Manzana de discordia

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Pidge se despertó con el dulce aroma de los panqueques que le hacía rugir el estómago; por un momento pensó que estaba en casa y que su madre estaba preparando el desayuno como era su costumbre, se giró y restregó la cara en las sábanas. Adoraba el aroma de las sábanas limpias, ella no solía dormir en sábanas limpias, era demasiado floja para cambiarlas y eso fue lo que la hizo levantarse de golpe.

Se sentó en la cama y miró alrededor con sorpresa examinando la habitación confirmando su miedo, esa no era su habitación. Examinó cada rincón de su habitación mientras intentaba recordar cómo había llegado ahí, pudo notar que era un pequeño apartamento, dos o quizá tres habitaciones, la cama era enorme y había una gran cantidad de libros en un par de libreros en la pared, las sábanas y las cortinas eran de un blanco impecable, una pequeña mesita de noche junto a la cama con un libro y una lámpara; y una televisión en la pared frente a la cama. Era un lugar en el que ella estaba segura que nunca había estado.

Se puso de pie y por primera vez observó el paquete a sus pies, le habían entregado uno igual cuando habían ingresado a la academia y al abrirlo sintió un ligero deja vú, pero con una rápida inspección del cuarto localizó el cuarto de baño y se colocó el uniforme nuevo. Se observó en el espejo mientras se arreglaba, cepillo su cabello y se miró una vez más ¿Dónde estaba? ¿Quién le había dado un uniforme nuevo y por qué? Debía salir de ahí pronto y lo sabía.

Salió temerosa y se acercó a la puerta de la habitación; el recibidor era más amplio de lo que había imaginado, pero solo había una pequeña mesa de té, un par de sillones y un sofá, había una amplia ventana donde podía verse una imagen amplia del campus desde un balcón. Pidge exclamó con asombro mientras se daba cuenta de donde estaba: era el edificio de maestros que estaba al fondo de la academia.

— Ya despertaste.

Pidge estaba tan concentrada en la vista que había olvidado por un momento su plan de escapar, pero al mirar la sonrisa de Shiro sosteniendo un plato lleno de panqueques aquellos pensamientos desaparecieron por completo.

— Panqueques — dijo mientras se acercaba a olfatear el plato de cerca —. Mis favoritos.

— Lo sé — dijo el joven mientras dejaba el plato en la pequeña mesa —. Recuerdo que siempre te veía comiendo los de tu madre cuando tenía que ir a tu casa con tu padre.

Ambos compartieron una risa avergonzada, era extraño hablar de esos tiempos cuando el joven estudiaba en la academia y ella era solo una niña.

— Te ves muy formal — dijo la chica mientras tomaba un panqueque mientras observaba el elegante uniforme que llevaba el joven, no era su uniforme habitual para dar clases.

— Sí, lo que pasa es que hoy llegará una de las embajadas de la alianza y su consejero. El General Dos Santos me pidió que lo acompañara a recibirlos. Al parecer el embajador tiene mi edad o el equivalente en su raza, así que creyó que era una buena idea.

— Suena un trabajo importante.

— Lo es.

Era la primera vez que Pidge escuchaba a Shiro hablar de su trabajo, parecía nervioso así que le dio un empalagoso abrazo que lo hizo sonreír.

— Vas a ensuciarme el uniforme — se quejó divertido mientras la alejaba —. Y tú, ¿tienes algún plan el día de hoy?

—Bueno, he preparado una mejora de último momento para el aerodeslizador, pero no sé si la instalaremos. No tengo forma de probarla y sería muy arriesgado usarla sin probarlo antes.

Ambos se sentaron uno frente al otro comiendo con tranquilidad, Pidge se sonrojó al recordar que parecía la forma que sus padres compartían la hora del té, solo ellos dos hablando de sus propios proyectos y una vez que terminaron de comer ella le ayudó a lavar las bandejas y cubiertos.

Garrison ProudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora