•Capítulo 6: "Maltrato"•

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— ¿Te ducharás primero?— preguntó Sol, mirando a su amiga.
— Dalo por hecho— contestó la chica de ojos grises, y sin más palabras se metió en la ducha del baño que se encontraba enfrente de su habitación, un lugar de paredes azulejadas, y pisos que combinaban en un violeta más oscuro que la pared, un lavatorio con un gran espejo, un inodoro y una ducha vidriada era todo lo que había allí.
La espera era tediosa y aburrida, por lo que la rubia salió de la habitación, paseando por el pasillo hasta pararse frente a una puerta que estaba casi al principio del camino, de donde salían las voces de los dueños de la casa, parecía su día de suerte, entre tantas voces oyó el motivo por el cual Elizabeth anoche había llorado.
— Nos ha dicho que se disculparía con ella— decía la voz aguda de Louis.
— Harry jamás había tratado mal a una chica sin ningún motivo— acotó Liam con su rápido hablar.
— Tenía un mal día— aclaró Niall— claro que no justifico el hecho de que ha sido un idiota con Lizzy.
Harry Styles, tú eres un chico muerto.
Salió de allí hecha una furia, en el momento justo en que el motivo de su enojo entraba por la puerta.
— ¿Quién demonios te ha dado a ti el derecho de tratar mal a mi hermana?— preguntó en un tono bajo, con esa mirada amenazante y peligrosa que muy pocas veces dejaba ver al mundo, clavada a centímetros del confundido rostro angelical de Harry. En pocos minutos el resto de los chicos estaban allí también.
— Nadie, voy a disculparme con ella— murmuró él.
— Un “lo siento” no soluciona las cosas. ¿Acaso un asesino trae a la vida a su víctima con un “lo siento”?
Los ojos de los cinco chicos estaban abiertos, la chica con el rostro dulce parecía un pequeño gremlin enojado.
— Creo que deberías calmarte— reflexionó Louis y la tomó del brazo alejándola del cuerpo de su amigo.
— Y yo creo que Kim Kardashian debería dejar de hacerse cirugías, ¿y adivina qué? Eso tampoco sucederá.
Luego de segundos de silencio, el cuerpo de Soledad comenzó a temblar, y un pequeño sollozo salió de ella, sorprendiéndolos.
— Nena, ¿Por qué lloras?— indagó el rubio, y se acercó a ella.
— Ustedes no lo comprenden. He trabajado en el autoestima de Lizzy por años, y este aún es tan frágil que cualquier insulto o menosprecio que recibe logra aplastarlo.
El mayor temor de la rubia era que su amiga se lastimara otra vez, que necesitara de la ayuda médica que tanto odiaba porque la hacía sentir como enferma suicida. Temía por ese cuerpo que no resistiría otra vez de los pinchazos del suero y las vitaminas, que no toleraría otro corte o vómito.
— Ella ha sido bulímica. ¿No han notado su cuerpo? Es tan pequeña y huesuda que a veces me aterra que vaya a romperse en dos. Cuando la conocí ella era una nena de doce años, y sus brazos eran una horrible colección de cortesitos, tenía un autoestima casi inexistente, sumado al hecho de que ha recibido burlas toda su vida. Así que siento mucho ser toda una madre osa cuando se trata de ella.

 — Yo lo siento mucho— dijo Harry sin saber que más podría añadir.
— Todo el mundo habla, pero nadie conoce la gravedad de lo que dice.

Elizabeth torció una toalla en su largo cabello castaño, vestía casualmente una camisa suelta color crema, un bonito pantalón negro y zapatillas color gris a tono con sus ojos delineados.

Al salir del pequeño baño las voces que se oían en la sala de estar parecían un poco alborotadas. Caminó lentamente, casi con miedo a encontrarse algo que no fuera lindo, como alguien golpeándose o alguna pelea, pero lo que vio fue a una llorosa Soledad, y a cinco chicos preocupados. 
— ¿Sucede algo?— preguntó con inocencia.
— No, claro que no— restó importancia la rubia.
— ¿Qué tanta cara de tonta me están viendo?— retrucó ella algo enojada porque no quisieran decirle.
— No tienes cara de tonta. Sol nos ha estado diciendo que está un poco sensible por el cambio de casa y de lugares— mintió Liam con naturalidad.
Soledad asintió, y salió de allí con rapidez. El resto continuó haciendo sus cosas.
— ¿Podemos hablar?— pidió Harry a la castaña.
— Eso depende. ¿Vas a ser un chico grande y me trataras bien?
El de los ojos verdes sonrió entre dientes, y asintió repetidamente.

— Bien— dijo ella y lo siguió hasta una habitación que quedaba en el piso superior de la casa, ubicada en un rincón.
El espacio era amplio y olía a él, algo cálido como rayos de sol y perfume de hombre. Las paredes no tenían nada que fuera infantil o estúpido, por el contrario eran de un blanco etéreo, una cama marinera con un hermoso acolchado negro, hacía juego con la alfombra del mismo color. Una mesita de noche blanca y una lámpara de pie negro eran la decoración a un lado del mueble, y luego un armario pequeño de madera oscura estaba contra la pared. Un escritorio adornaba el único espacio libre en la pared enfrentada a la cama, con una computadora pequeña y varios papeles desordenados.
Elizabeth encontró lugar sentándose en la silla giratoria, mientras que Harry se sentó en la cama. Ninguno de los dos dijo nada por un momento, hasta que la voz de Lizzy rompió el incomodo trance.
— ¿Qué quieres decirme?

— Yo… quería…— comenzó a decir.
— Querías…— lo incentivó ella.
— Quería disculparme por mi actitud. Me comporté como un absoluto y completo imbécil y tú no tenías la culpa.
Lizzy lo observó en silencio. Él era hermoso. Una nariz acorde a su cara, los ojos más verdes que jamás había visto, y dos hoyuelos que infundían ternura y dulzura, pero sin quitar nunca lo masculino.
— Fuiste un idiota— concordó ella— pero olvídalo, yo lo hice.
Su afirmación era mitad mentira, el comentario y la actitud tajante del chico la había herido un poco más de lo que admitiría nunca, pero no dejaría que eso la detuviera.
— ¿Me disculpas?— preguntó él para asegurarse, pero no la miró a los ojos, al contrario, su mirada estaba fija en un punto del suelo que al parecer era sumamente interesante.
Elizabeth lo volvió a observar detenidamente y luego se acercó a él, puso sus dos manos en las mejillas del chico y logró que su rostro estuviera frente a frente con el suyo.
— Está olvidado, Harry— dijo llamándolo por su nombre.
El verde y el gris se fusionaron. Ambos se miraban sin pudor alguno de que el otro notara que se analizaban mutuamente.
Harry examinó el rostro de la chica que tenía a centímetros. Sus mejillas eran pálidas como el yeso, pero se equilibraban con esos bonitos y pequeños ojitos gris tormenta con pestañas cortas de color castaño y una pequeña naricita que incitaba a pellizcar a modo de broma.
— Vamos Pixie. El resto necesita saber que no nos hemos estrangulado el uno al otro— rió el castaño y salió de allí con ella pisándole los talones.

Enamorándome en LondresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora