada emoción.

De pie delante de ella estaba nada más y nada menos que Edward Christopher Sheeran con una cálida sonrisa plantada en su rostro haciéndole conjunto a esos increíbles ojos claros y su llamativo cabello color zanahoria.

— No comprendí nada de lo que has dicho— rió el inglés, apoyando una pesada mano sobre el delgado hombro de la muchacha, quién no podía abrir la boca y decir nada coherente sin chillar como una niña.

La rubia se sonrojó furiosamente, había veces en las que solo hablaba en su idioma, sin detenerse a pensar que estaba en Londres y que allí nadie podía entenderla.

— Lo siento mucho. Soy Soledad y lamento haberte gritado. Es una locura que tú estés aquí, y yo solo…. Wow— las palabras se trababan en su lengua. Ed Sheeran era lo más parecido que ella tenía a un héroe, sus letras eran increíblemente dulces y podía pasar horas oyendo su voz que jamás se cansaría.

El pelirrojo soltó una risa entre dientes, eran pocas las veces en las que podía disfrutar de hablar con alguien en calma, sin tener que gritar para hacerse escuchar.

— ¿Soledad? ¿Quién era quién tocaba la puerta?— la voz de Elizabeth se oyó por la sala, aunque el volumen fue descendiendo a medida que sus ojos grises como la tormenta se chocaban con los celestes verdosos del cantante.

— Hola— saludó este, acarreando con él una valija, sentándose en el sofá, mientras que las dos mujeres se encontraban en silencio.

— Hola— murmuró ella en voz casi inaudible, Ed fantástico Sheeran estaba sentado en el sofá, mirándola como sí de una amiga se tratara. ¿Acaso estaba soñando? Quizás haberse tomado un calmante para el dolor de cabeza había sido un error y ahora estaba alucinando.

Ninguna dijo nada mientras seguían observando al invitado inesperado.

— No quiero sonar agresiva, ni mucho menos— comenzó diciendo la castaña— pero… ¿a qué debemos que tú estés aquí?

Sheeran sonrió, sabía que ellas no estarían felices con la historia pero no podían culparlo por seguir las peticiones de sus respectivos novios y amigos.

— Bueno yo… en realidad…

Soledad lanzó un bufido, ¿cómo no se había dado cuenta?

— Ellos te pidieron que te quedaras aquí en el tiempo que estuviéramos solas…   

— ¿No les habían dicho?— los ojos claros del hombre se abrieron un poco más, tenía algo de miedo de la reacción que pudieran tener.

— Olvidaron el pequeño detalle de dejarnos saber que alguien vendría, siento mucho no tener lista la habitación de huéspedes— Soledad se veía un poco apenada, pero la calidez de Ed la hizo sentirse un poco mejor.

— No te angusties, Harry dijo que podía usar su habitación mientras él no esté… Eso claro si a su pequeña chica no le importa— bromeó.

Elizabeth soltó una carcajada, ella no dormiría en la habitación del castaño, eso le ponía los pelos de punta, la hacía parecer una acosadora de nivel “A”.

— Es toda tuya— accedió.

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Dos días después Soledad caminaba junto al pelirrojo por una de las calles comerciales de Londres, hablaban de todos los temas imaginables, pues después de compartir casa y varias horas al día se podría decir que ambos se habían hecho casi amigos.

La rubia había descubierto que no todos los ingleses eran fríos, y qué Sheeran tenía una magnífica y abierta mente, una cualidad que ella agradecía ya que él no se había quejado de sus momentos de loca fan. Era una locura para ella poder compartir tiempo con alguien a quién siempre había considerado irreal, como sí fuera de Saturno o algún otro planeta imposible de alcanzar.

— ¿Te has dado cuenta de que tenemos a un grupo de personas siguiéndonos?— a veces era un poco irritante ser perseguida por desconocidos, sobre todo alegando al hecho de que ella no pertenecía a ninguna rama de la fama, ella solo salía con alguien reconocido.

Ed asintió, no le importaba la gente, más bien se preocupaba por los paparazzis que se escondían en todos lados y que podrían mal interpretar el pequeño paseo de ambos.

— ¿Crees que tendremos problemas?— preguntó.

— Solo tengo una pequeña punzada de mal presentimiento, ellos siempre tienen algo cruel e inverosímil que publicar en los medios.

Los periodistas podían ser la peor plaga que existía, sobre todo los que estaban hambrientos de gloria y querían a toda costa destacar historias fáciles acerca de falsas historias. En el tiempo que ella llevaba siendo una admiradora de diferentes solistas y bandas había contado al menos veinte romances inventados y seis casos de adicción a las drogas.  

— Disfrutemos de lo que queda del día. Luego nos encargaremos de los rumores— pidió Ed, viendo el mal semblante de su compañía. 

Enamorándome en LondresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora