•Epílogo•

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Cuatro años después.
-Elizabeth-

La dirección escrita en el papel se veía desdibujada, claramente no había sido una gran idea escribir la dirección de la casa de Soledad en una servilleta que había sufrido el intenso calor de mis pantalones de jean y el mismo sudor de mi cuerpo. Todo en el pequeño suburbio londinense se veía lindo, las casitas con frentes llenos de flores, las mujeres y sus locos pequeños perritos de pelo extremadamente prolijo, y sobre todo la puerta del lugar donde mi mejor amiga había pasado los últimos cuatro años de su vida junto a su demente y dulce novio irlandés que a propósito también era un cantante mundialmente conocido.
De: Lizz.
Para: Sol.
“Hey cariño, ¿adivina quien está observando tus bonitas rosas tudor en este mismísimo instante?”
Sonreí con amplitud al ver como un pequeño y delicado cuerpo aparecía de pronto acompañado por otro un poco más alto, ambos rubios con aspecto de enamorados, como cuando ella tenía dieciocho y el veintiuno, me miraron haciéndome notar que mi llegada tan repentina era una sorpresa. Mis pies comenzaron a moverse sin permiso llevándome hasta ellos, había extrañado mucho a esos dos, sobre todo porque en tanto tiempo solo Soledad había viajado a casa dos veces.
No hubo tiempo de largos reencuentros, la rubia me envolvió estrujándome contra su cuerpo, estaba menos delgada que la última vez, y a sus veintidós años ella estaba preciosa, cerré mis ojos, parecía irreal volver al lugar donde habían pasado tantas cosas.
— También te extrañé— modulé una vez que ella me hubo soltado, y miré a Niall, no había modo alguno de comparar el verlo junto frente a mí, en absoluto se asemejaba con tenerlo a través de una pantalla de computadora. Él me tiró con suavidad, abrazándome con cariño y diciéndome cuán sana me encontraba, había subido de peso y mis huesos no eran la prioridad más importante en mi cuerpo, ahora me veía fuerte, mis ojos no estaban adornados de ojeras y mi cabello caía en cascada contra mi espalda sin verse reseco o maltratado.
— Tú te ves más alto, y un poco más viejo— solté una pequeña risita cuando me codeó las costillas en reprimenda, Horan había cumplido sus veinticinco años hacía pocos meses, algo que lo ponía un poco ansioso.
— Cierra el pico, Lizbeth. Estoy guapo como de costumbre— asentí sin dudarlo, era una de las personas más hermosas del universo, tanto interior como exteriormente.
Soledad meneó su cabeza al oírnos discutir y sin decir mucho entró mi único bolso de viaje hacia dentro de la casa. Estuve maravillada con el orden que habitaba allí, los muebles eran de color cereza y se veía tan acogedor que sentí deseos de llorar.
— Es un lugar increíble, tuviste suerte ¿eh?— mi amiga soltó una carcajada y afirmó con su cabeza.
— Hemos estado mucho tiempo para tener todo en su correcto lugar, no fue fácil estar aquí sola cuando el tipo de allí está por todo el mundo viajando…
Conocía de memoria la historia, Soledad había tenido momentos duros estando en Londres sola con la única compañía del teatro pequeño en el que daba clases, su trabajo a tiempo completo junto con las presentaciones que solía dar en el bar en el que hacía tanto tiempo habíamos estrenado escenario.
— Oye, Liam acaba de decirme que estarán aquí en…— Horan no pudo terminar de hablar ya que el timbre sonó de improviso. Noté como mis palmas habían empezado a sudar frío y las piernas me temblequeaban, ¿cómo sería encontrarse cara a cara con los mismos tipos que una vez me habían mandado a volar?  
El tiempo de reflexionar acerca de todo se volvió milimétrico puesto que cuatro altos y fornidos cuerpos estaban justo enfrente mío, observándome como si fuera un perro verde. Liam no tardó mucho en reaccionar, simplemente me envolvió en un cálido y fuerte abrazo de esos que transmiten fraternidad y cariño, percibí como todo mi cuerpo se relajaba ante la comodidad que me estaba otorgando.
— Ha sido injusto de tu parte no devolver mis llamadas durante casi tres días, Elizabeth— en cuatro largos años no había podido cortar la comunicación con Liam, Niall o Sol, ellos eran mi cable a tierra y los amaba por eso.
— He estado ocupada, algunas personas debemos trabajar un poco para viajar al otro lado del océano— ironicé con sorna recibiendo un quejido de su parte. Miré entonces a Louis Tomlinson y a Zayn Malik, los que alguna vez habían sido locamente cercanos a mí ahora se veían un poco extraños, con sus veintiséis y veinticinco años de edad aún estaban maravillosamente atractivos. No tarde mucho en clavar la mirada en Harry, ese ser humano que me había enseñado lo que era el amor y el dolor estaba allí, con los ojos perdidos y una mueca de algo mezclado con tristeza, todavía lograba que mis piernas se volvieran gelatina.
— Te ves bien, Lizz. Lo siento— giré el rostro hacia la voz aguda que había hablado, Louis se veía compungido algo que no tenía en absoluto lugar en él. Caminé hacia él, un poco nerviosa de cuál sería su reacción, y envolví mis brazos en su cintura. Sonreí mentalmente cuando mi afecto fue devuelto, seguido de un pequeño suspiro de su parte.
— No podemos vivir de remordimientos, Tomlinson— dije, y me separé de él. Zayn respiró hondo, sabía cuánto le costaba hablar en momentos de sentimentalismo.
— Ambos hemos sido un par de imbéciles bocas flojas, y lo sentimos. Tenías razón en toda la historia— repetí el gesto, envolviendo ahora la delgadísima cintura de Malik, aceptando su devolución.
— Fueron un par de idiotas, y los extrañé.
Un vacío me envolvió cuando me di cuenta de que no sería capaz de abrazar a Harry sin que mi corazón se frenara, había sido tan duro comenzar a vivir sin él que después de un tiempo el dolor simplemente se hizo parte de mí, no había desaparecido claramente, sino que se había instalado tan profundamente que ya ni siquiera podía distinguirlo.
— Hey, Pixie— su maldita voz ronca me sacó de mi ensimismamiento, convirtiéndome rápidamente en una receptora de cada palabra, aunque no fueron más que aquellas dos. Él caminó paso a paso hasta mí, y sin previos avisos ni ninguna información más me abrazó fuerte, pegándome contra él, obligándome a enrollar mis brazos a su cuello. Harry escondió su cara en el hueco entre mi hombro y cuello, respirándome y luego llevó sus labios a mi oído.
— Pasaron cuatro años y todavía te amo— susurró solo para que yo lo escuche. 

The End?

Enamorándome en LondresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora