Celeste.

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XXI

Celeste,

O turquesa,

¿Por qué tuvieron que llamarte celeste?

Es el único azul cálido,

Pero tú eres fría.

Hay frío en tus manos y tus ojos turbios, y te crece el frío en el delicado cuello de arlequín.

Como a un tronco exuberante al que le florecen hojas de porcelana,

Crujientes en su silencio intacto.

Un ruiseñor se ha posado hoy en tu rama y temí que se rompiera,

Como un jarrón chino de acuarelas imitando al humo,

O como el humo mismo cuando se le intenta acariciar y se disgrega en muchos brazos

Con más dedos de lo habitual.

Me lancé al lecho de cristales a mirarte beber champán

Y a querer ser una burbuja,

Y volátil y tremendamente contingente estallarte en la boca del estómago

Para dispersarme por el almohadón de tus costillas.

Quieta, incrustada en mi hamaca de vidrio

me fumé el tiempo y las uñas

En las horas que duró tu primavera,

Que tuvo por fruto astillas agrietadas,

Estalactitas de hielo inderretible.

Lo supe en cuanto el invierno me dejó mirarte desnuda,

Cubierta tan sólo por el vaivén de la niebla

Y un pareado de lápices sin punta.

Lo supe mirándote a los ojos turbios, celeste,

Que no podrían haberte dado peor nombre,

Uno que se ajustase menos a tu extremidad o me encogiese más al mencionarte.

Sobre mi hamaca de hielo y clavos se me ha desinflado el pecho,

Y de mi corazón queda un polvillo de grafito

Estremeciéndose.

En las noches gélidas de invierno ya no sirve ninguna manta.

El invierno de las ratas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora